viernes, 25 de octubre de 2013

El experimento legendario

Cuenta la leyenda, que en algún rincón del mundo, existió no hace mucho tiempo un hombre que encontró algo a la primera. Y yo, que soy muy fan del Iker de los fantasmas y además tengo un vecino que se pirra por encontrar documentos amarillos de debajo de las piedras, me puse manos a la obra y me propuse encontrar a dicho especimen para llevarlo, como poco, al Museo del Prado para que lo expusieran junto a las Meninas, que no merece menos.
Ya sé, ya sé que estáis todos en plan agnósticos de "hasta que no nos enseñes la patita por debajo de la puerta, no te creeremos". Pues no os preocupéis que lo tengo todo calculado.
Para que la cosa fuera en serio y que nadie me tomara por una que confunde el vodka con el café por las mañanas, pensé que lo mejor era hacer un experimento previo tomando como sujetos pacientes a mi Querido y a mi vecino el historiador, que son los dos hombres que tengo más a mano porque uno vive en mi casa y el otro a diez peldaños. Y como buena investigadora detestivesca que soy, lo mantuve en el más absoluto secreto de confesión. 
Además me compré una agenda monísima y una gabardina ideal a juego. Las gafas las dejé por falta de presupuesto económico del proyecto.
Y comencé la investigación.

DÍA  1:  8:45 de la mañana
             Objetivo: Tamaño XXL.
             Sujetos: Querido y querido vecino (en adelante Q Y qv)
            Situación: Q y qv han de llevar a los niños al colegio. A los pequeños se les ha vestido, peinado y alimentado. 
            Misión: Encontrar a los niños de, aproximadamente, un metro de estatura y complexión normal. El objetivo femenino lleva un lazo en el pelo de color rojo y de medidas enormes para facilitar su hallazgo en caso de pérdida. 
             Conclusión: Q y qv han empleado cuatro minutos en hallar a los dos objetivos filiales que esperaban pacientemente en el sillón viendo Plaza Encanto, a que Q y qv se pusieran sus aparatos de visión ampliada, también llamados gafas, y los encontraran.  En su defensa, han argumentado que los niños ya son mayorcitos para vestirlos con estampados de fundas de sillones y que además, no han pegado ojo con las toses de los niños mimetizados.
            
DÍA 2: 14:45 de la tarde
            Objetvo: Tamaño L
            Sujetos: Q y qv.
        Situación: Comida familiar en casa de qv. Mesa puesta, comida preparada, niños alimentados y lobotomizados viendo Peppa Pig en un bucle sin fin.
           Misión: Se le pide a qv que abra la botella de vino.
         Conclusión: qv primero y Q después, han tardado trece minutos y diez segundos en abrir la botella de vino que reposaba, solitaria, en la encimera de la cocina. Trasncribo conversación para que quede constancia empírica e hilarante.
              qv: qué botella
              Q: ja ja ja, si es un perro te muerde, vecino. Quita que voy yo.
              qv: no, no vengas, si es que aquí no está. ¿No queréis mejor un refresquito?
              Q: el refresquito luego para el ron. Voy para allá... anda.
              qv: que no hay, que no. Yo sólo veo aquí la Brita, el frutero... anda, que sí, que estaba aquí ES-CON-DI-DA.
              Q: traete el sacacorchos también que aquí no está.
              qv: cómo que no si lo he llevado yo antes
              Q: pues te lo habrás vuelto a llevar porque aquí te digo que no está.
              qv: treate una silla del salón que a lo mejor lo ha puesto MI MUJER en la balda de arriba del todo y no lo veo.
              Q: Qué silla
              qv: la que veas
               Q: ¿Ésta?
               qv: No, ésta no que ya está sentada tu hija encima. Coge otra.
               Q: Todavía me tomo una cerveza.
               qv: Pues abre la nevera que tiene que haber alguna
               Q: ¿dónde?
               qv: Ahí
               Q: Pues se os han acabado.
               qv: vamos a picar algo que se nos enfría. Ahora viene mi mujer que es una fenómena encontrando objetos perdidos.
               Q: vale, pero coge la brita para pasarlo con agua por lo menos.
               qv: ¿Qué brita? ¿Te vale un vaso de agua?

Finalmente descubren el sacacorchos encima de la mesa al cogerlo por error cuando querían coger un cuchillo para untar el queso. Abren la botella y se congratulan ampliamente por la proeza conseguida.

DÍA 3: 20:45h de la noche
            Objetivo: Tamaño S
             Sujetos: Q
           Situación: Una de las niñas tiene fiebre. Se requiere al sujeto Q en el dormitorio con el bote de apiretal.
            Conclusión: Soy una mujer malvada y aburrida que se dedica a fabricar escondites recónditos en casa en los que guardar el apiretal, el monitor del vigilabebés y el termómetro gigante de las niñas para reirme de mi paciente esposo y luego contárselo a mis amigas, las cuales me imitan en dichas actividades propias de mujeres que trabajan en la brujería. 
                            El apiretal estaba en su sitio: en el mueble del baño de las niñas, junto al termómetro gigante luminoso. El vigilabebés estaba donde siempre: debajo del sillón del comedor.



Una vez realizados mis experimentos empíricos caseros y habiendo concluido en que el ser humano masculino es incapaz de encontrar algo a la primera, me dispongo a profundizar en la leyenda que me quita el sueño, en encontrar a ese hombre capaz de hallar la aguja en el pajar, la paja en su ojo y a los tres en un burro.

Confío en Google para un primer acercamiento en el tema y me sorprendo gratamente al encontrar una primera pista que sitúa el origen de la leyenda en una pequeña pedanía extremeña: Gévora. Y aprovechando que Querido tenía un par de días de vacaciones y se podía hacer cargo de las niñas, cogí primero un blog de posits para señalizar toda la casa (haciendo hincapié en el armario/cajoneras de las niñas) y el coche después, y allí que me planté.

Gévora se encuentra a unos cinco minutos andando de Badajoz, aproximadamente. Es un conjunto de casas sobre el que destacan un par de buenos asadores a los que los pacenses solemos asistir con cierta frecuencia a cenar en las bochornosas y saharianas noches veraniegas. Entiendo que, dado el reducido número de vecinos, será fácil que alguien me indique algún dato más sobre el protagonista de la leyenda. Y así es: la prima hermana de la vieja del visillo, me lleva hasta la misma puerta de la casa en la que vive (¡vive! ¡es un mito viviente!) el jóven Rodrigo, que así se llama. Me pone al día de prácticamente la vida de todo el pueblo y me deshago de ella prometiéndole volver más tarde con una grabadora y de aceptarla como amiga en Facebook. 

Y allí me encuentro A unos pasos de una leyenda viva. A unos metros de comprobar si realmente aquella proeza tuvo lugar, si en verdad es un hombre tan poco hombre que es capaz de encontrar algo, ya no digo a la primera, ¡a la segunda!... Estoy a unos segundos de saber si existe una mujer en el mundo que seguro llora de emoción cada día, cuando le pide a su marido que traiga por favor el salero de la cocina...¡y él se lo trae!. Y no aguanto más. Con mano temblorosa llamo al timbre y espero. A los pocos segundos, un señor bajito y look a lo Woody Allen me abre la puerta. Es él. Lo sé porque la prima hermana de la vieja del visillo me hace una señal con el puño cerrado y el pulgar hacia arriba al tiempo que me guiña un ojo y se da una plamada en la pierna que a la fuerza le ha tenido que doler.
Miro al hace unos años, joven Rodrigo y noto que a medida que pasan los segundos, voy percibiéndolo más y más atractivo y sumamente sexy. 
Es él... el hombre de los sueños de tantas mujeres. 
Me invita a pasar y tras una larga conversación, me informa de que todo comenzó un día que al ir a por una toalla de baño limpia, la encontró a la primera indicación de su mujer. Algo extrañados, descartaron fiebre o que fuera una mujer encerrada en un cuerpo de hombre y decidieron seguir probando para acudir a un especialista en caso de verlo necesario. Y ocurrió de nuevo: encontró la mantequilla en la nevera, un boli para apuntar un teléfono, la cartera en el bolso de su mujer... y un largo etcétera. Yo escuchaba con la piel de gallina, sin parpadear ni una vez y con los ojos bañados en lágrimas.
Luego me explicó que cuando su mujer lo contó en la pescadería, las vecinas dejaron de hablarle, se dedicaron a perseguirlo a él por todo el pueblo y a regalarle tangas de colores sin motivo ninguno. Después vienieron centenares de mujeres en autobuses fletados desde cualquier punto de España. Todas con sus tangas en la mano, con sus pancartas de "Rodrigo te quiero de marido", con sus bocadillos de tortilla sentadas en la plaza del pueblo esperándo a ver siquiera el coche de su ídolo. Y aquello se le fue de las manos. Así que su mujer un día, harta de tanto acoso y de tantas malas lenguas, se subió en una escalera en mitad de la calle un día de mercadillo y con voz potente y segura sentenció:
-"Mi marido es un farsante. Es, como cualquier hombre, incapaz de encontrar nada a la primera. Y si queréis pruebas, aquí la tenéis: ¿Os acordáis del día en que llegó al pueblo y se quedó a vivir con nosotros? ¿Sí? Pues no lo hizo por ser el nuestro un pueblo de grandes posibilidades como dijo aquel día, no. Lo hizo... ¡¡porque no fue capaz de encontrar Badajoz!!". Se bajó y entró en su casa. Y nadie nunca más volvió a perseguir al ya madurito Rodrigo.
Reí divertida con la anécdota y le pedí si por favor, tendría sacarina para el café en lugar de azúcar. Volvió de la cocina media hora después y sudando. Y ahí empecé a sospechar. En dos ocasiones más le requerí una servilleta primero y, la prueba definitiva, un termómetro después porque me encontraba algo destemplada. El sudor se le había extendido por toda la camisa y le había empapado el pelo. Lo tenía contra las cuerdas... así que le di el golpe de gracia.
-"¿Podrías por favor, acercarme al hotel en coche?"- le pregunté
-"Imposible. Me desplazo en bicibleta"- me contestó.
Ya lo tenía. Mis ojos se clavaron en los suyos, los goterones afloraron de nuevo, las manos le temblaban, los labios, las venas de la frente. Y al final explotó.
-"Sí, soy un farsante. Yo mismo coloqué aquellos objetos allí para que mi mujer creyera que soy el que no soy! Y no tengo coche, no. ¡No lo tengo porque no lo encontré al salir del carrefour un día que fui a hacer la compra!¿Contenta?"- me dijo con los ojos bañados en lágrimas.
-"Más que contenta, satisfecha"- contesté. 

Y volví a los brazos de mi Querido más feliz que nunca porque el sí que encontró lo que buscaba casi a la primera: a mí. ¿O no?


4 comentarios:

  1. Jajajajajajajaja, ay tía, pero qué relato más genial!!! Me PIRRA tu imaginación.... aquí me tienes a las 7 de la mañana desayunando y leyendo tu post descojonada, mari...

    Eres un crack, mari, sencillamente la ostia.

    MUAAAA

    PD.- Buenísima la conversación del vino entre Q y qv, jajajajaja XDD

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  2. Qué final más real y bonito!!! ¿qué harían tu Q y el qv sin ti y la respectiva del qv?.....pues nada de nada en la vida.

    Me ha encantado!!!

    La vecina del 4D

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  3. Vamos a ver, no es una cuestión de esconder las cosas (que también, pero eso es otro tema), sino de costumbres y especificación. Me explico.

    Costumbres: Si un objeto suele estar en tal sitio, pero "alguien" lo cambia de lugar, se complica su localización.

    Especificación:
    -Tráeme tal cosa.
    -¿Dónde la has dejado?
    -En casa.
    -¿Puedes especificar más, por favor?
    -Sí, en el interior.

    En fin.

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  4. XDXDXDXDXDXD tan real como la vida misma!!!! aún se me caen las lagrimillas de la risa...

    En fin, no es un premio Planeta, ni un Pulitzer, ni se acerca, pero te he dejado un premio en mi blog, pasa cuando quieras a por él!

    http://elrincondemeriyou.blogspot.com.es/2013/11/esto-va-de-premios.html

    Besinos

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