jueves, 25 de abril de 2013

El consultorio

Cuando, en mis años de universidad soñaba con las palabras que dirigiría "a mis familiares y amigos que tanto me han apoyado en el duro y mágico camino andado hasta recoger este inmenso honor de manos de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias", no pensaba que todo iba a quedarse en dar respuestas al tun tun en un consultorio sentimental del dominical menos leído del territorio nacional.
El caso es que es cómodo (puedo ir contestando mientras hablo por teléfono con mi madre), es reconfortante (ayudando al prójimo como a mí misma), te otorga un poder sobrenatural (decidiendo y metiéndome  en las vidas de los demás como si de Telecinco se tratara) y  no tengo que lavarme el pelo si no me apetece para ir a trabajar. Además, muchas veces es hasta divertido, sobre todo consultas del tipo:

" Hola Pandora Encriptada
soy Rosquilla Enamorada y te escribo porque tengo un problema. Mi novio, llamémosle Unicornio Desbocado, lleva tiempo queriendo insertar su cuerno del placer en mi rosquilla del amor. Yo tengo dudas ya que dejaron de publicar la Superpop justo el mes en que iban a dar las Claves para saber si estás preparada para ser insertada y estoy un poco perdida. ¿Qué debo hacer? Y por último, decirte que el otro día estuve pensando en el cuerno de Unicornio antes de dormir, ¿crees que podría estar embarazada?.
Espero ansiosa tu respuesta.
Una Rosquilla Confundida"

También las del tipo:

"Hola Pandora Encriptada,
me llamo Virgen57 y estoy desesperado por conquistar a la mujer de mis sueños. ¿Podrías darme algún consejo para que caiga rendida a mis pies e ignore mis grandes orejas, mi ceja superpoblada y mi halitosis crónica? ¿Podría fotocopiarle mi título de manipulador de alimentos para que sepa que tengo estudios? Yo he intentado hacérselo llegar e incluso hasta he llamado a la tele el día que trataban el tema de la hiperhidrosis para matar dos pájaros de un tiro y hacer mi consulta a la vez que hablaba con ella, pero no me cogieron el teléfono. Si hablas con ella, dile que la invito a cenar cuando quiera en CaFulgencio, el mejor pestorejo garantizado. Se llama Mariló.
Suyo siempre, 
Virgen Desesperado"

O estas otras:

"Hola Pandora Encriptada
te pido consejo sobre qué debo hacer. Verás, el otro día me dijeron de que mi marido me era infiel con una compañera del trabajo, dos vecinas, una oveja y tres señores con bigote. Además he encontrado en el armario una peluca tipo Mónica Naranjo y unas plataformas de lentejuelas pero a mí no me gusta desconfiar así como así y en el fondo, creo que lo hace para llamar mi atención. ¿Crees que sigue enamorado de mí? 
Gracias, 
Inocencia Perpetua"

Hay de todo; consultas que tras leerlas sientes el impulso irrefrenable de sacudir enérgicamente por las solapas al consultor, otras en las que te parece mentira que exista tanta estupidez humana concentrada en una única persona; otras que te hacen reir... e incluso algunas que te hacen llorar.

A propósito de este último tipo, hace unas semanas recibí una carta de un jóven que relataba una historia cuanto menos, especial.

Martín, que así se llamaba, moría de amor. Y lo hacía regularmente. Martín amaba a cada mujer con la que empezaba una relación pero el tiempo y el uso, hacían menguar poco a poco el sentimiento y cuando ya no quedaba nada, Martín moría por él.
Adoraba sentirse vivo cada noche que pasaba junto a una mujer; adoraba no poder dejar de sonreir en medio de un entierro cuando, en su mente, revivía los momentos de la noche anterior; adoraba los priemeros abrazos, los primeros despertares, los últimos besos antes de dormir.
Martín era hombre de flores, de perfumes y de teatros. Era uno de esos amantes de guante blanco, de los que te roban el corazón con una mirada.
A estas alturas yo también pensé que me había enamorado de él. Cerré el portatil y me fui a dormir. No fui capaz. 
Martín odiaba hacer daño a quien hasta ese momento, tanto había amado, pero no se permitía dar marcha atrás porque según decía, cuando el amor se ha ido, no sabe encontrar el camino de vuelta.
Y así pasaron por su vida Teresa, Paula, Cristina... una larga lista de mujeres en las que vio, en todas y cada una de ellas, al amor de su vida.
Martín moría de dolor en cada ruptura, de dolor por el amor que ya no sentía. Y tanto sufrió con la última ruptura, que se prometió luchar con todas sus fuerzas si la próxima vez que se enamorara, el amor se la volvía a jugar.
Conoció a Celia una tarde de bailes en la Feria de Abril. Lo envolvió con su melena, con su mirada mientras bailaba, con su cintura cargada de lunares. Martín la amó desde el primer beso que le robó mientras pedían manzanilla en la barra. Ella, dice, lo apartó enfadada, le miró a los ojos y finalmente le besó.
A los tres días, cogieron un avión a París para disfrutar de su amor.
Volvieron locos, hechos uno, entregados por completo el uno al otro.
Pasaron los días, los besos, los viajes... y Martín empezó a flaquear. Esa sensación que tan bien conocía, volvía a apretarle el corazón. El amor se le escapaba pero esta vez, no quería dejarlo marchar.
Pero Martín no pudo controlarlo, como nadie puede hacerlo y empezó a sentir otro tipo de amor por Celia. Un amor más parecido al cariño y en nada parecido a la pasión.
Martín luchó, se oligaba a amar a Celia como lo hizo desde el primer momento; se proponía un número de besos al día, un número de abrazos; compraba joyas que sin ilusión regalaba y hasta se aficionó a leer en la cama.
Volvió a desear a otras mujeres y a ilusionarse si le devolvía la mirada aquella en la que se había fijado. 
Martín no era feliz porque se había impuesto amar a una mujer a la que no amaba. Y mientras, ella recibía un montón de besos y abrazos vacíos cada día.
Hace unas semanas, Martín había conocido a alguien que le había devuelto la luz en sus ojos. No era amor, decía, eran risas, eran miradas, era estar a gusto con alguien sin la obligación de estarlo.  Era, dice, ilusión.
Pero su deber era otro y dejó marchar a su confidente. 

Me escribe buscando mi aprobación, una palmadita en la espalda para que le diga que está haciendo lo correcto.

Mi respuesta tan sólo fue "¿Es de verdad humano hacer sufrir a tres personas cuando las tres tienen por delante muchas posibilidades para ser feliz?
Buenas noches.
Un abrazo,
Pandora Encriptada"





miércoles, 10 de abril de 2013

Hoy quiero confesar

                                                                            Dedicado a la Princesa Mayor del Reino

Hay veces en las que a una le apetece desnudarse, deshacerse del atuendo de madre ejemplar, amante esposa y amiga de sangre y confesar la verdad. Así que hoy confieso: Me llamo Fulana de Tal y soy... tremendamente competitiva.
Todo empezó cuando nací y me enteré de que había quedado segunda. Sospeché algo durante mi estancia en el útero materno que, aunque bastante limpio y acogedor, tenía un cierto halo de "segunda mano" que no sabría describir. Me había costado mucho llegar la primera a la fecundación porque, aunque la mayoría iba en plan "manada" o "sábado por la mañana en Ikea", había un grupito de cinco corredores muy devotos que habían hecho la promesa al Gran Testículo de que o entraban juntos o no entraría ninguno.Y yo, que las pillo al vuelo, me hice coleguita del que me pareció más flojo (diciéndole lo típico, que lo había visto por ahí, que si era igualito de Joselito, el Pequeño Ruiseñor, que si luego se podrían llamar los CarrionsFive, en fin, cosas que se dicen en el frenesí del momento) y cuando quedaban apenas unas micras para entrar al óvulo, le guiñé un ojo, le enseñé mi cola, dudó un microsegundo, dudaron los otros cuatro, y yo me colé. Bueno, qué momentazo; la pena es que me quedé sin cola y bastante sola, así que me dediqué a lo mío que era convertirme en un cigoto de pro.
Luego, cuando nací, me tiré tres semanas haciendo que dormía para que me dejaran tranquila y así poder dedicarme a trazar mi plan maestro que no era otro que el de ganar a mi hermana mayor en todos aquellos campos de lo que viene siendo la vida misma. Lo que yo no sabía es que la muy traidora me observaba de cerca y que lo nuestro sería la historia interminable de:
-"¡Mira mamá, he sacado un 9!"
-"¡Mirá mamá, he sacado un 10"
-"¡Mira mamá, tengo un novio!"
-"¡Mira mamá, tengo dos novios!
-"¡Mira mamá, tengo un hijo!"
-"¡Mira mamá, tengo dos hijas!"
No digo quien es quien para mantener la privacidad de las individuas. Pero vamos, no hay que ser un lince.
Esto de la competición se lleva en la sangre. Por ejemplo, si me preguntas eso de: -"oiga perdone, ¿usted cree que un competidor se hace o nace así directamente?". Pues está claro lo que te voy a contestar. Se es o no se es, tampoco te puedes inventar serlo porque luego pierdes, felicitas al ganador en un descuido y ahí se descubre todo el percal: tú no eres un verdadero competidor, eres la vergüenza de los de mi calaña.
En esto de querer ganar a toda costa, he pasado de ser madridista a barcelonista según quién ganara la liga. Un año me hice incluso del Deportivo de la Coruña. Me hice tanto que renové todo el armario con los colores de la equipación y juré a mi entonces novio que, si teníamos un niño algún día, le llamaríamos Bebeto. Al año siguiente dejé al Depor, al novio y le escribí una carta a Amancio Ortega para que considerara el blanco y azul eléctrico como colores de moda para su colección de Zara (aún no me daba para comprar en Massimo Dutti y tampoco íbamos a ir todas iguales).
A buena esposa de mi marido no hay quien me gane. Mi marido sabe que no tiene que buscar más, lo sabe desde el día en que le sorprendí diciendo que mi comida, mi libro y mi película favorita era Tomates verdes fritos. Él descubrió en mí a una humorista, una cocinera y una cinéfila a la vez y yo descubrí que las mujeres sabemos más que los ratones colorados (y que no era seguidor de los Simpsons, de donde había copiado vilmente mi frase). 
De un tiempo a esta parte sospecho que sabe lo de mi obsesión por ganar en todo. Hace tres semanas me dijo:
-"Cariño, sabes que Mengana, la mujer de Citrano, le ha preparado una cena a base de marisco y cervezas para diez amigos la noche de la Champions y ella se fue a casa de su madre a dormir para no molestarlos?"
"Será perra"- pensé. Y la noche de la final tenía preparada una mesa con cuarenta bocadillos de panceta recién salida de la barbacoa, doscientas Coronitas heladas con su limón cortadito y el Interviú de la Belén Esteban, que buena esposa sí, pero tonta tampoco. Yo me fui a un hotel con spa esa noche con mis niñas por el mismo motivo por el que la Interviú era el de la Esteban y no la de Pilar Rubio, por ejemplo.
Otra noche me contó, como de pasada, que la misma Mengana le había regalado al mismo Citrano, una televisión con highresolution TGR con dolvipremium integrado en red y con dos años de Gol TV pagado por adelantado.
"Este zorrón me está buscando las cosquillas"- volví a pensar. Y al Media Mark de cabeza porque a mí, a buena esposa no me gana ni mi prima Ángela, felizmente casada desde hace quince años con Dios. 
El caso es que, aunque algo dentro de mí me decía que lo sabía todo y que me estaba poniendo a prueba, otro algo también dentro de mí, me decía que no perdiera tiempo en pensar y me dedicara a lo que mejor sé hacer: ganar.
Después de toda esta confesión, muchos os preguntaréis por mi reacción cuando por cualquier causa desconocida, pierdo.
Pues bien, no lo puedo decir. Lo mismo pronto sois testigos de ello porque esta última competición no la voy a ganar: hoy me ha contado mi marido que Mengana le ha regalado a Citrano por su 40 cumpleaños, un trío con la rubia de la oficina.
Los hay con suerte.