lunes, 3 de febrero de 2014

La sospecha

Recuerdo aquellos años con nostalgia...  y aquellos vestidos cortos, aquellos vaqueros ajustados, aquellos escotes generosos. Recuerdo cuando al pasar junto a una obra, la cuadrilla en pleno recitaba sus mejores composiciones poseída por la fuerza de la testosterona que despertaba a mi paso. Ay... qué buenos poetas se han forjado en esta tierra a golpe de ladrillo. Métáforas sentidas en lo más hondo del corazón que salían por sus bocas como surtidores de pasión y que sin querer, te hacían pisar un poco más fuerte por la calle de la autoestima.
—¿Hola? Querida, ¿me estás escuchando?— me interrumpió con un susurro.
Maldita Candy Candy y su egocentrismo.
Qué subidón de guapura me entraba, qué contoneo de cadera les daba por respuesta, qué movimiento de melena les dedicaba. Y no hace tanto, ¿cuánto puede hacer? a ver, ¿dos años? ¿cuatro? No, no puede hacer tanto, aunque un par de añitos antes de la boda empecé con mi afición a la repostería, abandoné mi afición a los gimnasios y ¿Siete? ¿Siete años? Dios, no puede ser. O sí. Ya está. Soy una señora mayor.
—¡¡¡Te estoy diciendo que creo que Mario tiene una amante!!!!— me volvió a interrumpir, esta vez gritando a la vez que me sujetaba la cara con sus manos heladas, me la zarandeaba de un lado a otro y me hacía sentir la peor persona del mundo.
Y de repente se desvanecieron mis albañiles sospechosamente parecidos al señor que hace el anuncio de Invicctus, se alejaron de mi mente para dejar paso a un Mario que avanzaba a grandes zancadas, se plantaba delante de mí y me decía al oído: "Tenías razón. El hombre perfecto no existe". Luego sonrió y le brilló el colmillo izquierdo. 
—Lo sabía— dije dando un golpe seco en la minimesa de la minicafetería en la que nos sirvieron los minicupcakes menos quitapenas del mundo— Oiga, por favor, traiga rápido los dos muffins más creciditos que tengan. Y un cubo de helado de chocolate. ¡Rápido!
Es una ilusión que tengo desde siempre, de toda la vida del mundo, vamos. Eso de consolar a una amiga compartiendo un litro y medio de helado con sirope de lo que sea, en plan "soy tu amiga Kelly, de Minnesota, estoy contigo y me salto la dieta para que sepas cuanto te apoyo en tu decisión amorosa". 
—¿Lo sabías?— me dijo ahogándose en un suspiro eterno, desinflándose como un souflé de algodón de azucar, mirándome con los ojos irritados de tanto refregárselos por no dar crédito a lo que veía: a mí, su amiga del alma, conocedora de la más terrible de sus sospechas.
Que no cari, que no lo sabía concretamente, que lo sabía en general, que todos son iguales, que al final el que nace para pito nunca llega a ser corneta, que eso es el maldito wasap que está destrozando matrimonios, que no es el primer caso, que yo es que el Facebook lo quemaba, que qué dolor de entrepierna le daba yo a todo el que sólo pensase en engañar a su pareja, que qué jugoso les salen a estos los muffins, que no llores, que no merece la pena, que ni se te ocurra rechazar la casa de la Toscana, que a todo esto, ¿cómo te has enterado?, bueno es igual, lo importante es que estés segura que le vamos a meter un puro por el c...
—Se llama Rebeca, es compañera suya en el restaurante y es guapísima— y yo guardé silencio.
Claudia se secó las lágrimas, se recogió el pelo en una coleta y continuó.
—Ella es divertida, ¿sabes? y le hace reir. LLeva la ropa limpia, sin manchas de papilla, sin etiquetas colgando porque se olvidó de cortarlas. Siempre huele a perfume y siempre está perfectamente maquillada. Ella no es como yo, todo el día atacada de los nervios por si el bebé necesita algo y no lo entiendo, por si tengo que hacer la compra, por si Mario necesita algo que ahora mismo, no me apetece mucho darle. Ella nunca está cansada y no para de moverse por el restaurante subida a unos taconazos como los que yo me ponía antes de... bueno, antes. Y Mario la ve cada día y luego llega a casa y me ve a mí hecha un desastre, sin más conversación que el niño esto o el niño aquello... y anoche lo llamó. Él no se dio cuenta de que yo no estaba dormida y se fue al pasillo a hablar muy bajito. Le he dejado un mesaje en la nevera— se recostó sobre su mano y esperó con la mirada una respuesta. Mi respuesta.
Justo en ese momento, Querido me llamó al móvil. Le colgué tres veces y a la cuarta, preocupada por si a las niñas les ocurría algo, contesté. Las niñas estaban bien pero Mario andaba como un loco buscando a Claudia por media ciudad.
—¿Qué pasa, cielo?— me preguntó angustiado.
—Que necesito pasear a Claudia por delante de una obra— le contesté. Pagué la sobredosis de chocolate y me llevé a Claudia a caminar y, agarradas del brazo, recordamos nuestros años de instituto, nuestros primeros novietes, nuestras ilusiones. Y así, casi sin querer, la llevé de vuelta a su casa, donde Mario la esperaba desecho, roto de dolor por su abandono.
—Déjale hablar y, si no lo crees, no sigas a su lado... pero si ves en sus ojos sinceridad y tu corazón te pide abrazarlo, no destroces vuestra vida por los fantasmas que han creado tus inseguridades. Tú sigues siendo perfecta con tres tallas más, con el pelo recogido y con la camisa llena de manchas. Tú eres la mujer con la que eligió pasar el resto de su vida, tú eres única y maravillosa así, tal cual— la abracé fuerte y le dije al oído que la esperaba en el parque de enfrente. 
Pero no volvió.
Y Mario no volvió a olvidarse ni un solo día de recordarle su amor.




2 comentarios:

  1. Con que profundidad escribes, me ha encantado

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  2. Me gusta como escribes, eso ya lo sabes, creo que tus relatos tienen vida, sentimientos, pasión y ganas de soltarse. Espero leer una trama tuya pronto, aunque sea un trocito cada semana, a modo de libro-fascículo. Quiero leer y poder terminar una historia tuya, de principio a fin. Me quedo con ganas de mas.
    ¡¡Mil besos linda!!

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