martes, 19 de marzo de 2013

Felicidades Papá

Había una vez, en un rincón del mundo, un papá pluriempleado.
Este papá era astronauta y comandante de cohete espacial. Un día, su hija mayor se fijó en la Luna, la Luna se dio cuenta y la hipnotizó para que no dejara de mirarla nunca. La hija mayor sentía verdadera pasión por la Luna; pasión que se extendió a las estrellas, los planetas y los cometas. Así que papá se sacó de la manga un cohete cubierto de luces y equipado con docenas de botones para poder llevar a su niña por todo el Espacio Exterior. Y ella aprendió a ponerse un traje de astronauta, a andar flotando sobre la luna, a llamar por su nombre a Venus ("que es un planeta que parece una estrella pero que es un planeta"- solía contarle a su mamá después del aterrizaje).
Este papá era también mecánico. Otro día su hija mayor se dio cuenta de que había arreglado "sin querer" el mando de la tele y le entró el gusanillo de la mecánica. A papá, que también es ingeniero, se le hinchó el pecho de puro orgullo al pensar en que su hija mayor seguiría sus pasos  y empezó por enseñarle su caja de herramientas... y la pequeña manitas aprendió a distinguir rápidamente una llave inglesa de una allen. Y tanto aprendió que no dejaba pasar ocasión cuando veía algo roto... o con posibilidades de romperse. Papá y su hija mayor cogían sus herramientas y chocaban las manos al grito de "Equipo Umiiiiiiiiizumiiiiiiii", y allá que iban felices a cambiar una pila o a darle cuerda al muñequito de la hija pequeña.
También era un papá caballito, un papá columpio y un papá pirata que surcaba los mares con la Capitana Carlota y la grumete Paloma. Esté papá era malabarista, cómico y cocinero de plastilinas. Era un papá maravilloso que cada día le demostraba a sus dos pequeñas cuantísimo las quería.

Resulta que ese papá, además de pluriempleado, es un hombre casado. Ella, su esposa, es un completo dechado de virtudes las cuales, en ocasiones (solo en ocasiones) se le suben a la cabeza y le nublan la vista impidiéndole ver que a veces (solo a veces) no tiene razón.

A esa mamá, la de las virtudes, se le olvida que ese papá tuvo el mejor maestro y que él, el Maestro, le enseñó cómo ser el mejor padre que un niño de intensos ojos azules y perenne sonrisa en la boca pudiera tener. Y esa mamá no pudo darle las gracias en persona al Maestro porque en el cielo tenían prisa por tenerle con ellos. Se fue tranquilo porque sabía que tendría línea directa con la tierra y que si alguna vez veía dudar a su hijo delante de sus nietas, le contaría bajito y al oído lo que hizo él aquella vez que..

Esa mamá tiene a veces tanto que hacer con sus niñas que olvida (a veces) que antes de todo fueron dos y que algún día (muy lejano) volverán a ser dos, o tres contando con el gato que volverán a tener.  

Y para entonces, cuando estén sólos los dos, ese papá y esa mamá chocarán sus manos como un equipo, el que fue capaz de traer a la vida a dos princesas que serán, sobre todo, dos buenas personas. 

Porque teniéndote a ti como espejo en el que mirarse, no podría ser de otra manera.

Te queremos.
Feliz Día del Padre
Tus niñas.






sábado, 9 de marzo de 2013

Una novela sexual

                                                                                            A mi amiga Ana. Por seguir siéndolo.

Después del éxito de la mil veces nombrada historia de "El señor de los azotes", mi editora no para de presionarme para que mi nueva novela tenga alguna que otra salpicadura de índole sexual.
- "Nena, suéltate el pelo, deshazte de los grilletes de tu educación religiosa, tómate dos gintonics y dame una novela que tenga enganchadas a las mujeres españolas de dieciocho a noventa años! ¡Vamos, vamos, vamos!"- me decía la muy libertina.
En honor a la verdad diré que, en mis comienzos literarios, soñé con ganar algún que otro premio Sonrisa Vertical. En aquella época las hormonas no me dejaban ver más allá de encuentros fugaces y violentos, mujeres maduras que dejaban al marido por un revolcón en medio de una autopista (tampoco tenía conocimientos de seguridad vial, como puede apreciarse), jóvenes descendientes directos de aquellos del Kronem... Aquellos años.
Después de tres novelas publicadas con aceptables críticas y ausencia total de la más mínima exposición de piel humana, me enfrentaba al reto de escribir mezclando penes y tetas con una sintaxis correcta y un léxico adecuado. Eso como mínimo.
Después de días y días encerrada en mi habitación sin despegar mis manos del portátil, encontré al fin la línea argumental que quería seguir y que tendrían lugar en un espacio común: la consulta de una psiquiatra.
Una vez lo vi claro, las musas no tardaron en llegar. No había noche, ni día, no había más que el sonido de las teclas rindiéndose al poder de mis incansables dedos. Las ideas brotaban, las palabras surgían y el Acuarius corría por mis venas a petición expresa de mi madre para que no me deshidratara.
A los doce días salí de mi habitación con el fin de documentarme concienzudamente sobre un tema que no dominaba del todo más que nada, por mi condición de mujer incapaz de entender el cerebro masculino.
Hablé con mis niñas que pasaban unos días en casa de la abuela para permitir a su madre crear en paz y armonía. Hablé con mi gato que pasaba unos días en casa de la vecina para permitirse el lujo de que alguien le alimentara y rascara a sus horas, que los gatos para eso son muy suyos. Hablé con mi marido cuando terminó de hablar por teléfono con el chico del Mcdonals que le atendía y al que muy amablemente le deseó que no fuera nada lo de su primo Eusebio. 
- "Cariño, te necesito"- le dije mientras me servía una copa de vino tinto y unas anchoas para llenar mi sufrido estomaguito.
- "Claro mi vida, ahora mismo. ¿Aquí? ¿En el sofá?"- contestó. Y al mismo tiempo se desencajaba la corbata que se quitaba un zapato.
-" Sí mi vida, pero vestido"-  dije. Y se le cayeron los palos del sombrajo.
Le conté que una de las historias que no me dejaba avanzar era la de un paciente, Antoñito Lacara, adicto al sexo desde los cuarenta y tres, cuando descubrió el cuerpo de una mujer nada más salir de la casa de su madre en una pequeña aldea de las Hurdes.
- "Porque claro, entiendo que cuando llega esa edad en la que dejáis de consumir porno, los hombres me refiero, ¿cúando puede ser?¿ veinte?, ¿veintiuno?"
Y entonces sus ojos desaparecieron de mi campo de visión, se metieron en otra dimensión, en otro mundo tan lejano que no era capaz de encontrarlos.
-"Bueno cielo, depende del caso. Yo, por ejemplo, no he comprado en mi vida ni una revista de esas, vamos que lo único que he visto son las portadas de algunas que cuelga Enrique en el kiosko cuando voy a por el Marca"- me dijo, pero sus ojos seguían levitando en alguna parte del Universo.
- "Claro cielo, lo sé, tranquilo. Me refiero a las revistas, las películas, el intercambio de correos con fotos de lo que viene siendo aestaladejabayomirandopacuenca, ya me entiendes. ¿Cuándo pasáis a la siguiente fase?
-"¿A la siguiente fase?- me decía mientras limpiaba con el dedo índice el polvo de la mesa del salón- "no te entiendo cariño".
Y ahí me quedé. Me bebí mi copa de vino, le di un beso en la frente y le dije que le quería. Por fin había logrado entenderlo todo.