Lo malo de
ser la musa salvavidas de un consultorio sentimental es que a veces, sin
querer, extrapolo todo lo que leo a mi vida propia amorosa. No tendría nada de
malo si no fuera porque más de la mitad de las consultas están protagonizadas
por el gran fantasma de las relaciones de pareja: la infidelidad.
Y hay tantos
infieles en el mundo. De todos los colores, oiga. Con tantos me encuentro que
estoy trabajando con la Universidad de Allensbach Hochschule Konstanz en la
primera clasificación mundial del infiel común. En realidad la que trabaja soy
yo y ellos caso, lo que se dice caso, no me han hecho ninguno pero no me
importa, ya vendrán cuando mi estudio (avalado por la Allensbach Hochschule
Konstanz) se haga viral en las redes.
Ya tengo calados
estudiados los primeros grupos:
El infiel
minucioso: cuida al máximo los detalles para no ser descubierto. Un infiel
minucioso resetea su móvil, rellena el depósito de gasolina hasta donde debería
estar si no se hubiera desplazado cincuenta kilómetros a cometer el acto
delictivo, vacía los bolsillos de posibles pistas, repasa su coartada cuatro
veces para encontrar posibles fallos de coherencia, se enjuaga la boca con
Listerine extrafuerte y se vuelve a perfumar con su extracto realizado a base
de colonia personal, sudor corporal propio resultante de haber pasado todo el
día trabajando y olor a ambientador de oficina, antes de entrar en casa. Una
vez allí, apaga el móvil con la excusa de la conciliación familiar. Además no
tiene perfil en ninguna red social para prevenir posibles fotos comprometidas o
comentarios en su muro de algún amante despechado. La persona que pertenece al
grupo de infiel minucioso nunca pasea de la mano de su amante, ni frecuenta
lugares públicos si no es en solitario o con su pareja oficial. Es un tipo de
infiel complicado de descubrir con las manos en la masa, pero como el crimen
perfecto no existe, al final, acaba cometiendo algún error que permite
descubrirlo. Aunque empiezo a pensar que ese error no se produce por
casualidad. Seguiremos estudiándolo.
El infiel
cantoso: los hay que cantan al vuelo, que no se preocupan por quitarse
el olor a amante antes de llegar a casa. Es despreocupado y muy capaz de
darle fuego a su pareja con las cerillas del Club Las Cerditas Peggye Sue´s, motel de carretera, por poner un
ejemplo. El infiel cantoso no borra los selfies con su amante y no tiene
reparos en llevarlo a cenar a un restaurante céntrico y concurrido. El
infiel cantoso gasta los profilácticos que guarda su pareja en la mesita de
noche y no se preocupa por reponerlos. Gasta dinero de la cuenta común en
regalos que nunca llegan a su pareja, hace planes para salir de marcha sin
contar con ella, llega a las once de la mañana a casa sin dar más
explicaciones. Es un tipo de infiel al que podemos denominar mala persona o
hijo de su madre, por poner otro ejemplo.
El infiel
culpable: aquel que después de cometer el acto infiel, regresa al hogar
cargado de flores y te quieros penitentes. El infiel culpable toma Dormidina por las noches porque la mala
conciencia no le deja dormir. Es infiel, sí, pero lo siente en el alma...
¿después de cometer la infidelidad? sí, también. Es fácilmente detectable
porque de repente se vuelve detallistas y amorosos cuando antes solo hacía un
regalo si así lo estipulaba el calendario oficial de fechas señaladas; a saber:
Reyes, cumpleaños y aniversario. Es probable también que pierda peso pero, a
diferencia del infiel vanidoso, otro tipo que tengo en fase de estudio, al
culpable directamente se le quitan las ganas de comer cuando ve la comida tan
llena de amor que le ha preparado su pareja y que él paga retozando con sus
amantes. Llega entonces a la fase de cambio de roles: su pareja pasa a ser
beatificada en los altares y él adquiere categoría de rata de cloaca
maloliente.
Estos son los
tipos más comunes pero hay bastantes más. Muchos. Están en todas partes...
En cuanto al
sexo del infiel, de momento no puedo arrojar una cifra cien por cien fiable del
tipo: el sesenta por ciento de las mujeres son infieles. Tampoco puedo, de
momento, establecer axiomas irrefutables tales como: todos los hombres que
calzan un cuarenta y tres y medio de pie, son infieles del tipo B o la mitad de
las mujeres que trabajan en el Ministerio
del Tiempo pararán en el Club Las
Cerditas Peggye Sue´s, motel de carretera, al volver de la misión de
presentar a Juana la Loca y Felipe el Hermoso. Pero pronto mi artículo
"Clasificaciones del infiel: definición y estudio del Homo Infidelis en el
primer cuarto del SXXI. Evolución, sintomatología y maneras de trincarlo
con las manos en la masa", realizado en la Allensbach
Hochschule Konstanz mi casa, verá la luz y
todos podréis beneficiaros de él.
De nada.
Como os contaba, a veces extrapolo. Y querido lo sufre, me
ve extrapolar y dice:
— Joder, ya está otra vez
extrapolando esta mujer mía. Deja de extrapolar o me voy a casa de mi madre
mientras te dura la extrapolación porque esto no hay extrapolado que lo
aguante.
Y se va con
su madre. Y yo sigo con lo mío hasta que caigo en la cuenta de que no tiene
ningún sentido pensar y darle vueltas a la cabeza; es mucho mejor actuar.
Entonces me paso una mañana arreglando los armarios (oficialmente) y rebuscando
en los bolsillos (extraoficialmente). Busco y rebusco hasta que no queda un
calcetín por revisar y luego le mando un mensaje a Querido: "Extrapolación
finalizada con éxito. Acoplamiento en nave nodriza en cuanto llegues. Y de
postre, tiramisú". Y Querido vuelve corriendo y con dos kilos más porque
su madre no lo ha alimentado con quinoa ni avena ni acelga ninguna.
Aunque tengo que decir que de esta última extrapolación no
se ha quejado en absoluto.
Todo comenzó el viernes cuando descubrí en mi buzón de
correo un mensaje titulado " La chispa de la vida". Por fin un soplo
de aire fresco entre tanto cuerno quemado y tanto desamor, pensé. Y me dispuse
a leerlo esperanzada de toparme, esta vez sí, con un texto que me devolviera la
fe en la pareja feliz.
"Buenas noches, Pandora
Encriptada.
Déjame
decirte, en primer lugar, que soy una fiel seguidora de tu columna. Admiro
realmente la paciencia de la que haces gala en cada respuesta; tu capacidad
para empatizar con quien te solicita ayuda; tu sentido del humor, cercano e
inteligente, dos cualidades que en ti no están reñidas".
Después de
leer esto, le hice una foto a la pantalla y se la envié a mi jefe con el texto:
"Quizá va siendo hora de hablar de mi subida de sueldo ¿no crees? Besos,
tu redactora estrella.
"Mi
nombre es Manuela, el real. No voy a utilizar ningún seudónimo porque he
llevado tan a gala siempre este nombre, que ni por un segundo quiero dejar de
llamarme así. Manuela; no quiero ser nadie más."
He dejado de
leer al recibir la respuesta de mi jefe: " Quizá va siendo hora de que me
entregues la columna a tiempo ¿no crees? Besos, tu jefe cabreado".
Ignoro las ganas de darle a mi jefe una buena patada en las pelotas y sigo
leyendo a Manuela.
"Hoy,
después de muchas columnas leídas, me he animado a escribirte para contarte mi
historia. No busco consejo; tal vez al contrario, si me lo permites, podría
aconsejar. Leo tantas historias de desamor, tristes finales que se pudieran
haber evitado, que no he podido resistirme a contarla. Déjame, Pandora, que te
hable de él, de Eusebio.
Nos conocimos
como nos conocíamos antes, paseando. Él paseaba con sus cuatro hermanos, todos
menores que él y de los que se hacía cargo desde que sus padres fallecieran,
muy jóvenes ambos. Paseaba por las calles del centro con sus manos agarradas en
la espalda, la mirada atenta en sus hermanos y ese porte que le otorgaba el ser
un hombre alto y fuerte. Yo me enamoré de él por esa madurez que adquirió
a los dieciséis años y por esa inocencia que aún tenía por su edad. Una mezcla
irresistible para mí. Un día nos cruzamos la mirada por fin. Me acerqué a
socorrer a su hermana, la más pequeña de todos, que se había caído intentando
subirse a la fuente a beber. Él apareció asustado y no se percató de mi
presencia hasta que la pequeña se volvió para darme las gracias.
— De nada, bonita— le contesté
yo.
— Gracias señorita...— dijo el
fin Eusebio mirando al suelo.
— Manuela— le respondí
acercándole la mano para obligarlo a saludarme como un caballero.
Y me vio. Me
miró dos veces, una por educación y otra porque le parecí una actriz de cine,
eso me confesó después.
A partir de
entonces nos saludábamos tímidamente cuando nos encontrábamos por San Juan. Un
"Buenos días" o un "Vaya usted con Dios" que poco a
poco se alargaron con preguntas cordiales para interesarnos el uno por la salud
del otro, por la de sus hermanos, por su trabajo en la compañía de luz. Y así
pasó el verano, el otoño, el invierno. Y llegó la primavera y con ella floreció
su amor por mí. El mío por él ya era un fruto maduro.
Comenzó a
cortejarme como lo hacían antes, hablando y poco más. Alguna vez me agarró de
la mano, alguna vez me dio un beso en la mejilla, alguna vez me dijo que me
quería. Y una vez, por fin, me pidió matrimonio.
Y yo acepté.
No quiero
aburrirte con los detalles de una boda que no tiene el lustre y la fiesta de
las bodas de hoy en día. Apenas un vestido negro por el luto que yo guardaba
por un familiar y una foto que nos lo recordaría siempre y que quizá termine en
el salón de alguna de mis nietas. Y nada más.
Comenzamos
nuestra vida en común con la ilusión de construirla juntos. Antes no era como
ahora; no teníamos que tener una casa equipada con todo lujo de detalles, ni un
coche en la puerta, ni un trabajo estable. Nos casábamos para formar entre los
dos, una familia. Poquito a poco fuimos construyendo nuestro hogar que llenamos
pronto con la llegada de nuestros tres hijos. Y fuimos felices hasta que Dios
quiso y se lo llevó con él. Yo me quedé aquí para recordarlo cada día de mi
vida porque querida Pandora, nosotros sí fuimos una pareja feliz.
Estos años
sin él me he dedicado a escribir sobre nosotros. Quiero dejárselo todo a mis
hijos para que nunca olviden quiénes fueron sus padres y cuánto se quisieron.
He escrito folios y folios sobre toda una vida juntos y una vez he volcado en
ellos mis recuerdos, puedo aventurarme a compartir el secreto de una pareja
feliz, que no es otro, querida Pandora, que el de mantener siempre la chispa de
la vida, de la pareja, del amor.
Y eso que
parece simple, no lo es en absoluto. Porque la rutina suele instalarse en
nuestras vidas sin avisar. Y la pereza. Y la confianza mal entendida. Mantener
la chispa es laborioso, exige dejar a un lado la comodidad del "ya lo
tengo todo hecho" y pensar que cada día es una oportunidad para la
reconquista. No se abandonen, no crea que el amor no se gasta, no dé por
supuesto que su pareja le quiere a usted y nunca podrá fijarse en otra persona.
Todo eso es un error. El amor solo se mantiene si día a día nos acordamos de
él. Si no, se evapora, se volatiliza, desaparece.
Gracias
querida Pandora por leerme, estoy segura de que lo habrás hecho con atención,
pues te percibo como una romántica de las de antes.
Un abrazo
afectuoso.
Manuela."
Me quedé media
hora frente al ordenador, con la mirada perdida, intentando imaginar a Manuela
y a Eusebio paseando por San Juan. La imaginé con esa belleza antigua, con sus
hondas a lo Lauren Bacall y él, su Humphrey Bogart, paseando con una mano sobre
otra apoyadas en la espalda.
Mantener siempre la chispa de la vida, de la pareja, del amor.
Mantener siempre la chispa de la vida, de la pareja, del amor.
— Cari ¿te preparo
un café? — le escuché preguntar a Querido.
Lo miré con
todo el amor me acababa de transmitir Manuela con su relato y volví a reparar
en su pelo revuelto, en sus ojos azules, en su pijama arrugado.
— ¡La chispa,
cariño! ¡Tenemos que cuidar la chispa!— le grité al darme cuenta de que
comenzaba a liberar a su cuerpo de ciertos gases intestinales.
— Ah no, de
extrapolaciones mañaneras nada. Me niego rotundamente. Tengo derecho a un café,
unas tostadas y una ducha antes de que me extrapoles nada ¿de acuerdo?
Pero esta vez no iba a permitir que se fuera a coger kilos a casa de su madre. Esta vez me ocuparía personalmente de avivar la llama, la chispa, el amor. Me arreglé y bajé a por churros, llevé a las herederas con mi madre y reservé hora para los dos en un Spá. Comimos de tapitas y cervezas, como cuando éramos novios y no teníamos que pagar recibos ni levantarnos pronto al día siguiente. Hablamos, reímos, llamamos a mi madre para ver si estaba todo controlado, nos tomamos dos gyntonics y nos fuimos bastante borrachos para casa. Como cuando éramos novios. Igual.
—Prométeme que serás
como Eusebio— le dije a Querido nada más despertarme.
—¿Eusebio? ¿Eres
infiel culpable? ¿Me haces pasar un día de la leche para confesarme después que
te has enamorado de otro?
Vi el miedo en
sus ojos. Sonreí y le besé en los labios.
— No Querido,
Eusebio, la historia de Manuela ¿recuerdas? ¡Te lo conté ayer con el primer
gyntónic!
—Necesitaré un
ibuprofeno para recordar eso.
Se levantó,
preparó café para los dos y salió a la terraza para ver el día. Yo lo
contemplaba desde el sillón, con ese porte que le otorgaba el ser un hombre
alto y fuerte. Y cuando con un acto reflejo se agarró sus manos en las espalda,
supe que yo también había encontrado a mi Eusebio.
Oh, Bego, me ha cautivado. Es precioso. Precioso de verdad, será que yo también soy una romántica de las de antes, ja ja. Por cierto, muy buena la descripción de los tipos de infieles, ja ja. Un beso :)
ResponderEliminarEstupendo relato. Me ha llegado. Qué difícil es eso de mantener la chispa!
ResponderEliminar¡Me encantó, Bego! Tengo ganas de saber sobre los demás tipos de infieles y descritos por ti, que lo haces con todo el arte. Muy bonita la historia de Manuela. Y no cuento más... ¡¡Besos!!
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