No sé si se debe al cambio climático o a que desde que soy madre el
tiempo pasa a la velocidad de la luz, pero juraría que ayer mismo estaba en la
playa embadurnando a las herederas con crema solar hasta las cejas.
—¿Mami podemos
poner ya el árbol? ¿Podemos ya? ¿Podemos?
Eran las siete de la mañana del domingo.
—¿El de Navidad?
¿Ya? Pero si aún no hemos celebrado Halloween ¿verdad?
En realidad, a esas horas, no sabía si quiera si había nacido ya o seguía
feliz y calentita buceando en la barriga de mi madre.
—No mamá,
Halloween es mañana. ¿De qué nos vamos a disfrazar? Ji, ji, ji —ellas son así;
les entra la risa nerviosa cuando ven una oportunidad de disfrazarse y de que
yo tenga que levantarme seis horas antes para pintarles la cara. A las tres.
—¿Mañana? ¡Pero
si tu hermana aún tiene la señal de los manguitos en los brazos y yo aún estoy
recogiendo arena del maletero del coche! Vaya, pues habrá que improvisar.
Improvisar en casa significa adaptar
los disfraces de Carnaval a un outfit
zombie: reina regente zombie, Frida Kahlo zombie, Blancanieves independiente
zombie, Cenicienta empoderada zombie… y así. Es ponerle unas ojeras y a correr.
El caso es que, de repente, la
Navidad vuelve a estar aquí.
Y a mí, en lo que a decoración navideña se refiere, no me ganan ni en
casa del mismísimo Papá Noel.
—Chicas, a
vuestros puestos. Preparadas, listas ¡ya!
Qué caras, qué ojitos, que manos sacando bolas de colores y esparciendo
el musgo del Belén por toda la casa. El Niño Jesús jugando en casa de Peppa Pig,
la Virgen y San José corriendo rallies por el pasillo, los Reyes Magos perdidos
en algún lugar debajo de mi sofá… Qué bonito es dejarles dar rienda suelta a su
creatividad por unos instantes, los que tarda en aparecer mi manía de colocarlo
todo a mi gusto y bien derechito. Ay, ya pasó, ya pasó.
Más tarde, una vez adornada la casa, abordamos los dos temas fundamentales
de la Navidad en la familia media española: comida y regalos.
En mi familia tenemos una tradición ancestral que consiste en que todo el
mundo haga como que va a cocinar algo hasta que interrumpo yo y digo:
—Anda, qué
tontería. Luego sobra muchísima comida, como todos los años. Yo me encargo del
menú y vosotros de los postres.
—De ninguna
manera, entre todos.
—Que no,
insisto.
—Bueno, pues
nosotros el vino.
—Vale, pues
nosotros pasteles de Confitería Manuela.
—Mira que eres
bruta. Anda, nosotros llevamos la sidra, que luego nadie se acuerda.
Y así todos los años. Tradición ancestral, ya digo.
Una vez solucionado el tema de la gastronomía, nos adentramos de lleno en
el mundo de los regalos.
—Cari, este año
qué hacemos ¿amigo invisible?
—Pues no sé,
porque luego le toca regalarme a tu tío Fermín otra vez y ya me sale el Agua
Brava por las orejas.
—Pues ponemos un
límite.
—¿De buen gusto?
—De dinero.
—Claro y con
veinte euros qué compras. Y encima quedas de cutre para todo el año.
—Pues un detalle
para cada uno.
—Somos treinta y
cinco.
—¿Un detalle handmade?
—¿Eso qué es?
¿Lo de hacer barquitos de papel y pajaritas?
—¿Y si nos
inoculamos un virus y pasamos las Navidades en el hospital descansando?
—¿Pero un virus,
cómo? Flojito ¿no? Algo leve ¿verdad?
—Mira, ya está, yo
me encargo.
—Lo veo, cari.
Lo veo.
Aunque el papel estelar de la Navidad lo tienen las cartas interminables
de las tres herederas.
—Mami, quiero
esto y esto y esto. También esto y esto para mí pero para jugar con mis
hermanas, así que no cuenta para mí sola. Y esto. Ahhhh, y estooooo. Esta hoja
entera también y después lo que ellos quieran de sorpresa, pero sobre todo
quiero un Ksi Merito llamado Cachipanga. Eso lo quiero más que a nada
en el mundo. Más que a todos los juguetes del mundo entero y del Espacio
Sideral. De aquí a infinito lo quiero, mami.
—¿Quieres qué?
—Un Ksi Merito llamado Cachipanga, mami. Viene con dos mamaderas y un chupón.
Ante semejante respuesta no sé si preguntarle o vivir en la ignorancia
para siempre. Finalmente pregunto, cuando noto que me han hecho efecto las tres
tilas que me he tomado de golpe.
—Dime, cariño,
eso de las mamaderas ¿qué es?
—Pues lo que
come el bebé, mami.
Mierda. ¿Estos bebés son de teta, de biberón, de mixta? ¿Será el
relactador, el sacaleches? ¿Será posible que ya los informen tan bien sobre
lactancia y yo no me haya enterado?
Decido mirar en San Google y descubro que son unos juguetes mexicanos,
que las mamaderas son biberones y los chupones, chupetes. Ahora entiendo a mi
madre cuando decía que eso de “followers” no le acababa de sonar del todo bien.
Una vez aclarados los términos, decido empezar a buscar a Cuchipanda en la única tienda que los vende
en España.
—Hola buenos
días. Querría un Khsiete de nombre Charangana. No, un momento, por favor.
Un KsiMerito llamado Cachipanga.
La dependienta me mira con cierta sorna y decide hacerme esperar unos
segundos interminables antes de abrir la boca para contarme que:
—Están agotados,
señora. Tenemos a su disposición una lista de espera en la que puede apuntarse
por si nos llega nueva mercancía.
—Ah, muy bien. ¿Podría
apuntarme, por favor?
De nuevo la mirada.
—Claro, ya está.
Es usted la seis mil doscientos veintidós.
Luego dirá mi cuñado que somos los únicos que le dejan la Tablet a una
niña tan pequeña. Por lo menos hay seis mil doscientos veintiún niños más.
Como aún es pronto, decido volver paseando a casa. Al principio lo hago
cabizbaja, mas concentrada en el menú de Nochebuena que en quien voy a tener
sentado a mi lado; más preocupada por elegir un buen regalo que por sentirme
afortunada de poder hacerlo; haciendo malabares con el presupuesto, recopilando
recetas de mi cabeza. Entonces las veo. Las luces. Montones de ellas reflejadas
en las pupilas de todos los que pasean a mi lado, como estrellas minúsculas de
ilusión. Y le dejo pasar. Las prisas, las responsabilidades, la ansiedad del
trabajo, de la casa, todo esperará fuera para que entre él. Ahora sí, de nuevo tengo
ocho años… ya no importan las cuentas, no importan los malentendidos y los
medio enfados. Importa la alegría, compartir risas, momentos, abrazos que
quizás no se dan en otras épocas del año. Importa la ilusión de los días y las
noches más mágicas del año.
Bienvenido
Espíritu de la Navidad.
Felices Fiestas llenas de ilusión.