¿Qué sería de
la vida si perdiera su capacidad de sorpresa, de volverte tus planes del revés
cuando pensabas que ya lo tenías todo controlado? ¿Qué sería la vida si desde
el nacimiento a la muerte lo tuviésemos todo escrito y además supiéramos lo que
pone? "Yo seré médico, trabajaré de ocho a tres en el hospital que hay
frente a la casa que me compraré con mi mujer, que también será médico y
también trabajará en ese mismo hospital. Tendremos dos hijos, niños ambos, para
aprovechar la ropa. Antonio, como mi abuelo y Pepe como el abuelo de mi mujer.
Serán dormilones, listos y obedientes y también estudiarán medicina. Nos
compraremos una casita en la playa cuando nos jubilemos y moriremos de muerte
natural cogidos de la mano a los noventa y seis años. Ella antes. Fin".
Imagina algo así, sin besos sorpresa, sin viajes no planeados, sin mudanzas en
un mes, sin amigos inesperados, sin metas, sin emoción, sin vida. Vivir implica
que, todo lo que conoces como tu vida, en un solo segundo, pueda cambiar. Así:
¡Chas!
Esta mañana
ha sido movidita en la redacción. Resulta que cuando se han enterado de que una
compañera está embarazada de su tercer hijo, se han levantado de sus sillas
todos a la vez y así, en manada poseída por el poder de un cotilleo fresco, han
corrido levantando hasta el polvo del suelo y provocando una crisis de asma a
la pobre Debo que, además de becaria, es asmática.
— ¿Pero estabais buscando?—
preguntaba aquella dando un codazo a la futura madre en plan soy tu íntima
amiga, cuéntame querida.
— Uff, ahora que ya tenéis a las
otras dos mayorcitas y estabais empezando a disfrutar de nuevo de la vida—
opinaba la otra con cara de tener más nauseas que la embarazada.
— ¿Querrás niño, no? que tu
marido también tiene derecho — apuntaba mi jefe entre carcajadas de cuñado de
boda.
A medida que
las preguntas se sucedían, la tensión de la futura madre de familia numerosa
iba en aumento. Hasta que por el bien de su salud mental, explotó.
— Verás querida... perdona ¿cuál
era tu nombre?
— Soy Teresita, de local. Nos
sentamos juntas en la comida de Navidad. Bueno, cerca. En realidad coincidimos
en el baño.
— Verás querida Teresita, si lo
estábamos buscando o no ¿no crees que es algo que no le importa a nadie más que
al padre de la criatura y a mí? Piensa, Teresita, piensa; si es que sí, igual
no nos apetece contar que llevábamos un año tomándonos la temperatura basal,
pendientes de la textura y el color del moco cervical y poniendo las piernas
para arriba después de querernos mucho. Y si es que no, Teresita, si es que no,
tú crees que cambia en algo las cosas? ¿Vas a llegar a alguna conclusión
erudita después de saberlo? ¿No te parece algo tan absolutamente íntimo de una
pareja y que al preguntarlo estás incomodando como poco y obligándoles a
mostrar una parcela de su vida que seguramente no quieren enseñarte?
Teresita
quiso emigrar a algún país lejano, cambiarse el nombre y empezar de cero. Así,
directamente.
— Y a ti, querida, querría
preguntarte si en algún momento te he pedido opinión sin darme cuenta— esta vez
le tocó el turno a la que tenía cara de tener más nauseas que la embarazada,
que intentaba reptar por el suelo para volver a su sitio y hacer como si no
hubiera abierto su enorme bocaza.
— Con respecto a la preferencia
por el sexo de mi bebé, lo único que me preocupa en estos momentos es que esté
bien. Todo lo demás sobra, como tu comentario —ahora era mi jefe el que
intentaba buscar reptado una salida de aquel tumulto que me había formado en
mitad de la redacción.
Y una vez
dicho todo aquello, cada mochuelo volvió a su olivo con la lección bien
aprendida.
Tres. Qué
valor. Si con dos pienso que no me dan las horas del día para hacer todo lo que
necesito y todo lo que quiero ¿cómo será con tres? ¿Podrá un cuerpo ya
acostumbrado a dormir ocho horas seguidas a volver a dormir la mitad en cómodos
plazos sin intereses? ¿Pasará algo si se bañan una vez cada tres días? ¿Poner
pañales será como montar en bici y nunca se olvida?
Pues sí,
tres. Será una locura, pero esta vez me coge con una amplia experiencia en el
sector y con dos herederas más o menos autónomas que seguro me ayudarán en todo
lo que puedan. Mi cuerpo volverá a acostumbrarse a los sueños de una hora,
luego serán dos y después tres. Poco a poco, esta vez no hay prisa, esta vez
vamos despacito porque esta vez sí sé lo rápido que pasa todo, que no es una
manera de hablar, que parpadeas y ya está, ya son mayores. Y tampoco será tan
mala idea bañar a uno cada día, o de dos en dos, o a los tres juntos en la
bañera. Ya nos acoplaremos y descubriremos lo que nos va mejor a los cinco.
Shhhh... no hay prisa.
La vida es
capaz de regalarte sorpresas que vuelven tu mundo del revés ¿o estaba del revés
y lo vuelven del derecho? Sea como sea, benditas sorpresas.