lunes, 20 de agosto de 2012

Mi vida sin Lola

-" A ver, y tú que harías si te fueras a morir mañana?"- me dijo sin más.  Sonrió y bebió un largo sorbo de su menta poleo al tiempo que desnudaba con la mirada al moreno de ojos verdes de la barra.
Frente a ella, yo. Sacada de casa a rastras con el pelo recogido en una pinza fucsia de los chinos y sin rastro de digna vestimenta. Me dejó eso sí, cambiarme las alpargatas roídas que utilizo para arreglar el jardín por otras igual de cutres pero limpias. Qué yo compraré las camisetas en el Kiabi pero limpia las llevo como la que más, por ahí no paso.
Cuando hube digerido la dichosa pregunta, las lágrimas empezaron a bajar por mis mejillas.
- "¡Lo sabía! Mira que te lo dije veces, que una aspirina infantil al día no te hace inmune a litro y medio de martinis y tres paquetes de tabaco diarios, que eso no lo fumaba ni Coco Chanel en sus mejores tiempos, que todo  te iba a pasar factura!"- de mis ojos brotaba una auténtica catarata de lágrimas, un torrente sin control que además de permitir desahogarme, me estaba impidiendo ver lo que ocurría al otro lado del paisaje submarino.
Ella me dejó hablar, chillar, gritar de desesperación. Tuvo el detalle también de no oponer resistencia a mis zarandeos cuando la acusaba de loca inconsciente, niñata inmadura y mercenaria de su cuerpo (esto último no recuerdo muy bien a qué venía exactamente). Lloré y hablé como si realmente fuera a morir mañana hasta que el sosiego fue haciéndose fuerte en mi interior y comencé a espaciar las palabras, los sollozos y los supiros. Entonces empecé a no escuchar nada entre sollozo y gemido y temiéndome lo peor, limpié mis ojos con lo que pensé era la esquina del foulard de Lola y me encontré con lo inevitable: la cafetería más concurrida del centro completamente muda sin apartar sus setenta pares de ojos de mí. Mi amiga Lola mirándome completamente pálida y el camarero que nos atendía sujetando medio litro de tila embotellada, mi abrigo y mi bolso.
Sin mediar palabra, ella por miedo y yo por falta de oxígeno, nos sentamos en un banco del paseo a recuperar ella la confianza y yo el mismo oxígeno de antes. 
- " Era sólo una pregunta, querida amiga asmática. NO me muero mañana, NO bebo litro y medio de martinis NI fumo tres paquetes de cigarrillos al día.Y SÍ, estás completamente loca."
- "¿Entonces a qué viene esa pregunta después de sacarme de casa a tirones sin dejar siquiera que me pusiera un postit por si viene alguien y no me encuentra?"
Lola me miraba con cierta ternura a estas alturas. Me cogió la cara entre sus manos y me volvió a repetir que estaba bien, que me mandaba después por mail los resultados de su última revisión médica y que se temió mi inevitable monólogo sobre si me pongo esto o aquello, pero dime mejor a donde vamos y así sé lo que ponerme pero a tomar café o a algo más porque si luego vamos de compras me llevo otro bolso bla, bla, bla.
Cuando comprendí que realmente era sólo una pregunta sin más, decidí que lo correcto era compensarle con una buena y sincera respuesta. De modo que comencé:
-" Pues si me fuera a morir mañana... qué complicado Lola... pero en veinticuatro horas o mañana temprano? me refiero a que si ya no me despertaría una vez que me acostara o si sí"- la cara de Lola empezaba a ponerse azul de modo que recordé mi propósito de obsequiarle con una respuesta útil y decidí hacerme caso omiso en cuanto a mis preguntas colaterales- " Bien, pues llamaría a todas las personas a las que quiero para despedirme aunque pensándolo bien, les mandaría un sms para que vinieran todos al mismo lugar para poder abrazarlos uno a uno, les pediría perdón por aquello que hubiese hecho y hubiese podído molestarles, les perdonaría por aquello que hubiesen hecho y hubiese podido molestarme, les dedicaría unas palabras a cada uno y luego me quedaría con mi familia, bueno también con los amigos que son como familia...   igual me quedaría con todos abrazándolos y basándolos en una gran besoabrazo humano hasta que me muriera de amor a la mañana ( o día) siguiente.
Cuando levanté la vista, orgullosa hasta la médula por mi clara, concisa y sincera respuesta, me percaté de que Lola no me estaba escuchando. Se había levantado a darle fuego al moreno de ojos verdes de la barra y ahora charlaba con él animadamente (y seductoramente, que todo hay que decirlo). Lola reía a carcajadas tan sensual y divertida, que el moreno de ojos verdes no pestañeba siquiera para no perderse ni uno sólo de sus movimientos. Al cabo de un rato entró en el bar, me mandó un sms y salió guiñándome un ojo. La vi alejarse agarrada al brazo del moreno de ojos verdes de la barra, contoneándose feliz y perfectamente peinada sin pinzas fucsias en la cabeza. Leí el mensaje y por fin, después de toda la tarde, al fin, comprendí la pregunta.
" Carpe Diem, princesa".

lunes, 13 de agosto de 2012

Reunión sabadera

-" Lo siento, llego tarde!. Esperadme para empezar, vale?"- me gritó Marta nada más descolgar el teléfono. 
-"Claro nena, no te preocupes"- contesté algo preocupada por su voz acelerada y temblorosa.- "¿Todo bien?"
-" Perfecto. Adi..." pi, pi, pi
Colgó tan rápido que la esperaba con el corazón en un puño. Respiré al fin cuando la vi aparecer en nuestra reunión de los sábados con la cara resplandeciente y cierto rubor en las mejillas. Una sonrisa de oreja a oreja le impedía articular más de dos palabras seguidas. Unas a otras nos mirábamos extrañadas, interrogantes, envidiosas perdidas.
La reunión de los sábados la instauramos como evento semanal e irrenunciable al terminar la carrera. Cargadas con nuestros títulos de eruditas filólogas, fuimos a celebrar el fin de curso a un café algo bohemio en el que servían, además de cafés, ricos combinados a base de ginebra que, mezclados con el oportuno zumo de gumibaya, nos hacían la ilusión de estar tomando absenta en el París de Baudelaire. Y así, brindis tras brindis nos hicimos la promesa de reunirnos cada cierto tiempo para hablar de libros, poesía y cultura.
 Por supuesto, no pensamos en que pasados unos años, el volumen de títulos leídos semanalmente se reduciría drásticamente hasta llegar a límites insospechados, como por ejemplo, ninguno.
De cualquier manera, decidimos seguir con las reuniones para charlar sobre todo aquello que nos permitiera desconectar de biberones y pañales y si había suerte y alguna se ponía al día en novedades literarias, poder compartirlo con todas. Nosotras somos así, un poco secta.
Marta era de las más activas. Estaba casada desde hacía diez años y era madre de un educadísimo niño de seis al que le habían enseñado a ser autónomo desde el día de su primer cumpleaños. Gonzalo, que así se llamaba, era capaz de estar dos horas sentado en una silla viendo el Concierto de Brandeburgo sin moverse ni pestañear. Doy fe. Así que Marta, con semejante heredero y un marido amante del trabajo y de llegar tarde al lecho conyugal, dispone de bastante tiempo libre para sentarse en su coqueto rincón de lectura con su espalda perfectamente alineada para evitar contracturas y echarse en brazos del primero que venga con un buen título bajo el brazo.
Cuando llegó aquella tarde, agitada, ruborizada, espléndida y sobre todo, tarde, teníamos claro  que algo raro pasaba. Ella, la más disciplinada, recta, inalterable y sobre todo, puntual de todas nosotras y del mundo entero me atrevería decir, estaba completamente desconocida.
-"Yo creo que tiene un amante"- me susurró Manuela al oído. 
-"Anda mujer, imposible"- le contesté, aunque por dentro no dejaba de pensar en que ese brillo en los ojos, suele ir irremediablemente unido al cosquilleo estomacal que produce la pasión de los anhelados principios.
Habíamos desconectado hacía rato de la perorata insufrible de Mónica y su tercera lectura del Ensayo sobre la ceguera. Y eso que es uno de mis favoritos. Nuestros ojos estaban clavados, uno a uno, en el paquete misterioso de grandes dimensiones que Marta había puesto entre sus piernas. Intentaba taparlo a cada momento pero de vez en cuando, zas! volvía a asomar por allí aquella esquinita delatora que ciertamente la estaba poniendo nerviosa.
Mónica enmudeció, guardó sus tarjetones de lectura y dijo por fin las palabras mágicas:
-" Muy bien, Marta, escupe!". Lo dijo eso sí, con cierto desagrado. 
Marta no tenía escapatoria. Fuera lo que fuera tenía que compartirlo. Ya he dicho que somos un poco secta y no nos gusta nada eso de no enterarnos de las cosas de las demás. Para lo bueno y para lo malo, eso dijimos aquel día de la pseudoabsenta.
Con las manos temblorosas y las mejillas en su punto álgido de maduración, Marta se puso en pie con el misterioso paquete entre las manos. Abrió la bolsa y descubrió un tomo de una extensión considerable y de color negro. Mirábamos expectantes, sin pestañeos, sin susurros, sin respiración. 
-" Me lo compré ayer. Me quedan cien páginas. Prometo pasarlo."
Cincuenta sombras de Grey se llamaba el msiterioso paquete. Y allí estábamos todas, las eruditas, las cultas, las aspirantes a un orejero junto a Carmen Riera en la Academia, enganchadas a un señor que te regala deportivos a cambio de un cachetillo. La mayoría vamos por el tercer volumen. Nosotras, que no teníamos tiempo ni para leer un Cuento de los doce Peregrinos. Lo que no pueda el amor...