domingo, 1 de septiembre de 2013

La despedida

Llega una edad en la vida de una mujer casada y madre de familia, en la que asistir a una despedida de soltera se asemeja al momento en el que le abren las puertas a los toros del toril y sale como alma que lleva el diablo. Y ha de ser antes de que sus retoñas se le agarren a las piernas llorando a moco tendido y le hagan dudar un nanosegundo antes de dedicar un  "Sayonara baby" a su paciente, abnegado y comprensivo esposo del que duda, por su aparente estado de haber sufrido una lobotomía frente a la tele, que se haya enterado de que esta noche ella vaya a salir. Sola. De despedida de soltera.

Me monté en el taxi completamente convencida de que si me viera Darren Star, me fichaba para ser la nueva muy mejor amiga de Carrie  en la séptima temporada de Sexo en Nueva York. Me salía el glomour por los poros; por el vestido de Antonio Pernas que me disimulaba el ancho de caderas y el estrecho de pecho; por las sandalias de Valentino que  me disimulaban mi precaria situación económica y que me había agenciado en Privalia por un cuarto de su valor real; por mi perfume de Chanel que regalaba de muestra la Telva este mes; por el joyerío que me gastaba comprado la tarde antes en el Bijou Brigitte... vamos, que si me cruzara con Paula Echeverría esta noche, me sacaba en su blog fijo.

Con un nudo en el estómago de la emoción contenida y de la regresión a los veinticuatro que estaba sufriendo, le pedí al taxista que me pusiera por favor RadioOlé para ir ambientándome y ver si se me iba el maldito "No te vayas mamá, no me dejes así, adiós mamá, pensaré mucho en ti" que tenía metido en la cabeza desde que salí por la puerta de casa. El "Sueño contigo, que me has dado, sin tu cariño no me habría enamorado" realizó su cometido perfectamente. 

Habíamos quedado en un restaurante muy chic, muy cool y muy caro en el que la futura novia tenía antojo de asistir en su despedida, intuyo que mayormente, porque la novia en estos casos es invitada por las amigas que lo hacen encantadas y sin rechinar los dientes ni nada.

Y allí que nos plantamos las seis: cinco madres de familia y una soltera empedernida que había encontrado al amor de su vida en una gasolinera (Sueño contigo, qué me has dado, sin tu cariño no me habría enamorado) cuando él, caballero andante de noble armadura llamada también Mercedes Benz, acudió raudo en ayuda de la dama marcada con la "L" escarlata en las traseras de su recién estrenado carruaje, sujetándole la manguera con la gallarda valentía del que vive para acudir presto a la llamada de una doncella en apuros. Pero todo el mundo tiene derecho a cambiar y la soltera empedernida empezó a soñar con ramos de peonías y pruebas de vestido y el galán de noche se sorprendió pensando en ella cada vez que intentaba pensar en otra. Así que compró un solitario talla baguette, un Moët &Chandom Rosé y dos cepillos de dientes y se la llevó con los ojos vendados, a su apartamento de Altea. No salieron en tres días, lo que tardó ella en necesitar ir a la peluquería y en llamar a su madre para decirle que era feliz como nunca, que se llamaba Rodrigo y que se casarían en septiembre en su finca de Extremadura. Su madre se hizo una cuenta de Facebook en ese momento para poder contárselo a todo el mundo en en mínimo tiempo posible.

Entramos en el restaurante a cámara lenta, sonriéndonos y haciéndonos la ilusión de que un ventilador gigante nos recibía acariciándonos la melena y dándonos ese halo de divinas divas podridas de pasta. Media docena de camareros de inmaculadas chaquetas blancas nos retiraron las sillas y nos ofrecieron así, nada más llegar, unas copas de champange y dos ostras por cabeza. Felicidad suprema. 

Cenamos lo que le apeteció a la novia que, embriagada de felicidad y de copas de vino, obviaba el precio de los platos y reía a carcajadas cuanto más deconstruído y desnutrido estaba el que había elegido. Así que la embriaguez fue común y bastate rápida, teniendo en cuenta el escaso alimento que teníamos en nuestros estomaguitos. 

Y llegó el momento más temido por todas las novias. Se acercó contoneándose como un gato en celo, le sirvió el chupito de Vodka caramelizado sin quitarle los ojos de encima, se modió el labio y oh, sorpresa! el jóven camarero que nos había estado sirviendo el vino toda la noche era... era un stripper! La novia, con un ojo mirando al centro de mesa y con otro al centro de inteligencia masculina del camarero, mantenía una sonrisa a lo Mona Lisa de lo más inquietante. No sabíamos si quería abrazarnos/le o matarnos/le. Gracias a que estábamos en un reservado, todas nos desmelenamos un puntito y aplaudíamos al unísono los movimientos casi epilépticos del muchacho. Todas menos dos: la novia intrigante y Teresa, la cuñada de la intrigante. Ella también lo miraba, pero a la cara. Le buscaba los ojos, se mantenía en esa posición un rato y bajaba la cabeza farfullando algo entre dientes. De nuevo los ojos... de nuevo los farfullos. Y de pronto, en el mismo momento en el que el epiléctico bailarín iba a deshacerse de su minúsculo (y horrendo, que todo hay que decirlo) taparrabos, Teresa saltó como un resorte.
-"!Tú eres el hijo de Maite Carreras, compañera mía de infantil el año en que nos destinaron a las dos al Entrín Bajo!" - y tal y como lo soltó, se sentó y empezó a tocar las palmas al ritmo de la canción que ya nadie bailaba.
El muchacho se acercó, le puso al día de la vida de su madre, nos dio dos besos a cada una y se fue con los doscientos euros que le dimos entre todas para ayudarle  a pagar el piso de estudiantes este mes.

Intentamos ponernos de nuevo a tono en un pub, bailando a la vez que discutíamos sobre si Matt Boomer tenía que ser o no el Christian Grey cinematográfico pero como llegamos rápido a la conclusión de que sí, nos vinimos abajo recordando de nuevo al hijo de Maite Carreras. Y no por nada, sino porque nos habíamos sentido muy mayores. Bien es cierto que Teresa nos sacaba algunos años al resto pero la única que canturreaba las canciones que pinchaban era la novia. El resto esperábamos que de un momento a otro sonara El Tallarín para deslumbrarlos a todos con nuestra coreografía tantas veces ensayada en casa.

En sabio consenso, decidimos entre todas, que lo que nos apetecía de verdad era sentarnos en una terraza y tomarnos una copa tranquilamente, en una mesita baja donde poder descalzarnos un ratito de los terribles taconazos y hablar sin hacerlo a voces. 

Y eso es lo que hicimos.

Hasta que aquella musiquilla en nuestras cabezas empezó a volverse insoportable... y llamamos a seis taxis para que nos devolvieran a nuestras casas. En el camino de vuelta no pedí cambio de emisora; me regodeé en mis pensamientos sabiendo que dentro de muy poquito, iba a darles el beso de buenas noches que llevaba un rato añorando...  "No te vayas mamá, no me dejes así, adiós mamá, pensaré mucho en ti"

5 comentarios:

  1. Me ha encantado... no dejas de superarte!!!

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  2. Genial como siempre y voy morir de risa con el hijo de La Cabrera! Jajajaja

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  3. ay nenea, os he visto, os he visto, embuídas en ese halo de glamour
    Genial siempre como nos diviertes.
    Y el blog ¡¡¡precioso!!
    Un besazo

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  4. Como no, genial e inconfundiblemente Bego ...........besitos

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  5. Jajaj el otro día no me dejó comentar por el móvil pero me encantó y hoy he vuelto a leerlo para reirme otro ratillo.

    Un beso Bego

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