viernes, 25 de octubre de 2013

El experimento legendario

Cuenta la leyenda, que en algún rincón del mundo, existió no hace mucho tiempo un hombre que encontró algo a la primera. Y yo, que soy muy fan del Iker de los fantasmas y además tengo un vecino que se pirra por encontrar documentos amarillos de debajo de las piedras, me puse manos a la obra y me propuse encontrar a dicho especimen para llevarlo, como poco, al Museo del Prado para que lo expusieran junto a las Meninas, que no merece menos.
Ya sé, ya sé que estáis todos en plan agnósticos de "hasta que no nos enseñes la patita por debajo de la puerta, no te creeremos". Pues no os preocupéis que lo tengo todo calculado.
Para que la cosa fuera en serio y que nadie me tomara por una que confunde el vodka con el café por las mañanas, pensé que lo mejor era hacer un experimento previo tomando como sujetos pacientes a mi Querido y a mi vecino el historiador, que son los dos hombres que tengo más a mano porque uno vive en mi casa y el otro a diez peldaños. Y como buena investigadora detestivesca que soy, lo mantuve en el más absoluto secreto de confesión. 
Además me compré una agenda monísima y una gabardina ideal a juego. Las gafas las dejé por falta de presupuesto económico del proyecto.
Y comencé la investigación.

DÍA  1:  8:45 de la mañana
             Objetivo: Tamaño XXL.
             Sujetos: Querido y querido vecino (en adelante Q Y qv)
            Situación: Q y qv han de llevar a los niños al colegio. A los pequeños se les ha vestido, peinado y alimentado. 
            Misión: Encontrar a los niños de, aproximadamente, un metro de estatura y complexión normal. El objetivo femenino lleva un lazo en el pelo de color rojo y de medidas enormes para facilitar su hallazgo en caso de pérdida. 
             Conclusión: Q y qv han empleado cuatro minutos en hallar a los dos objetivos filiales que esperaban pacientemente en el sillón viendo Plaza Encanto, a que Q y qv se pusieran sus aparatos de visión ampliada, también llamados gafas, y los encontraran.  En su defensa, han argumentado que los niños ya son mayorcitos para vestirlos con estampados de fundas de sillones y que además, no han pegado ojo con las toses de los niños mimetizados.
            
DÍA 2: 14:45 de la tarde
            Objetvo: Tamaño L
            Sujetos: Q y qv.
        Situación: Comida familiar en casa de qv. Mesa puesta, comida preparada, niños alimentados y lobotomizados viendo Peppa Pig en un bucle sin fin.
           Misión: Se le pide a qv que abra la botella de vino.
         Conclusión: qv primero y Q después, han tardado trece minutos y diez segundos en abrir la botella de vino que reposaba, solitaria, en la encimera de la cocina. Trasncribo conversación para que quede constancia empírica e hilarante.
              qv: qué botella
              Q: ja ja ja, si es un perro te muerde, vecino. Quita que voy yo.
              qv: no, no vengas, si es que aquí no está. ¿No queréis mejor un refresquito?
              Q: el refresquito luego para el ron. Voy para allá... anda.
              qv: que no hay, que no. Yo sólo veo aquí la Brita, el frutero... anda, que sí, que estaba aquí ES-CON-DI-DA.
              Q: traete el sacacorchos también que aquí no está.
              qv: cómo que no si lo he llevado yo antes
              Q: pues te lo habrás vuelto a llevar porque aquí te digo que no está.
              qv: treate una silla del salón que a lo mejor lo ha puesto MI MUJER en la balda de arriba del todo y no lo veo.
              Q: Qué silla
              qv: la que veas
               Q: ¿Ésta?
               qv: No, ésta no que ya está sentada tu hija encima. Coge otra.
               Q: Todavía me tomo una cerveza.
               qv: Pues abre la nevera que tiene que haber alguna
               Q: ¿dónde?
               qv: Ahí
               Q: Pues se os han acabado.
               qv: vamos a picar algo que se nos enfría. Ahora viene mi mujer que es una fenómena encontrando objetos perdidos.
               Q: vale, pero coge la brita para pasarlo con agua por lo menos.
               qv: ¿Qué brita? ¿Te vale un vaso de agua?

Finalmente descubren el sacacorchos encima de la mesa al cogerlo por error cuando querían coger un cuchillo para untar el queso. Abren la botella y se congratulan ampliamente por la proeza conseguida.

DÍA 3: 20:45h de la noche
            Objetivo: Tamaño S
             Sujetos: Q
           Situación: Una de las niñas tiene fiebre. Se requiere al sujeto Q en el dormitorio con el bote de apiretal.
            Conclusión: Soy una mujer malvada y aburrida que se dedica a fabricar escondites recónditos en casa en los que guardar el apiretal, el monitor del vigilabebés y el termómetro gigante de las niñas para reirme de mi paciente esposo y luego contárselo a mis amigas, las cuales me imitan en dichas actividades propias de mujeres que trabajan en la brujería. 
                            El apiretal estaba en su sitio: en el mueble del baño de las niñas, junto al termómetro gigante luminoso. El vigilabebés estaba donde siempre: debajo del sillón del comedor.



Una vez realizados mis experimentos empíricos caseros y habiendo concluido en que el ser humano masculino es incapaz de encontrar algo a la primera, me dispongo a profundizar en la leyenda que me quita el sueño, en encontrar a ese hombre capaz de hallar la aguja en el pajar, la paja en su ojo y a los tres en un burro.

Confío en Google para un primer acercamiento en el tema y me sorprendo gratamente al encontrar una primera pista que sitúa el origen de la leyenda en una pequeña pedanía extremeña: Gévora. Y aprovechando que Querido tenía un par de días de vacaciones y se podía hacer cargo de las niñas, cogí primero un blog de posits para señalizar toda la casa (haciendo hincapié en el armario/cajoneras de las niñas) y el coche después, y allí que me planté.

Gévora se encuentra a unos cinco minutos andando de Badajoz, aproximadamente. Es un conjunto de casas sobre el que destacan un par de buenos asadores a los que los pacenses solemos asistir con cierta frecuencia a cenar en las bochornosas y saharianas noches veraniegas. Entiendo que, dado el reducido número de vecinos, será fácil que alguien me indique algún dato más sobre el protagonista de la leyenda. Y así es: la prima hermana de la vieja del visillo, me lleva hasta la misma puerta de la casa en la que vive (¡vive! ¡es un mito viviente!) el jóven Rodrigo, que así se llama. Me pone al día de prácticamente la vida de todo el pueblo y me deshago de ella prometiéndole volver más tarde con una grabadora y de aceptarla como amiga en Facebook. 

Y allí me encuentro A unos pasos de una leyenda viva. A unos metros de comprobar si realmente aquella proeza tuvo lugar, si en verdad es un hombre tan poco hombre que es capaz de encontrar algo, ya no digo a la primera, ¡a la segunda!... Estoy a unos segundos de saber si existe una mujer en el mundo que seguro llora de emoción cada día, cuando le pide a su marido que traiga por favor el salero de la cocina...¡y él se lo trae!. Y no aguanto más. Con mano temblorosa llamo al timbre y espero. A los pocos segundos, un señor bajito y look a lo Woody Allen me abre la puerta. Es él. Lo sé porque la prima hermana de la vieja del visillo me hace una señal con el puño cerrado y el pulgar hacia arriba al tiempo que me guiña un ojo y se da una plamada en la pierna que a la fuerza le ha tenido que doler.
Miro al hace unos años, joven Rodrigo y noto que a medida que pasan los segundos, voy percibiéndolo más y más atractivo y sumamente sexy. 
Es él... el hombre de los sueños de tantas mujeres. 
Me invita a pasar y tras una larga conversación, me informa de que todo comenzó un día que al ir a por una toalla de baño limpia, la encontró a la primera indicación de su mujer. Algo extrañados, descartaron fiebre o que fuera una mujer encerrada en un cuerpo de hombre y decidieron seguir probando para acudir a un especialista en caso de verlo necesario. Y ocurrió de nuevo: encontró la mantequilla en la nevera, un boli para apuntar un teléfono, la cartera en el bolso de su mujer... y un largo etcétera. Yo escuchaba con la piel de gallina, sin parpadear ni una vez y con los ojos bañados en lágrimas.
Luego me explicó que cuando su mujer lo contó en la pescadería, las vecinas dejaron de hablarle, se dedicaron a perseguirlo a él por todo el pueblo y a regalarle tangas de colores sin motivo ninguno. Después vienieron centenares de mujeres en autobuses fletados desde cualquier punto de España. Todas con sus tangas en la mano, con sus pancartas de "Rodrigo te quiero de marido", con sus bocadillos de tortilla sentadas en la plaza del pueblo esperándo a ver siquiera el coche de su ídolo. Y aquello se le fue de las manos. Así que su mujer un día, harta de tanto acoso y de tantas malas lenguas, se subió en una escalera en mitad de la calle un día de mercadillo y con voz potente y segura sentenció:
-"Mi marido es un farsante. Es, como cualquier hombre, incapaz de encontrar nada a la primera. Y si queréis pruebas, aquí la tenéis: ¿Os acordáis del día en que llegó al pueblo y se quedó a vivir con nosotros? ¿Sí? Pues no lo hizo por ser el nuestro un pueblo de grandes posibilidades como dijo aquel día, no. Lo hizo... ¡¡porque no fue capaz de encontrar Badajoz!!". Se bajó y entró en su casa. Y nadie nunca más volvió a perseguir al ya madurito Rodrigo.
Reí divertida con la anécdota y le pedí si por favor, tendría sacarina para el café en lugar de azúcar. Volvió de la cocina media hora después y sudando. Y ahí empecé a sospechar. En dos ocasiones más le requerí una servilleta primero y, la prueba definitiva, un termómetro después porque me encontraba algo destemplada. El sudor se le había extendido por toda la camisa y le había empapado el pelo. Lo tenía contra las cuerdas... así que le di el golpe de gracia.
-"¿Podrías por favor, acercarme al hotel en coche?"- le pregunté
-"Imposible. Me desplazo en bicibleta"- me contestó.
Ya lo tenía. Mis ojos se clavaron en los suyos, los goterones afloraron de nuevo, las manos le temblaban, los labios, las venas de la frente. Y al final explotó.
-"Sí, soy un farsante. Yo mismo coloqué aquellos objetos allí para que mi mujer creyera que soy el que no soy! Y no tengo coche, no. ¡No lo tengo porque no lo encontré al salir del carrefour un día que fui a hacer la compra!¿Contenta?"- me dijo con los ojos bañados en lágrimas.
-"Más que contenta, satisfecha"- contesté. 

Y volví a los brazos de mi Querido más feliz que nunca porque el sí que encontró lo que buscaba casi a la primera: a mí. ¿O no?


sábado, 5 de octubre de 2013

El consultorio (II)

Ya sabéis que no me gusta nada, pero nada de nada, hablar de mi trabajo como consejera sentimental del dominical. Respeto profundamente a todos y cada uno de los que vienen a mí buscando consuelo, ayuda o algún tipo de guía que le oriente en su búsqueda de la felicidad eterna. 
Algunos de ellos confían tanto en mí, que son capaces de seguir o no con su pareja según mi criterio; otros me piden asesoría laboral y hasta hubo un señor jubilado que dejó de fumar porros después de la bronca que recibió de mi parte, eso sí, desde el más profundo respeto debido a las personas mayores.
Y aunque no me guste hablar de ello, en ocasiones soy yo la que necesita desahogarse y encontrar palabras sensatas que me reconcilien con el mundo cuerdo, poner los pies en la tierra y coger fuerzas para una nueva semana de historias para no dormir... y sí, la maruja que vive en mí necesita airear su vena cotilla como todo hijo de vecino.
Hablando de hijos, creo que os alegrará saber que "Rosquilla Enamorada" y "Unicornio Desbocado" han sido padres por primera vez y por separado. Resulta que finalmente y a base de repostería fina, Unicornio dejó de sacar lustre a su fantástico cuerno y logró llevar al galope, por un inmenso bosque de mitológico erotismo, a su adorada ninfa enroscada. Y tanto agradó a la dulce musa aquello de tornarse ninfa de los garcilasianos bosques, que se lió la manta a la cabeza y la falda a la cintura cual sátira enloquecida y derivó de ninfa en ninfómana, harta ya de tanto misticismo amoroso y de tanto lírico prolegómeno. Pero lejos de hundirse en la pena de amor más absoluta, Unicornio resurgió con más fuerza (y más experiencia, todo hay que decirlo) y buscó hasta debajo de las piedras un nuevo amor al que convertir en causa de sus desvelos y de sus alegrías... hasta que lo encontró. Elisa fue su musa desde el primer día en que la vio pasando a toda velocidad, cientos de productos por el lector de la caja registradora. Cogió apresuradamente una botella de Peñascal y la invitó a beberla con él al tiempo que tecleaba el número secreto de su tarjeta de crédito. Ella dijo sí y al salir del trabajo, vaciaron la botella de vino mientras calmaban su sed de besos y abrazos en la parada del autobús que los llevaría esa misma noche, a su nuevo hogar. Ocho meses después vino al mundo el pequeño Aragornito.
Rosquilla huyó del amor y de las citas a la luz de las velas. No quería versos, ni promesas de amor eterno, y hasta un piropo lanzado al aire por un descarado albañil, la hacía correr despavorida y sin rumbo si las atrevidas palabras rimaban. Ella buscaba compañeros vampiros, de los que se iban a su casa antes del amancer. Y si alguno hacía ademán de prepararle las tostadas, sacaba de la cómoda la alianza de boda de su abuela y rompía a llorar desconsolada por la inminente llegada de su amado, a pesar  de lo evidente, esposo.
Era feliz así: trabajando cada mañana en su galería de arte a  la que sin saber por qué iban llegando cada vez con más asiduidad, jóvenes talentosos que además pintaban o esculpían como los ángeles... y explorando cada noche el mundo del que Unicornio le había mostrado tan solo una mínima y ornamentada parcela. Pero llegó el día en que se dio cuenta que no tenía a nadie que la abrazara cuando paseaba de noche por la playa, ni nadie que se alegrara por sus logros, ni nadie que llorara por sus penas... a la mañana siguiente, dejó que Mateo le preparara un café. Y luego unos canelones para comer y una ensalada para cenar. Mateo ya solo fue vampiro en su cuello y ella despertó de la locura de no querer amar ni ser amada. Y tanto se quisieron que algunos meses depués se hicieron la foto para el carnet de familia numerosa con los tres apéndices de su amor: Jacobo, Eduardo y Bella.

Pero en realidad, la consulta que me tiene pasmada esta semana es la de Cristóbal García, un jóven reponedor de supermercado, que me escribe desesperado:

"Buenas noches Pandora Encriptada.
Te escribo desde el escondite secreto que me he construído en el canapé de la cama matrimonial y que he acondicionado personalemnte para este fin, practicándole las incisiones pertinentes por las que poder respirar principalmente, aunque también son útiles en momentos de alivio intestinal para no morir asfixiado en mi propio alivio.
Le escribo en busca de un consejo que me ayude a soportar a mi mujer o, mejor dicho, a recuperarla. Y esto que podría resultar paradójico, es tan simple como paso a describirle a continuación.
Mi mujer, Ana, era una esposa dulce, agradable, cariñosa... pero un pelín rústica en cuanto a sus preferencias literarias: no había leído más libros que un cómic de Tin Tin que le regalaron de pequeña y que nunca terminó. Yo intentaba solucionar esta insuficiencia cultural e intentaba llevarla a cuentacuentos y guiñoles para no empezar la casa por el tejado e ir poco a poco y sin que se diera cuenta. Confiaba en que pronto encontraría el placer que da la literatura y que para las navidades podríamos hacernos socios del Circulo de lectores.
Un día vi en el supermercado en el que trabajo, el libro que tenía (y digo tenía) a todas mis compañeras realizando sus actividades a la velocidad del rayo para poder terminar pronto y seguir con su lectura, aunque fuese a base de renunciar a la comida del día, para no tener que levantar la vista de sus páginas ni para llenar la cuchara. Animado por esa actitud, decidí llevárselo a Ana aquella misma tarde. Y lo conseguí. Durante siete días no hizo otra cosa que leer y leer. Yo estaba feliz, pletórico por mi éxito indiscutible... o eso creía.
Mi mujer dejó de ser mi mujer. Empezó a llamarme Cris, bordó mis iniciales en todas las toallas, sábanas y hasta en los paños de cocina; le compró un bozal a nuestro fiero yorksire enano, pintó todas las paredes de casa de un rojo burdel muy conseguido y me hizo redactar un contrato en términos que no soy capaz de reproducir. Mi mujer habla con su diosa interior y se ha comprado unos pompones de animadora por Ebay. Mi mujer ya no hace cupcakes, ahora se dedica a montar maquetas de helicópteros. Mi mujer ya no se conforma con el sábado sabadete, ahora quiere por la mañana, por la tarde y por la noche todos los días de la semana. Mi mujer me ha apuntado a clases de piano y me hace reenviarle correos electrónicos que ella misma diseña. Me persigue por toda la casa para que le castigue porque ha sido mala y yo ya no puedo más.
¿Crees que debería dejarla, volverme con mi madre a su casa de paredes blancas y presentarle a mi compañero Críspulo González para que por lo menos aproveche todo el ajuar bordado?¿Piensas que puedo recuperarla de algún modo y volver a pasear con ella por la calle sin que nadie nos mire raro por llevar a un miniperro con un bozal minúsculo? Pensé que al pasar toda esta moda, ella volvería a su estado normal de leer al día y como mucho, la caja de los cereales del desayuno, pero ahora con el anuncio de la película, es aún peor. Ha formado una asociación de "Afectadas por la elección del actor para encarnar al Grey cinematográfico" y no habla de otra cosa. 
Dime Pandora, ¿qué puedo hacer?
Desesperado Cristóbal"

Tardé un segundo en contestarle:

"Lo primero, querido Cristóbal, darme el teléfono de la asociación.
 Un saludo, 
 Pandora Encriptada"

miércoles, 25 de septiembre de 2013

La venganza

Antes de dar a luz, Claudia se había comprometido a dar una última cena premamá por todo lo alto. Sabía que los días de decidir a qué hora querría levantarse, estaban llegando a su fin y que dentro de unas ocho semanas, sería un calvito sin compasión de ningún tipo, el que decidiría a què hora terminaban los sueños entre algodones de su mamá.
Así que Claudia se pasó dos días enteros preparando su despedida de... libertad.
A las diez de la noche, como habíamos pedido (rogado) las que sí teníamos que acostar a nuestros insomnes vástagos (qué casualidad, mamá quiere salir y los pequeños amotinados tienen sendos palillos en los párpados que les impiden cerrarlos aunque mamá se haya pasado toda la tarde intentando cansarlos a base de paseos por el Ikea), fuimos llegando a la acogedora (a pesar de ser envidiosamente grande) casa de Claudia. Derroche de velas, de vinos, de flores blancas y frescas por toda la casa... derroche de tipazo a pesar de estar de siete meses, de melenón extrasedoso y de felicidad saliéndole hasta por los taconazos, que no sé qué piensa dejar para cuando venga al mundo Roberto, dicho sea de paso sin acritud de ningún tipo y desde el cariño más absoluto.
Nos sentamos en torno a una gran mesa engalanada como si estuviera nevando fuera y estuviéramos en Navidad. No faltó un detalle ni una copa llena. Shusi, sashimi, ensaladas deliciosas, tapenades de seis riquísimos tipos, panes con semillas, sin semillas, de cebolla, sin cebolla, quesos españoles, fanceses e italianos... y de ahí al paraiso: una mesa donde pecar sin remordimientos, donde saciar el mayor de los apetitos tantas veces reprimido, donde olvidarse de que el cuerpo es a menudo cruel y convierte en tormento lo adquirido de la manera más dulce... pasteles y tartas, helados y frutas bañadas en el mejor chocolate que habíamos probado nunca ( en estado de incipiente embriaguez, se entiende); y locas que nos volvimos. No la manteamos con el mantel bordado a mano por la madre, la abuela, la bisabuela y la tatarabuela de Mario, por respeto al pequeño Fellini, como ya le llamábamos cariñosamente.
Casi rodando llegamos a la terraza donde Claudia había instalado una pequeña barra de cockteles para emborrachar agasajar a sus invitadas. Ella era ya una madre que disfrutaba viendo comer a sus hijos la última porción de tarta, el último pedazo del queso que quedaba para su ensalada, el último bollito recién hecho un domingo por la mañana. A Claudia se le había cerrado el grifo pero disfrutaba igual viéndonos beber y reir a nosotras, sus queridas amigas y además, mañana no tendría resaca.
 Comimos, bebimos y disfrutamos como hacía tiempo... pero Claudia puso una única condición: prohibido hablar de hijos. Nada de conversaciones en torno a cigotos, fetos, bebés, niños o adolescentes. De lo anterior al cigoto y del posterior al adolescente podíamos conversar libremente y sin restricciones de ningún tipo... y eso hicimos.
- "Bueno, a ver, quién me recomienda un DIU como método anticonceptivo?- preguntó Marta, madre de cinco hijos con edades comprendidas entre los tres y los diez años.
-" Yo del DIU no me fio, ¿qué quieres que te diga?Mi hermana es hija de DIU, mi sobrina Angustias es hija de DIU y mi vecino Hector Victor es hijo de DIU, como nos confesó su madre en confianza a todo el bloque, el día que la prueba le dio positiva y gritó aquella cantidad de blasfemias por la ventana del patio de luces"- le contestó María, madre de un queridísimo y buscadísimo y uniquísimo hijo.
-"Pues yo prefiero confiar en la Naturaleza, conocer mi cuerpo y saber cuando puedo o no puedo dejarlo actuar"- apuntó Celia, bióloga, madre de tres dulces y rubias trillizas y amante de las familias numerosas de seis o más miembros.
Una a una fuimos  opinando, proponiendo, preguntando... menos Teresa, que escuchaba la conversación entre los sorbos de un Manhattan. Apuró la copa y antes de ir a por la segunda, decidió intervenir.
- "¿Y no habéis probado con el móvil de vuestro marido?"- nos dijo muy seria.
Rápidamente buscamos la nueva apps que (misteriosamente) funcionaba como anticonceptivo y estábamos dispuestas, la mayoría eso sí, a pagar hasta dos euros y medio si hiciera falta para descargar tal adelanto de la Ciencia. Mi Querido no se lo iba a creer. Bueno, ya me imaginaba su cara, como apasionado del cine y las novelas futuristas que es, impresionada y emocionada con el legado de Jobs. 
Las de Apple miraban a las de Android, preguntándose cuál sería el sistema operativo afortunado pero después del segundo Manhattan de Teresa y una media hora de reirse en nuestra cara misma, la amiga del Futuro volvió a hablar.
-"Bueno, creo que tengo que especificar: me refería a que el móvil de mi marido se convierte en anticonceptivo en el momento en el que, queriendo o sin querer, veo las fotos de señoras solas, o de señoras acompañadas de otras señoras, o de señoras contorsionistas que amablemente y sin ánimo de lucro, intercambian sus amigos y conocidos. Y para mí, es mano de santo. Es que lo miro y le veo con veinte años menos, como un adolescente crecidito... y tiene cuarenta y tres."- concluyó.
Esa noche todas menos Violeta, felizmente separada desde hacía tres años, miramos al llegar los móviles de nuestras parejas... y allí estaban, testigos de conversaciones nocturnas y diurnas, al amanecer, al anochecer, tras una recomendación literaria o tras una culinaria... 
Marta, la más afectada del grupo por el descubrimiento mamográfico, propuso darles de su misma medicina y llenarnos los móviles de abdominales definidas, brazos torneados, poses sugerentes... pero llegamos a la conclusión de que lo poco agrada y lo mucho cansa, que igual caerían en la cuenta de que nuestras fotos no eran del Increible Hulk, sino de perfiles asequibles de los que cualquiera de ellos podría presumir de cuidarse mínimamente... aunque lo que realmente nos quitó de la cabeza de la idea de la vengaza de teta por teta y pene por pene, fue algo tan sencillo como el respeto.
-"Pero cari, no tiene nada que ver el respeto. Tú me puedes querer con locura y respetarme pero mandarle a tu amiga una foto del actor que sea. Puedo prometerte que no me enfadaré ni sentiré que sea una falta de respeto"- me informó mi Querido.
-"¿De verdad?"- contesté
-"De verdad"- contestó. 
Lo miré mientras se sentaba en el sillón con esa sonrisilla condescendiente que me altera significativamente, encendía la Play y se terminaba el Neskuik que había dejado la niña al merendar. 
Esa noche no tuve dudas:  tendrían salchichas con ketchup para cenar. 

domingo, 15 de septiembre de 2013

Teatro Infantil: El Reno Renato y Rafael el Elefante



NARRADOR: Cuando sacó el pie de la cama aquella mañana, el Reno Renato decidió que no quería pasar frío nunca más. Donde él vivía hacía tanto frío que se pasaba el día constipado, con muchos mocos en la nariz y todo el día haciendo

RENO: Aaaaaaaaaaachís   Aaaaaaaaaaachís    Aaaaaaaaaaaaachís (Coincidiendo con acordes de violín)

NARRADOR: El Reno Renato  emprendió su camino hacia otro lugar más cálido porque se hartó de estornudar. El Rano Renato andaba y andaba; estornudaba;

RENO: Aaaaaaaaaachís, Aaaaaaaaaaaachís, Aaaaaaaaaaachís (coincidiendo con acordes de violín)

NARRADOR: paraba para comer y cuando encontraba un lugar soleado  y con hierba blandita, se ponía cómodo y se echaba una siesta larga, larga.

Un día, al despertar de su siesta, se encontró con que a su lado dormía un animal extraño. Era muuuuuy grande y tenía una laaaaaarga trompa… y grandes orejas. ¿Sabéis que animal es?

NIÑOS: (¡un elefante!)

NARRADOR: Efectivamente, a su lado dormía un elefante. Al ratito se despertó y nada más ver al Reno Renato, saltó encima de él y le dio un abrazo enorme.
Sorprendido, el Reno Renato le preguntó quién era él.

RENO RENATO: MÚSICA VIOLÍN


ELEFANTE: MÚSICA FLAUTA

El elefante le contestó que se llamaba Rafael y que estaba buscando un lugar en el que hiciera menos calor que donde él vivía, porque se había cansado de sudar con tanto calor.

Así que el Reno Renato y Rafael el Elefante se hicieron amigos y decidieron caminar juntos en busca de un lugar donde estuvieran cómodos los dos.

MÚSICA MIENTRAS CAMINAN             

Y probaron en una playa… pero el  Reno Renato no sabía nadar. Así que Rafael el Elefante se enfadó (FLAUTA ENFADADO) y el Reno Renato se puso triste (VIOLÍN TRISTE)

Y probaron en un parque infantil… pero  Rafael el Elefante no cabía en los columpios y entonces fue él quien se puso triste (FLAUTA TRISTE ) y el Reno Renato el que se enfadó  (VIOLÍN ENFADADO)

Y probaron en un nido de pájaros, en una madriguera de conejos y hasta en un hormiguero precioso que encontraron en mitad de un campo verde y lleno de flores de colores. Pero lo que a uno le gustaba no le gustaba al otro, así que se dieron un gran abrazo y decidieron seguir su camino por separado.

MÚSICA MIENTRAS SE ALEJAN

Pero cuando habían dado unos pocos pasos, se dieron cuenta de que el lugar ideal para vivir… era el lugar donde estuviesen los dos, juntos.

MÚSICA ALEGRE

Así que volvieron a la playa y mientras Rafael el Elefante chapoteaba en el agua y jugaba con su trompa, el Reno Renato hacía castillos en la arena.

Y también volvieron al parque infantil y mientras el Reno Renato se tiraba del tobogán, Rafael el Elefante daba paseos a todos los niños que se acercaban a él.

Y como vieron que ni en el nido, ni en la madriguera ni en el hormiguero cabían ninguno de los dos, se quedaron a vivir en medio de aquel campo verde, lleno de hierba blandita sobre la que dormir y con la que poder preparar ricas comiditas.

Y es que a veces, aunque no nos guste hacer las mismas cosas que a los demás, seguro que podemos encontrar algo que hacer que nos haga felices a todos aunque solo sea por poder hacerlo juntos.


                                                    FIN



Y aquí podéis ver la representación que hizo Rocío (violín) para la inauguración de "El mundo de Mapi".











martes, 10 de septiembre de 2013

Las historias de Manuela.



       HORA DE DORMIR



      A mí no me gusta dormir, esa es la verdad.  Mi mamá dice que ya parecía una mariposa inquieta cuando estaba en su barriga.  Yo sé que lo hacía porque me gustaba hacerla reír y sabía que cuando me notaba nadando dentro de ella, se paraba, tocaba su barriga con las dos manos y sonreía. Yo la notaba feliz y a papá también. Mamá siempre le decía: “-¡Mira cariño, la niña se está moviendo! Pon la mano aquí, ¿la notas…?” Y papá también sonreía. Luego se abrazaban y llegaba a mí un calor tan agradable que me quedaba dormida un ratito… hasta que me despertaba y quería más calor, más sonrisas, más manos sobre mí.
        Después, cuando nací, me di cuenta de que donde mejor se estaba era en el regazo de mamá. Ella me envolvía en una manta calentita y se sentaba en una butaca blanca que se mecía hacia adelante y hacia atrás. Unas veces me cantaba canciones, otras me contaba cuentos y algunas veces me relataba muy bajito todo lo que habíamos estado haciendo en el día. Entonces yo cerraba los ojos y me dejaba llevar por su voz. La  escuchaba entonar historias que me arrullaban y me llevaban, envuelta en  un manto de pura magia, a bosques sembrados de nubes, a jardines habitados por hadas, a montañas surgidas de besos.
       A mí no me gusta dormir. No me gusta si no escucho antes su voz hablándome bajito, como en susurros.
       Cuando se acerca la hora de dormir, papá juega conmigo mientras me baña. Hacemos helados de espuma y a veces, él hace muchas pompas de jabón. Hay tantas, que parece que esté nevando en el baño. Yo las voy recogiendo en un cubo y me las vierto por encima para que me hagan cosquillas. Luego, ellas desaparecen como por arte de magia.
        Después me siento en mi silla a esperar la cena. Me gusta juntar las manos alrededor de la nariz y respirar el olor del jabón, de las pompas… y entonces me doy cuenta de que me empiezan a pesar los párpados y de que igual mamá tiene razón y estoy una pizquita cansada.
          Y por fin, después de cenar, viene lo mejor de todo: el cuento de los Dulces Sueños. Dice mamá que se lo inventó una noche que ni las canciones, ni los cuentos de siempre lograban ayudarme a dormir. Así que ella empezó a contarme lo que le ocurrió a la Luna Lunera aquella noche en que se le olvidó plantar estrellas.
        Resulta que la Luna Lunera tenía un jardín inmenso en el que plantaba estrellas. Por la noche ella se quedaba despierta para velar por sus pequeñas estrellas, hasta que se hacía de día y llegaba el sol para darles calor y que crecieran hermosas. Así noche tras noche, día tras día, la Luna Lunera y el Sol cuidaban de las estrellas. Cuando se hacían lo suficientemente grandes como para iluminar el cielo entre todas, ellas solitas se iban del jardín dispuestas a cumplir su misión. Pero una noche, la Luna Lunera se quedó dormida y no sembró nuevas estrellas. Cuando llegó el día, el Sol la despertó muy preocupado porque no había ninguna estrella en el jardín a la que dar calor. ¡Pobre Luna Lunera!. Todo el día estuvo llorando porque sabía que esa noche no habría estrellas iluminando el cielo. Pensaba y lloraba, lloraba y pensaba, hasta que de pronto se le ocurrió una idea.
 Llegó temprano al jardín y plantó todas las estrellas. Después, al hacerse de noche, la Luna Lunera abrió mucho la boca y comenzó a aspirar todo el aire que pudo. Y así se empezó a llenar de él, hinchada como un globo blanco y brillante. Aspiró y aspiró hasta que se quedó redonda, inmensa, repleta de luz. Y ella sola iluminó todo el cielo aquella noche. Y era tan bonita aquella luz, que muchos se enamoraron bajo ella. Hubo quienes escribieron los poemas más bellos esa noche y hasta hubo algunos bebés que decidieron nacer en aquel momento para no quedarse sin verla. Tan maravillados estaban todos, que le pidieron a la Luna Lunera que saliera alguna vez a acompañar a sus estrellas. Y por eso, algunas noches, se puede ver en el cielo a la Luna llena.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado
Y mi niña pequeñita, dormidita se ha quedado.

martes, 3 de septiembre de 2013

Manuela





                                          Dedicado a V. 
                                                                  Con todo el cariño; para que pronto esas lágrimas sean de  felicidad por el sueño cumplido.



 Sería capaz de reconocer el olor de mamá en cualquier parte del mundo. Mi madre huele a amor, a comida y a colonia fresquita. Recuerdo que el día que nací, olía sobre todo a amor. Yo ya conocía ese olor porque llevaba nueve meses respirando de él, así que cuando me puso en su pecho nada más salir a aquella luz tan fría, cerré los ojos feliz porque la reconocí enseguida. Era ella; mi mamá.

Si algún día me despistaba en los columpios y dejaba de verla, el viento me traía rápido su olor y me la señalaba con su dedo invisible… “-aquí está tu mamá, pequeña Manuela”,- me decía en un susurro.

Cuando después de cenar me cogía en brazos para contarme el cuento de los Dulces sueños, yo metía la cabeza entre su cuello y su hombro y respiraba a mi mamá hasta quedarme dormida. Mientras, de fondo, la Luna sembraba estrellas en el cielo como todas las noches.

El olor de mi madre cura heridas, seca lágrimas y calla llantos. Es la mejor medicina cuando estoy malita y tengo que quedarme en la cama sin poder salir a jugar. Ella viene, se acuesta a mi lado y me cuenta historias de cuando yo era un bebé. Algunas veces le bajan lágrimas por las mejillas aunque se ría a carcajadas. Yo la miro entonces y siento ganas de abrazarla, de meterme de nuevo bajo su cuello y de decirle lo bien que huele, aunque ese día huela más a sopita porque es lo único que me apetece comer.

Os cuento todo esto del olor de mi mamá porque tengo que pensar en la manera de guardarlo en un bote. Pronto empezaré el colegio de mayores y necesito llevármelo por si me caigo, me pierdo o me pongo a llorar.  

He probado mezclando un poco de sopita y una pizca de colonia, he agitado el bote y después lo he abrazado con todas mis fuerzas, pero no ha funcionado. Después lo he mecido colocándolo entre mi cuello y mi hombro, pero seguía oliendo igual de raro. Luego le he dado muchos besos, le he cantado canciones, contado cuentos, lo he acostado en mi cama y arropado hasta el tapón… pero no funciona. No consigo saber de dónde sale el olor a amor de mamá.

Mañana empiezo el colegio y tengo algo en la barriga que no me deja dormir. Mamá dice que son los nervios por lo nuevo pero yo sé que es porque no he conseguido meter en el bote su olor. Ella me ha contado el cuento de los Dulces sueños y yo me he hecho la dormida para poder respirar todo lo que me quepa en la nariz y que me dure hasta mañana porque, en el fondo, tengo un poco de miedo.

Mamá ha venido a mi cama antes de acostarse y me ha oído sollozar. Se ha sentado a mi lado y me ha abrazado muy fuerte. Luego se ha quitado un pequeño pañuelo que llevaba al cuello y me lo ha dado. “-Toma Manuela, para que lo metas en tu bote” – me ha dicho con un beso en la frente. Yo he agarrado muy fuerte el pañuelo, le he dado un beso de buenas noches y me he dormido completamente feliz.

FIN

domingo, 1 de septiembre de 2013

La despedida

Llega una edad en la vida de una mujer casada y madre de familia, en la que asistir a una despedida de soltera se asemeja al momento en el que le abren las puertas a los toros del toril y sale como alma que lleva el diablo. Y ha de ser antes de que sus retoñas se le agarren a las piernas llorando a moco tendido y le hagan dudar un nanosegundo antes de dedicar un  "Sayonara baby" a su paciente, abnegado y comprensivo esposo del que duda, por su aparente estado de haber sufrido una lobotomía frente a la tele, que se haya enterado de que esta noche ella vaya a salir. Sola. De despedida de soltera.

Me monté en el taxi completamente convencida de que si me viera Darren Star, me fichaba para ser la nueva muy mejor amiga de Carrie  en la séptima temporada de Sexo en Nueva York. Me salía el glomour por los poros; por el vestido de Antonio Pernas que me disimulaba el ancho de caderas y el estrecho de pecho; por las sandalias de Valentino que  me disimulaban mi precaria situación económica y que me había agenciado en Privalia por un cuarto de su valor real; por mi perfume de Chanel que regalaba de muestra la Telva este mes; por el joyerío que me gastaba comprado la tarde antes en el Bijou Brigitte... vamos, que si me cruzara con Paula Echeverría esta noche, me sacaba en su blog fijo.

Con un nudo en el estómago de la emoción contenida y de la regresión a los veinticuatro que estaba sufriendo, le pedí al taxista que me pusiera por favor RadioOlé para ir ambientándome y ver si se me iba el maldito "No te vayas mamá, no me dejes así, adiós mamá, pensaré mucho en ti" que tenía metido en la cabeza desde que salí por la puerta de casa. El "Sueño contigo, que me has dado, sin tu cariño no me habría enamorado" realizó su cometido perfectamente. 

Habíamos quedado en un restaurante muy chic, muy cool y muy caro en el que la futura novia tenía antojo de asistir en su despedida, intuyo que mayormente, porque la novia en estos casos es invitada por las amigas que lo hacen encantadas y sin rechinar los dientes ni nada.

Y allí que nos plantamos las seis: cinco madres de familia y una soltera empedernida que había encontrado al amor de su vida en una gasolinera (Sueño contigo, qué me has dado, sin tu cariño no me habría enamorado) cuando él, caballero andante de noble armadura llamada también Mercedes Benz, acudió raudo en ayuda de la dama marcada con la "L" escarlata en las traseras de su recién estrenado carruaje, sujetándole la manguera con la gallarda valentía del que vive para acudir presto a la llamada de una doncella en apuros. Pero todo el mundo tiene derecho a cambiar y la soltera empedernida empezó a soñar con ramos de peonías y pruebas de vestido y el galán de noche se sorprendió pensando en ella cada vez que intentaba pensar en otra. Así que compró un solitario talla baguette, un Moët &Chandom Rosé y dos cepillos de dientes y se la llevó con los ojos vendados, a su apartamento de Altea. No salieron en tres días, lo que tardó ella en necesitar ir a la peluquería y en llamar a su madre para decirle que era feliz como nunca, que se llamaba Rodrigo y que se casarían en septiembre en su finca de Extremadura. Su madre se hizo una cuenta de Facebook en ese momento para poder contárselo a todo el mundo en en mínimo tiempo posible.

Entramos en el restaurante a cámara lenta, sonriéndonos y haciéndonos la ilusión de que un ventilador gigante nos recibía acariciándonos la melena y dándonos ese halo de divinas divas podridas de pasta. Media docena de camareros de inmaculadas chaquetas blancas nos retiraron las sillas y nos ofrecieron así, nada más llegar, unas copas de champange y dos ostras por cabeza. Felicidad suprema. 

Cenamos lo que le apeteció a la novia que, embriagada de felicidad y de copas de vino, obviaba el precio de los platos y reía a carcajadas cuanto más deconstruído y desnutrido estaba el que había elegido. Así que la embriaguez fue común y bastate rápida, teniendo en cuenta el escaso alimento que teníamos en nuestros estomaguitos. 

Y llegó el momento más temido por todas las novias. Se acercó contoneándose como un gato en celo, le sirvió el chupito de Vodka caramelizado sin quitarle los ojos de encima, se modió el labio y oh, sorpresa! el jóven camarero que nos había estado sirviendo el vino toda la noche era... era un stripper! La novia, con un ojo mirando al centro de mesa y con otro al centro de inteligencia masculina del camarero, mantenía una sonrisa a lo Mona Lisa de lo más inquietante. No sabíamos si quería abrazarnos/le o matarnos/le. Gracias a que estábamos en un reservado, todas nos desmelenamos un puntito y aplaudíamos al unísono los movimientos casi epilépticos del muchacho. Todas menos dos: la novia intrigante y Teresa, la cuñada de la intrigante. Ella también lo miraba, pero a la cara. Le buscaba los ojos, se mantenía en esa posición un rato y bajaba la cabeza farfullando algo entre dientes. De nuevo los ojos... de nuevo los farfullos. Y de pronto, en el mismo momento en el que el epiléctico bailarín iba a deshacerse de su minúsculo (y horrendo, que todo hay que decirlo) taparrabos, Teresa saltó como un resorte.
-"!Tú eres el hijo de Maite Carreras, compañera mía de infantil el año en que nos destinaron a las dos al Entrín Bajo!" - y tal y como lo soltó, se sentó y empezó a tocar las palmas al ritmo de la canción que ya nadie bailaba.
El muchacho se acercó, le puso al día de la vida de su madre, nos dio dos besos a cada una y se fue con los doscientos euros que le dimos entre todas para ayudarle  a pagar el piso de estudiantes este mes.

Intentamos ponernos de nuevo a tono en un pub, bailando a la vez que discutíamos sobre si Matt Boomer tenía que ser o no el Christian Grey cinematográfico pero como llegamos rápido a la conclusión de que sí, nos vinimos abajo recordando de nuevo al hijo de Maite Carreras. Y no por nada, sino porque nos habíamos sentido muy mayores. Bien es cierto que Teresa nos sacaba algunos años al resto pero la única que canturreaba las canciones que pinchaban era la novia. El resto esperábamos que de un momento a otro sonara El Tallarín para deslumbrarlos a todos con nuestra coreografía tantas veces ensayada en casa.

En sabio consenso, decidimos entre todas, que lo que nos apetecía de verdad era sentarnos en una terraza y tomarnos una copa tranquilamente, en una mesita baja donde poder descalzarnos un ratito de los terribles taconazos y hablar sin hacerlo a voces. 

Y eso es lo que hicimos.

Hasta que aquella musiquilla en nuestras cabezas empezó a volverse insoportable... y llamamos a seis taxis para que nos devolvieran a nuestras casas. En el camino de vuelta no pedí cambio de emisora; me regodeé en mis pensamientos sabiendo que dentro de muy poquito, iba a darles el beso de buenas noches que llevaba un rato añorando...  "No te vayas mamá, no me dejes así, adiós mamá, pensaré mucho en ti"

viernes, 16 de agosto de 2013

El árbol de los chupetes

Un cuento que significa mucho para mí... significa la generosidad de mucha gente que me apoyó con sus voto; la alegría inmensa de recibir el honor de que mi cuento fuera el "oficial" de El árbol de los chupetes de Sevilla; la emoción gigantesca que sentí al escuchárselo contar con todo su corazón a mi cuentera talismán, Pilar; la alegría enorme de ver la carita de mi mayorniña mientras escuchaba el cuento de mami... en fin, es pensarlo y me vuelven mil recuerdos a la cabeza. Gracias a este cuento conocí a gente maravillosa que ya forma parte de mi vida y que seguro, no se irán nunca.
Por aquí lo dejo, para no dejar de recordar.



                                     “EL ÁRBOL DE LOS CHUPETES”

Cuando aquella mañana sus ojos se abrieron después del enorme esfuerzo que tuvo que hacer para conseguirlo, Carlota cayó en la cuenta de que algo raro pasaba. Se miró rápidamente a los pies a ver si le habían salido tacones como a mamá, pero no. Tocó con cierto temor la parte de arriba de sus labios por si acaso era el bigote de papá aquello que se notaba raro, pero tampoco.
-          “Umm, qué extraño…”- pensaba– “juraría que aquí pasa algo misterioso, un  misterismo auténtico”.
Carlota observaba su cuerpo con detenimiento pero no encontraba nada diferente desde el baño de anoche. Extrañada se puso sus zapatillas calentitas y fue hacia la cocina dispuesta a desayunar un dinosaurio entero, tenía tanta hambre! Su papá le preparó un vaso de leche con un montón de galletas y mientras las mojaba una a una, fue dándose cuenta de que lo que le pasaba realmente… era que tenía un superpoder!
-          “¡Papá, papá! ¡Soy una superheroa!,  ¡Soy una superheroa!”- gritaba emocionada.
-          “¡Será superheroína, cariño!” – le corrigió su padre sonriendo.
-          “¡Eso! Una superoína!- dijo ella al fin.
Papá la miraba divertido. Carlota estaba tan contenta que no podía parar de correr de un lado a otro esperando a que alguien le preguntara por esos superpoderes.
-          “¡Papáaaaa! ¿Sabes quéééééé? ¡Puedo ponerme las zapatillas sola! ¡Ya soy mayor! Soy una niña mayor! Una mayorniña!”
Estaba tan contenta… ya podía ponerse las zapatillas sola, pinchar los macarrones con su tenedor naranja, podía lavarse los dientes y beber agua sin ayuda, podía pintar con sus ceras de mil colores y podía hacer figuras con la plasti… podía hacer tantas cosas con su nuevo superpoder. Y en esas estaba cuando de repente, se dio cuenta: ¡no tenía puesto su chupete! Fue corriendo a la habitación pero allí no estaba, preguntó a papá, a mamá, a su hermanita pequeña Paloma… pero nadie sabía nada de su chupete.
Resignada bajó con mamá a jugar un ratito al Parque Pirata convencida de que lo encontraría después y cuando a punto estaba de tocar el sol con sus pies subida en el columpio, un pájarito multicolor pasó volando a toda velocidad por delante de su cara. Carlota se paró, bajo del columpio y siguió al pajarito veloz. Y entonces lo vio todo: vio al árbol más precioso del mundo, vio al pájaro más bonito de todos y vio… a su chupete! El más querido del espacio sideral!
-          “¿Has sido tú, pajarito? ¿Tú me has quitado mi chupete?” – le preguntó Carlota intentando con todas sus fuerzas no llorar.
-          “Pequeña Carlota, sí he sido yo… pero no te enfades conmigo, por favor. Mira, ves este árbol tan bonito? Pues resulta que acaba de llegar al parque y bueno, yo quería hacerle un regalo… y entones me di cuenta de que tú ya no necesitabas tu chupete porque ya eras una niña grande que sabía hacer muchas cosas y él… bueno… él es tan pequeñito, que pensé que le vendría bien…
Carlota ya no tenía ganas de llorar, quería darle un abrazo muy fuerte al árbol y decirle que no se preocupara, que ella le llevaría todos los chupetes que le hicieran falta. Así que avisó a todos sus amiguitos y estos a otros y aquellos a otros más…
Y desde entonces, los niños de Sevilla cuando se hacen grandes,  van a  regalarle su chupete al árbolito del Parque Pirata, al que ya se le conoce como “El Árbol de los chupetes”.


Begoña Guerrero Carrión
Octubre de 2012

¿Me hago mayor?

Este es el cuento con el que participé en el I Concurso de cuentos de la colina de Puk. No gané pero me llegaron algunos comentarios que se quedan a vivir para siempre en el fondo de mi corazón. Gracia Ara!



¿Me hago mayor?

Mis padres llevan unos días la mar de raros. Mi madre no deja de apretarme los mofletes lanzando suspiros al aire y mi padre, bueno, mi padre es caso aparte. Hoy se ha empeñado en que le acompañara mientras se afeitaba porque quería hablarme de una historia sobre hacerse mayor y romper no sé qué cascarón. Yo le decía que sí muy convencido porque tenía prisa por irme a jugar con un bote gigante de plastilina que me había regalado la abuela esta mañana.
- “Toma”- me dijo un poco misteriosa- “ya tienes edad para administrártela tú mismo”. Y luego me dio uno de esos besos compuestos por interminables minibesos que sólo saben dar las abuelas.
La otra tarde fuimos casi toda la familia a la tienda de Manuela. Es una tienda muy pequeña y muy oscura que lleva toda la vida del mundo vendiendo ropa a los albañiles, camareros, médicos y maestros de mi barrio. Yo no entendía muy bien qué hacíamos allí, porque una cosa es decir que de mayor quiero ser maestro de colegio y otra muy distinta es que quiera serlo ya… si al menos tuviera ocho años y supiera tantísimo como mi madre, lo pensaría.
La señora Manuela me probó tres pantalones, tres jerseys y tres camisas muy parecidas a un pantalón, un jersey y una camisa que tiene mi padre. Mi madre lloraba, mi tía Teresa lloraba y mi padre hacía fotos con su teléfono pidiéndome unas sonrisas que, sinceramente, no creo que pegaran mucho con la ropa qué llevaba. Yo me veía más de Director General del Mundo o similar. Pero él estaba tan ilusionado que aún así, yo sonreía.
Y de repente aparecieron por mi casa montones de ceras de colores, cartulinas, libros para colorear, pegamentos, tijeras, más plastilina… ¡me puse tan contento que no sabía por dónde empezar! Pero mi madre, que desde que me acuerdo parece que tiene el superpoder de leerme la mente, apareció moviendo ese dedo que sirve para decir que “no” a la vez que hacía ese ruido que también utiliza para dormir a mi hermanito pequeño:
-“chtu-chtu-chtu”- me dijo.
Me senté con mi plastilina nueva porque ya sabía que el superpoder se había chivado de mis planes.
Esa noche, al irme a dormir, mi padre me dijo que tenía una historia nueva que contarme.
-“Vale, pero que sea del Duende Puck”- le advertí sin rodeos.
Él asintió y comenzó:
“ Puck se levantó aquella mañana con una sensación extraña en la barriga. Sabía que no era hambre ni dolor y que no le gustaba demasiado. Su mamá le dio montones de besos por todas partes y por un momento, aquella sensación dejó de molestarle. Pero al rato volvió. No le dejó comer, ni jugar, ni ver dibujos tranquilo. Sólo quería abrazarse muy fuerte a papá y mamá y no despegarse nunca. Pero al irse a dormir, comprendió lo que pasaba:¡mañana empezaría a ir al colegio de los duendes mayores! Se había olvidado del todo hasta que vio a mamá prepararle el uniforme y la mochila para el día siguiente.
- “Ya verás Puck, te vas a divertir muchísimo”- le tranquilizó su madre mientras le arropaba.
-“ Pero mamá, yo no quiero ir! No conoceré a ningún duende. ¿Y si no quieren jugar conmigo?”- le dijo Puck apretando su mano todo lo que podía.
- “Ya verás, mi vida, te lo pasarás tan bien que querrás volver cada día”. Y se acostó a su lado abrazándole fuerte.
Cuando a la mañana siguiente Puck llegó al colegio, no podía creerse lo que vio. Dentro de la clase más preciosa del mundo, había un montón de duendes riendo y esperando impacientes para empezar a aprender.
Y no lo pudo remediar: sonrió feliz al ver lo que le esperaba. Duendes con los que jugar a piratas e inventar mil travesuras, letras que leer, cuentos que escuchar… y una maestra con una larga trenza pelirroja que le enseñaría montones de cosas divertidas.
A partir de aquel día, Puck acudió feliz al colegio de duendes mayores.”
-“Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”- dijo papá.
-“¿Todo esto del cascarón, la ropa seria, los suspiros de mamá, las cartulinas nuevas con las que aún no puedo jugar… es porque voy a ir al colegio, papá?”- le pregunté mientras se me cerraban los ojos de sueño.
Me dijo muy bajito que a veces, los papás le dan mucha importancia a algunas cosas que no la tienen pero que solo es porque, esas veces, se olvidan de que ellos también fueron niños y de lo maravilloso que les parecía crecer.

Yo no entendí lo qué quiso decir. Apenas lo escuché mientras Puck me llamaba desde la puerta de su clase para que me sentara junto a él.



FIN


 Bego Guerrero
 Abril 2012

















lunes, 12 de agosto de 2013

Soy ex

Yo siempre he sido una mujer maniática a la hora de comenzar cualquier proyecto en la vida. Mi manía no es otra que la de hacer coincidir el inicio de la nueva empresa con un día uno de mes o en su defecto, un lunes tempranito.
Caso aparte son las dietas que tienen además, despedida oficial en plan :
-"Cari, mañana empezamos la dieta. Ve pidiendo cuatro pizzas al Telepizza que estoy terminando con el chorizo de Monesterio que nos trajo tu cuñado".
A mí el año que las clases empezaban un miércoles me daba mal rollo y efectivamente, terminaba siendo un annus horribilis académicamente hablando en el que los insuf superaban a los suf (ni hablemos de los añorados not o escurridizos sob). Pero si los astros se alineaban a mi favor y el día del reencuentro con el odiado pupitre resultaba ser un lunes... entonces mis notas competían en laureles con las de Calton Banks o la niña mediana de los de Modern Family. Así sí se empiezan las cosas; un lunes, a las ocho y media de la mañana. Con la fresquita.
Es una manía que me da ciertas satisfacciones porque por ejemplo, si pienso un martes día 2 de marzo en que tengo que ir al gimnasio urgentemente, en el fondo mi hermoso y listo cuerpecito sabe que me queda casi un mes para seguir estirada en el sofá sin malgastar ni una gota de sudor ni desprenderse de ningún gramo querido. O dos meses si casualmente se me olvida ir a hacer la matrícula el 1 de abril. Ohhhhh.
Y la verdad es que me va bien así. A mi Querido lo conocí un día uno, iniciamos un mes de agosto viviendo juntos y engendramos a nuestras niñas en lunes, cuarenta semanas antes de un día uno de mes. Estaba todo calculado pero ellas han sido rebeldes desde el útero materno y decidieron salir en miércoles. Por más que les pedí por valija interna que se quedaran un ratito más en la placenta y de que les intentara chantajear con que su primer aspito se lo daría a los cuatro meses, nada, no hubo forma. Era su manera de hacerme ver que a partir de ese momento, mis preferencias quedarían relegadas a un enésimo plano. Y yo lo entendí, un lunes por cierto.

- "Nena, me estoy quedando seca; ¿otro gintónic?" - dijo Ana poniendo su copa boca abajo por si no había logrado descifrar su complejísimo mensaje.

Había quedado con Ana porque necesitaba hablar con alguien que comprendiera exactamente mi situación. No me servían los "me pongo en tu lugar" de mi Querido, ni los "piensa en tu salud" de mi madre, ni los mensajes en las cajetillas de tabaco con fotos brutales que a fuerza de verlas en la televisión se habían vuelto invisibles. Ana había sido fumadora altamente cualificada durante quince años de su vida y de pronto, un buen día apareció oliendo a colonia fresquita y con la piel renovada. Y Ana cambió; empezó a no perderse medias conversaciones por tener que salir fuera del restaurante cada media hora; empezó a disfrutar de la segunda mitad de la película en el cine sin pensar en cuándo acabaría aquella tortura de ver fumar hasta al apuntador y tener que esperar una hora más; empezó a distinguir a sus hijos por el olor de su pelo; empezó a besar a su marido más a menudo, a sus hijos, a los hijos de sus amigas; empezó a ser libre... y a oler bien. Y a gastarse en libros lo que ahorraba cada semana, a saborear la comida, a respirar hondo, a curarse un constipado en tres días, a no temer porque sus hijos le copiaran el gesto, a notar que su cuerpo se lo agradecía de mil maneras.

-"¿Qué fue, Ana? ¿Qué te impidió encender el primer cigarrillo aquella mañana?"- le pregunté esperando la revelación divina, las palabras mágicas que me harían repudiarlos, romperlos, tirarlos a la basura nada más oirla.
Ana me miraba entre contenta y divertida.
-"No hay mucho que contar. Sólo fue amor, amor por mis nietos."- dijo. Y siguió mirándome de aquella manera desesperante.
-"No digas tonterias, ¡tú no tienes nietos!"-contesté enfadada por su resistencia a compartir la piedra angular del futuro exfumador
- "No los tengo, pero los quiero tener, quiero conocerlos, quiero quererlos y que me quieran, quiero llevarlos a parques, quiero que vengan a comer los domingos, quiero malcriarlos y sobre todo, quiero estar"- dijo. Y callé durante cinco largos minutos.

Salimos del bar un domingo a las doce menos cinco de la noche. Abrí mi cajetilla de tabaco y me encendí un cigarrillo. Caminamos hacia mi casa y apagué la última colilla que tendría entre mis dedos, justo cuando el reloj de la farmacia marcaba las doce de la noche.


Nota de la escritora: Mañana es lunes, 12 de agosto de 2013. Buen día para empezar a ser exfumadora. ¡Qué la fuerza me acompañe!




domingo, 4 de agosto de 2013

La masajista

Los hombres también son personas; quiero decir que sienten y sufren también, lo mismito que nosotras. Los hay que sienten mucho (y pienso en Antonio Gala) y los hay que sienten menos (y pienso en Rocco Siffredi, que también siente, pero distinto).
Resulta que a estas conclusiones llego yo solita después de escucharle a mi Querido unas diecisiete veces el día que publico post, que nunca le dejo en buen lugar en mis historias.
-"Pero Cari, todo el mundo sabe que son historias basadas en hechos reales pero que no son verdad, que son como las películas de las tres y media de Antena Tres, que los artistas recibimos la inspiración de hechos cotidianos que luego transformamos en nuestra poderosa mente de escritor y perfeccionista del lenguaje... que El Quijote no existe, Grey sí, pero porque es una biografía real y no una novela rosa de ninguna manera... lo entiendes, Cari?"- le decía mientras le sujetaba el paquete de pañuelos y se comía entre lágrimas un poloflás de limón porque se nos había acabado el helado de chocolate.
-" Sí Cari, pero luego nunca dices eso de "Querido superó en dos días y medio la fuerte gripe estomacal que lo tuvo viviendo el en baño durante sesenta horas seguidas. Hoy es un hombre de éxito que desempeña con magistral esmero su labor como padre de familia libre de virus. Su mujer fue declarada culpable de ser la misma bruja perfeccionista obsesionada con el orden y los ácaros", así la gente lo entendería mejor"- respondió del tirón. Claramente ya lo tenía pensado.
Y como digo, he llegado a la conclusión de que igual tiene razón y he herido sus sentimientos varoniles... ¡de modo que puedo prometer y prometo que mi Querido es un hombre maravilloso que ha obsequiado a su esposa con una sesión de spa con chorritos y masaje incluidos! Ahí es nada.


María me recibió en la puerta del Paraíso con un "-¿Cómo estás?". Y ya me ganó. Con un nudo en la garganta, le conté que estaba cansada, que tenía contracturada hasta la lengua de tanto repetirles que recojan los jueguetes, que se coman el polloandreíta, que no se reten a un duelo al amanecer por la posesión de un muñeco que tenemos repetido, que las cuatro de la mañana no es hora para tocar el tambor en la barriga/cabeza/costado izquierdo de mamá, que no hay chuches ni chuchas... Ella me escuchaba con una sonrisa cálida de comprensión y yo ahogaba mis sollozos para no parecerle una loca de remate.
 Cuando terminé mi discurso de madre quejica, comenzó a explicarme, mientras preparaba los aceites y las cremas que repartiría por mi cuerpito humano, cómo y dónde debía tumbarme. Cuando terminó y se dio la vuelta, yo ya estaba sin ropa, con mi cara metida en el agujero de la tumbona y tapada hasta arriba con la toalla. Ella me tendió amablemente la mano con un minúsculo paquetito... un desechable, según dijo, para no estropear mi ropa interior que ya descansaba en el suelo desde hacía un rato. 
Salió de la sala para que yo pudiera ponerme el maldito desechable tranquilamente. Desde aquí quiero hacer un llamamiento a los fabricantes de desechables para que piensen en añadir un par de generosos centímetros sobre todo por la parte de delante del puñetero desechable que, aparte de ser minúsculo, es transparente.
Y después volvió María, volvió Alicia Keys, volvió un riquísimo olor a aceites y me olvidé de los fabricantes de desechables y del resto del mundo entero.
Qué manos, qué manera de tocarme las contracturas, qué relajación. Me relajé tanto que no me importó que me diera un masaje por toda la cabeza con las manos bañadas en aceite. Mi pelo recién lavado y peinado con esmero como cada día... a la mierda el pelo, quería aceite hasta en las pestañas. María masajeaba como los ángeles y yo había dejado de pensar en qué íbamos a comer mañana. Bueno, sí lo pensé, pollo asado. Hala, desconexión en tres, dos, uuuunnnnooooo...
Terminó su sinfonía de olor y relax haciendo sonar una sutil campanilla. Abrí los ojos y de nuevo esa pregunta: "¿Cómo estás?". Pues no me salían ni las palabras, se me había relajado hasta el cerebro. A modo de respuesta sonreí o algo parecido y le dije adiós con la mano o con las cejas, no sé, no puedo recordarlo bien.
Salí derechita a por una cocacola porque mi cuerpo no está acostumbrado a ese nuevo estado y me daba miedo de que no me reconociera y me la jugara con un mareo de tres pares de cascarones.

No tardaron ni dos segundos en recogerme. Mi pequeña me recibió con un enorme sofocón de los gordos; mi mayor no me recibió de ninguna manera porque me había retirado el saludo por abandonarla aquella tarde. Mi Querido me puso cara de espanto terrorífico al ver mi pelo bañado en aceite y con un tupé a lo Amy Winehause. Mis contracturas volvieron a su sitio de siempre y yo volví a mi estado anterior de felizmente estresada. En el fondo les había echado de menos.


Querido volvió a respirar con normalidad dos minutos después de que su mujer subiera al coche. Su mujer sufrió una adicción a los masajes que la llevó al borde del Misticismo en varias ocasiones. Hoy vive rehabilitada en un rancho de vacas en Oclahoma. María se convirtió en una rica empresaria gracias al emporio que fundó al llegar a su casa aquella tarde:"El diván de Madrespá, tu masajista y psicólogo en uno".