¿Me
hago mayor?
Mis padres llevan
unos días la mar de raros. Mi madre no deja de apretarme los mofletes lanzando
suspiros al aire y mi padre, bueno, mi padre es caso aparte. Hoy se ha empeñado
en que le acompañara mientras se afeitaba porque quería hablarme de una
historia sobre hacerse mayor y romper no sé qué cascarón. Yo le decía que sí
muy convencido porque tenía prisa por irme a jugar con un bote gigante de
plastilina que me había regalado la abuela esta mañana.
- “Toma”- me dijo
un poco misteriosa- “ya tienes edad para administrártela tú mismo”. Y luego me
dio uno de esos besos compuestos por interminables minibesos que sólo saben dar
las abuelas.
La otra tarde
fuimos casi toda la familia a la tienda de Manuela. Es una tienda muy pequeña y
muy oscura que lleva toda la vida del mundo vendiendo ropa a los albañiles,
camareros, médicos y maestros de mi barrio. Yo no entendía muy bien qué
hacíamos allí, porque una cosa es decir que de mayor quiero ser maestro de
colegio y otra muy distinta es que quiera serlo ya… si al menos tuviera ocho
años y supiera tantísimo como mi madre, lo pensaría.
La señora Manuela
me probó tres pantalones, tres jerseys y tres camisas muy parecidas a un
pantalón, un jersey y una camisa que tiene mi padre. Mi madre lloraba, mi tía Teresa
lloraba y mi padre hacía fotos con su teléfono pidiéndome unas sonrisas que,
sinceramente, no creo que pegaran mucho con la ropa qué llevaba. Yo me veía más
de Director General del Mundo o similar. Pero él estaba tan ilusionado que aún
así, yo sonreía.
Y de repente
aparecieron por mi casa montones de ceras de colores, cartulinas, libros para
colorear, pegamentos, tijeras, más plastilina… ¡me puse tan contento que no
sabía por dónde empezar! Pero mi madre, que desde que me acuerdo parece que
tiene el superpoder de leerme la mente, apareció moviendo ese dedo que sirve
para decir que “no” a la vez que hacía ese ruido que también utiliza para
dormir a mi hermanito pequeño:
-“chtu-chtu-chtu”- me dijo.
Me senté con mi
plastilina nueva porque ya sabía que el superpoder se había chivado de mis
planes.
Esa noche, al irme
a dormir, mi padre me dijo que tenía una historia nueva que contarme.
-“Vale, pero que
sea del Duende Puck”- le advertí sin rodeos.
Él asintió y
comenzó:
“ Puck se levantó
aquella mañana con una sensación extraña en la barriga. Sabía que no era hambre
ni dolor y que no le gustaba demasiado. Su mamá le dio montones de besos por
todas partes y por un momento, aquella sensación dejó de molestarle. Pero al
rato volvió. No le dejó comer, ni jugar, ni ver dibujos tranquilo. Sólo quería
abrazarse muy fuerte a papá y mamá y no despegarse nunca. Pero al irse a
dormir, comprendió lo que pasaba:¡mañana empezaría a ir al colegio de los
duendes mayores! Se había olvidado del todo hasta que vio a mamá prepararle el
uniforme y la mochila para el día siguiente.
- “Ya verás Puck,
te vas a divertir muchísimo”- le tranquilizó su madre mientras le arropaba.
-“ Pero mamá, yo
no quiero ir! No conoceré a ningún duende. ¿Y si no quieren jugar conmigo?”- le
dijo Puck apretando su mano todo lo que podía.
- “Ya verás, mi
vida, te lo pasarás tan bien que querrás volver cada día”. Y se acostó a su
lado abrazándole fuerte.
Cuando a la mañana
siguiente Puck llegó al colegio, no podía creerse lo que vio. Dentro de la
clase más preciosa del mundo, había un montón de duendes riendo y esperando
impacientes para empezar a aprender.
Y no lo pudo
remediar: sonrió feliz al ver lo que le esperaba. Duendes con los que jugar a
piratas e inventar mil travesuras, letras que leer, cuentos que escuchar… y una
maestra con una larga trenza pelirroja que le enseñaría montones de cosas
divertidas.
A partir de aquel
día, Puck acudió feliz al colegio de duendes mayores.”
-“Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado”- dijo papá.
-“¿Todo esto del
cascarón, la ropa seria, los suspiros de mamá, las cartulinas nuevas con las
que aún no puedo jugar… es porque voy a ir al colegio, papá?”- le pregunté
mientras se me cerraban los ojos de sueño.
Me dijo muy bajito
que a veces, los papás le dan mucha importancia a algunas cosas que no la
tienen pero que solo es porque, esas veces, se olvidan de que ellos también
fueron niños y de lo maravilloso que les parecía crecer.
Yo no entendí lo
qué quiso decir. Apenas lo escuché mientras Puck me llamaba desde la puerta de
su clase para que me sentara junto a él.
FIN
Abril 2012
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