viernes, 14 de febrero de 2014

El día de San Valentín

Ya he comentado en alguna ocasión que mis amigas y yo somos un poco secta; un grupito un poquito cerrado, amante del "culo veo, culo quiero",  muy fan de enterarnos de todo lo que pasa en la vida de cada una de nosotras. Y no es porque seamos envidiosas o cotillas, es por un único motivo real y  posible: que somos unas amigas completamente sectarias.
Resulta que el miércoles por la noche estábamos todas con nuestros mensajes de buenas noches vía wasap, cuando Alicia soltó la liebre:
—Buenas noches chicas, me voy a la cama que Felipe aún no ha apagado la luz y eso solo significa una cosa en nuestro idioma marital, jijijijiji. Besos. Emoticono ojos de corazón.
Como era de esperar, los mensajes de apoyo y ánimos a nuestra querida amiga se convirtieron en Trending Topic esa noche en el grupo sectario. Aplausos, fuegos artificiales, otros emoticonos en posiciones menos decorosas... todo era poco para hacerle saber a nuestra ámiga más pudorosa, que nos alegrábamos por ella y que la envidiábamos profundamente. Una vez hubo quedado esto claro, los mensajes dejaron de sonar. Ni un "jijijijiji", ni un triste "hasta mañana"... nada. Estaba claro que había llegado el momento del "culo veo, culo quiero". 
A la mañana siguiente, con unos emoticonos con la piel más estirada y visiblemente oxigenada, nos dimos los buenos días antes de llevar a los niños al colegio.
—Beno, ¿sabéi quhé día ef hoy? —escribió Inés con problemas visibles con el autocorrector de su móvil.
—¿Hoy?— contestó Belén
—Jueves ¿no? Sí, jueves porque la niña tiene un cumpleprincesas a las cinco, yo ginecóloga a las cinco y cuarto y la peque su clase de percusión para bebés hiperactivos a las seis menos cuarto. Es jueves, ¿por?— dije al fin
—¿Jueves y qué mas?jijijijiji — dijo la cándida Alicia que parecía vivir en el mismo mundo paralelo que Inés
—Alicia suéltalo que te gusta más un misterio que comer con las manos— le respondió Belén.
—¡Jeves 13 de frebrero!—dijo al fin Inés— Fhalta un día para Santo Valentía. Y dos millones de corazones rosas inundaron las pantallas de nuestros móviles.
Un minuto y medio después, cuando pudimos descifrar el mensaje del autocorrector de Inés, caímos en la cuenta de que era San Valentín y que nos había pillado a todas sin una mísera hoja de goma eva roja para hacerle unos pisacorbatas de corazones caseros a nuestros queridos.
—Yo tengo una idea jijijijijijijii— Alicia atacó de nuevo. 
Dos minutos después de que nadie le contestara porque ya nos sabemos su jueguito de crearnos la intriga y marearnos hasta conseguir que lleguemos tarde a dejar a los niños y a nuestros respectivos trabajos caseros o callejeros, salieron de esos dedos delicados unas palabras que ni en un millón de años hubiéramos podido imaginar que saldrían. Qué decir de imaginar que la inocente, pudorosa y siempre serena Alicia iba a conocer de la existencia de...
—Un tuppersex jijijijijiji ¿Quién se anima? Tengo todo preparado: cócteles, un picoteo ligero, una chica con una caja llena de juguetes y la casa para mí sola esta noche. A las nueve os espero, ¿vale? Besos tupperamigas jijijijijijiji
No dábamos crédito. En ese momento había seis ojos fuera de sus respectivas órbitas oculares. ¿Seria un virus telefónico que se hubiera hecho con el control de la voluntad de Alicia? ¿Sería  un virus mental que se hubiera comido la zona del cerebro de Alicia donde imperan el razocinio y el pudor? Siete minutos después, Inés contestó.
—Yo voy—
—Y  yo—
—Yo también—
Pues ya teníamos plan para esta noche y un regalazo para San Valentín. 

Cuando llegó Kassandra con su maleta rosa de lunares blancos, tres capas de maquillaje y una falda idéntica a la que se ponía mi abuela para estar por casa, estábamos las cuatro nerviosas y borrachas a partes iguales. Abrimos el vino para quitarnos la vergüenza de los primeros momentos y nos pasó lo de siempre: que no sabemos parar. El caso es que no funcionó. Las cuatro nos quedamos mudas, apenas se escuchaban los jijijijijiji de Alicia  encubriendo los sonidos de nuestras barriguillas gritando famélicas por un trocito de pan o del fua de pato que acababa de salir de la cocina.
—No comaís nada... no quierro que los saborres que vais a probarrrr ahorra se vean alterrados por otrros menos erróticos— susurró Kassandra con su exagerado y ¿sugerente? acento del este.
Sabía que las cuatro estábamos imaginando un pastel de chocolate con forma de pene gigante y no era por vicio, era por el hambre que pasábamos por la operación bikini más precoz del mundo. Pero no, cuando Kassandra abrió su maleta flamenca, no vimos ningún pene gigante, ni siquiera de los comestibles. Allí había conejitos fluorescentes, lencería poco sutil tanto en la forma como en el sabor a sandía pasada que tenía (¿dónde estaba el maldito fua?), botes con mejunjes secretos porque sin gafas no veo esas letras minúsculas, bolas de colores como para marcarnos allí mismo una partida de billar y una caja negra que no nos enseñó... hasta el final.
Nosotras ya llevábamos un rato en plan niñas pequeñas de "venga Kassi, ¿qué es?¿qué es? ¿qué es?. Y ella "todavvía no es el momento, señorrrras... todavvvvvía no es el momento, señorrrrrrras... todavía no es el momento, ¡coño!". Lo sabía; Kassandra tenía de rusa lo que yo de estrecha de huesos.
Pero llegó el momento. Por fin el momento soñado. El fua estaba inmejorable, no se notaban para nada los tres recalentados que llevaba. Y una vez nuestras barriguitas dejaron de tronar, Kassandra nos sacó la caja misteriosa.
—Esta es nuestra caja parra los amantes más apasionados— ella seguía con su acento, se creería que como estábamos borrachas no nos íbamos a dar cuenta jijijijijijijijiji— Es la caja que volverrá locos a vuestros marridos. Es la Caja negrra de la habitación rrrrroja del amorrrr.
A ver, que no, que me muero de vergüenza si me tengo que poner delante de mi Querrrrrido con un látigo y unas cosas que la verdad, no escuché ni para qué servían. Yo me quedé con la copla de las esposas que es una cosa que viene muy bien tener en casa por si entra un ladrón y consigues reducirlo tirándole las bolas de colores a la cabeza. Luego lo esposas en plan Detective Murray y se lo entregas a la Guardia Civil envuelto para regalo. Pero ¿y si no? ¿ Y si las ve mi Querido y se cree que me va ese momento cuero y deja de comprarse la ropa en Ralhp Laurent para comprársela al mismo minorista que Lorenzo Lamas? Yo lo veía todo muy confuso así que no me arriesgué y dije que sí a la propuesta de mis íntimas amigas: Nos quedábamos con la maleta entera que luego ya repartiríamos. Nos acababa de poseer el espíritu salido del santo valiente a la vez que se había apoderado de nosotras el momento "culo veo, culo quiero" tan tradicional en una secta como la nuestra.

 PD: Me pasé todo el catorce de febrero en la cama con un par de aspirinas y una palangana. Seguro que fue el tanga sabor a sandía pasada. Maldita Alicia y sus satíricas perversiones

lunes, 3 de febrero de 2014

La sospecha

Recuerdo aquellos años con nostalgia...  y aquellos vestidos cortos, aquellos vaqueros ajustados, aquellos escotes generosos. Recuerdo cuando al pasar junto a una obra, la cuadrilla en pleno recitaba sus mejores composiciones poseída por la fuerza de la testosterona que despertaba a mi paso. Ay... qué buenos poetas se han forjado en esta tierra a golpe de ladrillo. Métáforas sentidas en lo más hondo del corazón que salían por sus bocas como surtidores de pasión y que sin querer, te hacían pisar un poco más fuerte por la calle de la autoestima.
—¿Hola? Querida, ¿me estás escuchando?— me interrumpió con un susurro.
Maldita Candy Candy y su egocentrismo.
Qué subidón de guapura me entraba, qué contoneo de cadera les daba por respuesta, qué movimiento de melena les dedicaba. Y no hace tanto, ¿cuánto puede hacer? a ver, ¿dos años? ¿cuatro? No, no puede hacer tanto, aunque un par de añitos antes de la boda empecé con mi afición a la repostería, abandoné mi afición a los gimnasios y ¿Siete? ¿Siete años? Dios, no puede ser. O sí. Ya está. Soy una señora mayor.
—¡¡¡Te estoy diciendo que creo que Mario tiene una amante!!!!— me volvió a interrumpir, esta vez gritando a la vez que me sujetaba la cara con sus manos heladas, me la zarandeaba de un lado a otro y me hacía sentir la peor persona del mundo.
Y de repente se desvanecieron mis albañiles sospechosamente parecidos al señor que hace el anuncio de Invicctus, se alejaron de mi mente para dejar paso a un Mario que avanzaba a grandes zancadas, se plantaba delante de mí y me decía al oído: "Tenías razón. El hombre perfecto no existe". Luego sonrió y le brilló el colmillo izquierdo. 
—Lo sabía— dije dando un golpe seco en la minimesa de la minicafetería en la que nos sirvieron los minicupcakes menos quitapenas del mundo— Oiga, por favor, traiga rápido los dos muffins más creciditos que tengan. Y un cubo de helado de chocolate. ¡Rápido!
Es una ilusión que tengo desde siempre, de toda la vida del mundo, vamos. Eso de consolar a una amiga compartiendo un litro y medio de helado con sirope de lo que sea, en plan "soy tu amiga Kelly, de Minnesota, estoy contigo y me salto la dieta para que sepas cuanto te apoyo en tu decisión amorosa". 
—¿Lo sabías?— me dijo ahogándose en un suspiro eterno, desinflándose como un souflé de algodón de azucar, mirándome con los ojos irritados de tanto refregárselos por no dar crédito a lo que veía: a mí, su amiga del alma, conocedora de la más terrible de sus sospechas.
Que no cari, que no lo sabía concretamente, que lo sabía en general, que todos son iguales, que al final el que nace para pito nunca llega a ser corneta, que eso es el maldito wasap que está destrozando matrimonios, que no es el primer caso, que yo es que el Facebook lo quemaba, que qué dolor de entrepierna le daba yo a todo el que sólo pensase en engañar a su pareja, que qué jugoso les salen a estos los muffins, que no llores, que no merece la pena, que ni se te ocurra rechazar la casa de la Toscana, que a todo esto, ¿cómo te has enterado?, bueno es igual, lo importante es que estés segura que le vamos a meter un puro por el c...
—Se llama Rebeca, es compañera suya en el restaurante y es guapísima— y yo guardé silencio.
Claudia se secó las lágrimas, se recogió el pelo en una coleta y continuó.
—Ella es divertida, ¿sabes? y le hace reir. LLeva la ropa limpia, sin manchas de papilla, sin etiquetas colgando porque se olvidó de cortarlas. Siempre huele a perfume y siempre está perfectamente maquillada. Ella no es como yo, todo el día atacada de los nervios por si el bebé necesita algo y no lo entiendo, por si tengo que hacer la compra, por si Mario necesita algo que ahora mismo, no me apetece mucho darle. Ella nunca está cansada y no para de moverse por el restaurante subida a unos taconazos como los que yo me ponía antes de... bueno, antes. Y Mario la ve cada día y luego llega a casa y me ve a mí hecha un desastre, sin más conversación que el niño esto o el niño aquello... y anoche lo llamó. Él no se dio cuenta de que yo no estaba dormida y se fue al pasillo a hablar muy bajito. Le he dejado un mesaje en la nevera— se recostó sobre su mano y esperó con la mirada una respuesta. Mi respuesta.
Justo en ese momento, Querido me llamó al móvil. Le colgué tres veces y a la cuarta, preocupada por si a las niñas les ocurría algo, contesté. Las niñas estaban bien pero Mario andaba como un loco buscando a Claudia por media ciudad.
—¿Qué pasa, cielo?— me preguntó angustiado.
—Que necesito pasear a Claudia por delante de una obra— le contesté. Pagué la sobredosis de chocolate y me llevé a Claudia a caminar y, agarradas del brazo, recordamos nuestros años de instituto, nuestros primeros novietes, nuestras ilusiones. Y así, casi sin querer, la llevé de vuelta a su casa, donde Mario la esperaba desecho, roto de dolor por su abandono.
—Déjale hablar y, si no lo crees, no sigas a su lado... pero si ves en sus ojos sinceridad y tu corazón te pide abrazarlo, no destroces vuestra vida por los fantasmas que han creado tus inseguridades. Tú sigues siendo perfecta con tres tallas más, con el pelo recogido y con la camisa llena de manchas. Tú eres la mujer con la que eligió pasar el resto de su vida, tú eres única y maravillosa así, tal cual— la abracé fuerte y le dije al oído que la esperaba en el parque de enfrente. 
Pero no volvió.
Y Mario no volvió a olvidarse ni un solo día de recordarle su amor.