Desde que he abierto el ojo esta mañana, no dejo de acordarme del vaso de leche calentito que me traía mi madre con el ardine cuando estaba malita y me quedaba en casa sin cole. Me lo tomaba despacio, regodeándome en ese sabor que irá irremediablemente unido a mi infancia, porque sabía que cuando le dijera "ya, mamá", ella apagaría la luz, me remetería las mantas por debajo del colchón y me dejaría dormir hasta que me aburriera de tanto perreo, perreo.
Así daba gusto ponerse griposa, mocosa o faringítica. Me podía pasar el día sin mover un dedito recostada sobre los almohadones blanditos que desprendían olor a Vick Vaporuv, como toda yo. El zumo venía a mí, el termómetro venía a mí, las natillas caseras también. Era, dentro del malestar que te acasionaba el no poder respirar normalmente o el tener un puñado de cuchillas gillettes a modo de amígdalas, un placer en toda regla. Sin más obligaciones que dejarse cuidar, mimar, recibir besos y abrazos curativos.
Y estaba tan feliz con mi dolor de garganta y mi fiebre de treinta y nueve, que me esforzaba en cada visita al médico tosiendo con ímpetu, frunciendo el ceño a lo carapena, agudizando los alaridos cada vez que me palpaba los ganglios... para extender el periodo vacacional un par de días más, a ver si aguantaba hasta el jueves y escuchaba las palabras mágicas de mi madre: "ya para un día, te quedas en casa y vas el lunes, no te vayas a poner peor".
Hoy me he levantado nostálgica, con un catarrazo y una familia. Imagino que lo mismo que la mayoría, he dado bibes, cambiado pañales, hecho puré/ croquetas/ sopa de mariscos para la comida de los cuatro, he cambiado pañales, cambiado pañales, cambiado pañales (malditas ciruelas), jugado en la alfombra, jugado en el parque, he mediado en un combate a muerte por la posesión de una pieza de lego, he puesto lavadoras, recogido más juguetes que un reponedor de Toysrus, he dado meriendas, baños, bibes, aerosoles, cenas, he cantado el gato grande que hacía ro ro, las he mecido, acunado, abrazado y besado hasta límites insospechados... y todo eso sin soltar mi rollo de papel higiénico (esto lo aprendí de mi amiga Carmen mientras estudiábamos la carrera, da para muuuucho más que el paquetito de clinex), sin pensar en ponerme el termómetro y sin ver ni oir bien por la tremenda invasión que tengo en toda la zona de lo que viene siendo el cuerpo humano.
Pero todo esto, mi catarrazo, el intentar airear la casa y que a la vez las niñas estuvieran calentitas, el echar de menos que alguien me pregunatara si quería un zumito de naranja o un vasito de leche con miel, no es absolutamente nada comparado con lo que ha sufrido mi querido.
A media tarde ha estornudado tres veces seguidas tras lo cual, se ha puesto como un resorte la mano en la frente. De la impresión se le ha cortado el cuerpo y ha tenido que salir pitando al baño, de donde ha salido sudando como un pollo (enfermo claro), porque estaba más que claro que un virus maligno se había apoderado de él. Ha llegado a casa en taxi por si se mareaba conduciendo y se ha ido derechito a la cama con su pijama de abuelo y su bata a juego. Me ha pedido una bolsa de agua caliente, el termómetro y que llame al Dr. Remedios porque está muy mal. También me ha pedido que le ponga la tele de la habitación a ver si se distraía con el partido de Champions.
Se ha tomado un paracetamol en el descanso con media tortilla de patatas y una cerveza "no vaya a ser que me deshidrate, cari".
Ha llamado a su madre para contarle lo malito que estaba y su madre me ha llamado a mí para decirme que lo mejor es una infusión de manzanilla pompadour con dos partes de agua y una de ginebra, que es un remedio de toda la vida que viene fenomenal (¿fenomenal para qué?)
Al rato le escuché:
- CARIIIIIiiiiii...iiii...aaaayyyyyy...cariiii
- ¿Puedes esperar a que termine de ver Modern Fámily?- supliqué
- No CARIIiiiii... AAAAYYYYYYSSSSS- contestó agónico
- Dime- dije- ¿qué (te pica) quieres?- pregunté desde el salón
- ¿Tenemos algún Rosario?- dijo con voz de algún secundario de los Walking Dead.
- No querido, no tenemos- le contesté intentando pillar algo del final de la serie.
- ¿Tenemos garbanzos?- me dijo con aquella $@#&$*# voz
Extrañada y optimista (¿se pondrá a hacer mañana un cocidito aprovechando que no va a ir a trabajar?), le dije que sí.
-¿ Me puedes traer cinuenta y nueve y un poquito de hilo para hacérmelo yo mismo?- dijo- Aaaaaayyyyyy creo que estoy viendo la luz al final del túnel- concluyó.
A los dos minutos y medio estaba roncando. Y yo contando garbanzos.
Me rindo. Está claro que de ahora en adelante me tendré que cuidar yo cuando esté enferma. Y si tengo suerte y soy la única de la casa que lo está, lo mismo hasta puedo dormir seis horitas del tirón por la noche.
Pues eso, que me mejore.