lunes, 30 de enero de 2012

De aquellos barros...

Al fin y al cabo, son como hijitas. Me da pena borrarlas de modo que las dejo por aquí, todas juntas y sin hacer mucho ruido...Las entradas más populares del antiguo blog Sopa de letras para intolerantes.



 Nueva vida

 Recuerdo aquellos días en los que iba a hacer la compra semanal sin tener que leerme los ingredientes de todos y cada uno de los alimentos que quería comprar. ¿Qué quería jamón de pavo?, pues al carro! ¿Qué eran palitos de surimi?, pues venga, sin pensarlo dos veces! Pero llegó aquella tarde en la que mi médico me dijo que tenía que dejarlo, me refiero a lo de comprar sin echar una lectura rápida antes de seguir llenando el carrito en cuestión. "Piensa -me dijo muy seria- que vas a iniciar una nueva vida". Pues muy bien, no es el fin del mundo, pensé yo incrédula. Hay muchísimas cosas en todo un Mercadona que sí puedo comer y bueno, pasar del jamón en las bodas ya lo tengo más que entrenado desde mi embarazo. Pero oh, sorpresa! no es tan fácil. Con estas nos plantamos en el super mi querido (marido, no querido a secas) y yo. Hasta ahora pensaba que podría preparar unos suculentos rollitos de jamón de pavo rellenos de lechuguita picada, surimi en tiras, su poquito de cebolleta bien picadita y unas cucharaditas de mahonesa: no hay pescado (prohibido), ni cerdo (idem) ni nada que pudiera hacerme daño...a simple vista, claro. Antes de lanzar mi paquetito de pavo grácilmente a la cesta, con movimiento de melena al viento incluido, recuerdo a mi doctora hablándome desde un bocadillo animado diciéndome "¿Dónde te crees que vas con eso, así, a la primera?", de modo que me paro a leer los ingredientes segura de que ya tenía la cena resuelta. "Pavo, azúcares, bla, bla, bla, lactosa, bla...¿¿¿¿lactosa????". Hombre, no ducharme con el Lactovit lo tenía ya asumido pero que el pavo tenga lactosa me dejó fuera de juego. "No importa-  le dije a mi amado esposo-, de entre estas cien marcas, alguna seguro habrá sin el elemento maligno". Y allí que nos pusimos a leer y leer lo que resultaría el equivalente en letras a la primera parte de El Quijote, hasta que por fin dimos con ella: pechuga de pavo que sólo tenía pechuga de pavo y sal (y diez excipientes de los que no recuerdo el nombre)!!!!!. "Ahora a por el surimi, amor, que tenemos la muñeca caliente"!!, le dije yo, emocionada y embargada por el triunfo sobre las pechugas de pavo. El surimi no me fallaría,  es tan sólo un cangrejo que nació más alto y esbelto, le quitaron su caparazón y lo metieron en su bolsita correspondiente. Bueno, ya sabía que no, pero lo que desconocía es que el surimi tiene de todo menos cangrejo!!! Alguna marca le echa un poquito, aroma de cangrejo creo que lo llaman, y casi todo es pescado así que mi gozo en un pozo. Aquella fue la experiencia que me abrió los ojos cual Lázaro con el toro de piedra, de modo que cogí mi lechuga y mis tomates cherry y me volví a casa con el surimi entre las piernas..."A Dios pongo por testigo, -me dije muy melodramática yo- que nunca volveré a hacerme una cena tan convencional!"...Y así nació este blog, una ayuda para mí y para aquel que lo necesite. Bienvenidos.


 "Si yo fuera rica..
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sería celiaca"- añadió mi amiga Ana con la mirada perdida, tras haber procesado en su mente el precio del pan de molde sin gluten de la tienda de dietética. "-Pero bueno, tú has visto qué dineral cuesta todo?". Pues sí, ser celiaco o intolerante a la lactosa o a cualquier alimento básico, es todo un lujazo. De manera que tienes dos opciones: gastarte el dinero que guardas para la universidad de los niños en una visita a "La boutique del intransigente" o te pones  manos a la masa y decides hacer tú mismo algún manjar con el que agasajar a tu delicado cuerpecito. De hacerlo así puede que uno de los niños pueda tener sus estudios. Eso sí, en la pública, que luego se les va un pico en fotocopias.

  De cualquier modo no hay que ser tan negativos. Esto de la intolerancia también es muy chic.  De hecho en las páginas interiores del Vogue, aparece en la columna de lo que está in.  Sí, sí, justo al lado de las sandalias de diecisiete centímetros de Manolo Blanik (para lo que también hay que ser rica, por cierto). Porque a ver, eso de rechazar una bandeja de jamón recién cortado con un suave gesto de muñeca y una delicada sonrisa cuando el camarero se acerca a ti en el aperitivo de una boda,  eso da que hablar seguro. Los demás abrirán sus bocas llenas con el pedazo de pan (o de baguette, que estamos en un enlace muy fino) que han tomado para acompañar su bocado del impúdico animal  y admirarán la entereza y la distinción con la que hemos obviado manchar nuestras estilizadas manos de grasa. Claro que también habrá quien diga aquello de " lo que hacen algunas para meterse en el traje nuevo..."

Yo sigo pensando que contarle a tus amigas que tomas el té con leche de almendras y que lo acompañas con un delicioso y tremendamente ligero bizcocho de harina de arroz  (es importante enfatizar esto de ligero), es enormemente glamouroso...¿qué es eso de tomarte el café con leche condensada antes de engullir un brownie de chocolate blanco caliente?. Demasiado mundano para mí, muy al alcance de todos. Lo mío es lo exclusivo, lo único, lo selecto. Lo mío es el Armani de las pastas, el Cartier de los panes, el Dom Perignon de las leches. Exactamente igual de caro.


 El placer de terminar.

Paseaba por entre los naranjos sintiéndose la Leonora de Blasco Ibañez. Corría un viento suave que permitía andar bajo el sol aún a las cinco de la tarde de un mes de mayo andaluz. Disfrutaba tocando las hojas de los árboles que encontraba a su paso, se sentía dichosa con el leve movimiento de su largo cabello cobrizo sobre la espalda y fue un poco más feliz al contemplar la bajada sinuosa del arroyo por entre las piedras que encontraba en el camino.
Hacía apenas un momento que acababa de terminar la lectura de su último libro y como embargada por el olor que la Naturaleza desprendía en él, salió a sentirse la protagonista de la novela en medio de aquellos azahares. Revivía en su cabeza los últimos párrafos y volvía a distinguir la misma sensación una y otra vez. Casi sentía pena por haberlo terminado.
Pasaron las horas sin darse cuenta, lo notó cuando el suave viento se transformó en un aire frío y el sol dio paso a las estrellas. La melancolía por haber finalizado el último libro dio paso a la impaciencia por  empezar el siguiente. Seguía teniendo ganas de Naturaleza y eligió a Galdós para continuar soñando.
Cubrió sus hombros con la vieja manta del sofá, preparó un café caliente y se sirvió el último trozo de bizcocho de leche que quedó del desayuno y allí, sentada en el porche de la casa de sus abuelos, se dispuso a disfrutar de sus pasiones a solas. Respiró hondo... y comenzó.


 Dominguera

Voy a hacerme dominguera. Lo decidí en mi última jornada playera, cuando comprobé que mi antigua rutina marítima  no le venía bien a mi nueva condición de intolerante.
Solía bajar a la arena envuelta en un larguísimo pareo blanco, con las gafas de sol protegiéndome de los rayos diurnos y que además me permitían echar una disimulada ojeada  a los michelines, bikinis y pectorales embadurnados de aceite ajenos. Para ver el ambiente en resumidas cuentas, pertrechada tras mis lentes de Armani.
Despacio, sujetando con mi natural elegancia la cesta de mimbres dorados por cuya esquina sobresalían por casualidad mis carísimas cremas solares, descendía por la escalinata del paseo sintiéndome la Grace Kelly de La Antilla. Caminaba por la arena esquivando pelotas y palas sin despeinarme lo más mínimo, incluso me permitía regalarle una sonrisa al despreocupado padre de las criaturas juguetonas. Yo soy así, me gusta hacer feliz a todo el mundo. Al llegar a mi tumbona, descubría mi exclusivo bikini de trescientos euros al tiempo que, siempre tras los cristales oscurísimos, miraba a mi alrededor esperando encontrar a mis vecinas de sombrilla con sus bocas abiertas ante semejante derroche de belleza.
Vuelta y vuelta al sol y lista para ir a tomar mi vermut al chiringuito. Después quizá una cerveza fresquita y preparada para agasajar a mi cuerpo con las delicias costeras.
Así era antes...más o menos.
Pero aquel día, al bajar al chiringuito se acercó el camarero a tomar nota. -"Buenos días, señora, una servesita fresca? que vaya la caló que está jasiendo". Al pedir un agua me mira con cara de circunstancia, pero creo que sigue empeñado en alimentarme como sea. "-Un agüita, mu bien. ¿Y para comer? Tenemos una dorada a la espalda que de tímida no tiene na, señora. Fresca, fresca. Pedimos una?". Amablemente rechazo la sugerencia: "-No puedo tomar la dorada, gracias, sufro de  intolerancia al pescado". "-Vaya por Dios, señora, que mala zuerte. Pues entonses le voy a poné unos shoquitos rebosaos que da gloria vel-los. No le digo cómo están los shoquitos, señora, eso hay que probal-lo". De nuevo le agradezco el ofrecimiento y le explico que tampoco puedo tomarlos por mi intolerancia a la harina de trigo. "-Shiquilla, y qué puede tomá entonse? Le traigo una sentollita que nos han traído esta mañana de Galisia?". No, eso tampoco puedo tomarlo, es por el riñón. -"¿Qué también tiene el riñón intolerante, señora?". No, lo tengo sano gracias a Dios, por eso no quiero dejárselo aquí cuando tenga que pagar. Al final me conformo tomando una tomate aliñado mientras una lágrima recorre mi mejilla al ver pasar una bandeja de sardinas asadas calentitas por delante de mi cara de intolerante.
Pues bien, se terminó el mundo del chiringuito para mí. El mundo chiringuitil está presidido por tres de mis grandes enemigos: pescado, harina y cerdo (y no me refiero al señor de delante que se saca medio filete de entre los dientes con un palillo). De ahora en adelante seré dominguera. Enterraré mi sanísima sandía en la arena, comeré en condiciones mis filetes empanados sin gluten, tomaré sin complejos mi café con leche de avena preparado en mi estupendo termo de los chinos... Pero todo con glamour, que con lo que cuestan los productos "SIN", no me da para cambiar el pareo este verano.


 Salir del armario 
Aquella mañana me levanté resuelta a contárselo a mis amigas. No lo había hecho antes porque quería quitarle importancia y porque además, no me gusta ser el centro de atención a menos que haya ido a la peluquería antes. De modo que las llamé una a una y las cité en la nueva y preciosa cafetería de Cup-cakes que han abierto en el centro. Igual les daba la pista si no me veían devorar uno de esos preciosos pastelitos y no tenía que dar tantas explicaciones.
A la hora fijada empezaron a llegar. Yo las esperaba sentada en una de aquellas diminutas mesitas con mi pelo recién arreglado y una sonrisa de oreja a oreja. Pus, pus...muchos besos y abrazos, unos cafés y una bandeja de pasteles azules en el centro de la mesa (más bien la ocupaba entera) después, aclaro mi garganta y con gesto serio les digo que las he reunido para contarles algo. Todas me miran de arriba a abajo y casualmente paran en mi barriga De pronto estallan en un agudo y perfecto chillido común: "estás embarazada-aaaaa-aaaaa-aaaaa!!!!". Aplauden, ríen e incluso veo alguna lagrimilla de emoción haciendo bulto en el momento. Toda la cafetería nos mira y yo asiento para no decepcionar al auditorio, seguro que la magdalena les sienta mucho mejor. Con un rojo chillón en mis mejillas, me siento de nuevo y las hago reunirse cabeza con cabeza, igualito que en el campamento cuando el monitor nos daba las instrucciones para machacar al equipo contrario. "No es un embarazo, si hace dos días que salí de la cuarentena!!. Lo que quiero deciros es sólo que soy intolerante!". Se hace el silencio, cada una busca la cara de la de al lado para ver como van las reacciones. Una pelota de ramajos pasa rodando por entre nosotras  hasta que al fin Pilar, la amiga rubia rompe el hielo: "Ahhh, intolerante. Pues muy bien nena. Hombre, yo no lo hubiera dicho porque pensaba que para eso tienes que llevar el pelo rapado y una esvástica en el brazo pero ya sabes que yo te quiero como eres, aunque déjame que te recomiende a mi psiquiatra, seguro que te puede ayudar, es una fenómena". Ahora ya sí, ahora soy yo la que estalla en una enorme y sonora carcajada. Ellas me miran y me sonríen sin saber bien que decir. Cuando pude parar, siete minutos después, me encontré más relajada que nunca y con la piel milagrosamente estirada. Les conté, me escucharon, preguntaron y se terminó. Aquella fue mi salida del armario y he de decir que desde entonces soy un poquito más feliz, por lo menos cuando quedamos para tomar las cañas y ni una sola se pide una tapa de jamón para acompañar. Con lo de los cup-cakes tuve menos suerte, no quedó ni uno. Brujas...


 Verano en la Toscana
Claudia, mi amiga de la universidad, se ha enamorado.
-Nena, es perfecto- me contaba con los ojos palpitando de amor. Era como una muñeca manga a punto de llorar, todo ojos en una minúscula cara de porcelana.
-Cuánto me alegro, -le dije yo sin terminar de creerme del todo semejante afirmación. Me refiero a que el hombre perfecto por definición, no existe. Alguno (el mío) se acerca en muchas ocasiones pero claro, tener al lado semejante especimen, tiene que resultar hasta aburrido. Todo el día haciendo cosas perfectas con sus manos perfectas y su lenguaje perfecto...un poquito de vidilla, por favor! Discutir de vez en cuando está bien, sube la adrenalina, la tensión arterial y hasta sentimos por un instante el miedo de perder al otro, lo que inevitablemente y si aún estamos enamorados, hace que la chispa se encienda de nuevo...hasta la próxima discusión.
-No sabes cómo es!, inteligente, guapo, cocina de miedo y es italiano!!. Y me lo soltó así, de golpe. Cocinero e italiano. Lo tengo crudo para comer algo en su casa.
Claudia seguía con su perorata dando pequeños sorbos a su capuchino mientras jugueteaba con su recién estrenado foulard de Armani. Que si es tierno, que si es un romántico empedernido, que si le huele el aliento a flores silvestres (italianas, por supuesto)... Yo sonreía y asentía dando pequeños sorbos a mi té con limón mientras jugueteaba con mi recién estrenado foulard de Zara. Para estas cosas una es muy española. Por un momento incluso desconecté y empecé a fantasear con una porción de tarta de queso que me miraba solitaria desde el mostrador de pasteles, hasta que de pronto, se hizo el silencio en aquella concurrida cafetería. Claudia me miraba con sus ojos de Candy Candy esperando ansiosa una respuesta. -"Bueno, dime... ¿te gusta la idea?". -"¿La idea?"-le dije yo haciéndome la buena amiga desinteresada. -"Pues eso, nena, veniros a pasar el verano a la Toscana!", -repitió mi  amada amiga, ¿qué digo amiga?, ¡mi hermana!. Ya me imaginaba a mi querido y a una servidora bebiendo Moët & Chandon Rosé Impérial (aquí no perdono, champagne francés) en la cubierta de un precioso yate, cual Briatore y señora pero sin barriga él y con cinco tallas menos de pecho ella, o sea yo. Los veía a todos relamiendose los dedos después de haberse puesto ciegos de pizzas, provolones y fettucinis y yo tan feliz chupando mi tomatito en rodajas rebozado en albahaca fresca. En la Toscana no cabían envidias ni malos pensamientos del tipo "ojalá se te vaya todo a las caderas"!. En la Toscana sería feliz y a la vuelta más aun: "Pero bueno, vaya bronceado más maravilloso traes, chica ¿dónde has estado?, ¿en Benidorm?". Y aquí contestaría yo, como sin darle importancia y de pasada, que es moreno toscano, sí, sí, del mismo centro de la Toscana. Nada, en el yate de un amigo, que es donde más te pega en sol. Dos besos y hala, a seguir paseando y levantando ampollas por la calle.
Mario no tenía yate, pero sus padres vivían en una casita con una pequeña charca en un pueblecito precioso. Adiós a mi sueño de ser una Briatore! Ya hasta había pensado en comprarme un relleno para el bikini... Ya lo decía yo: el hombre perfecto no existe. 


Verano en la Toscana (2)
Reconozco que tengo algún que otro defecto pero confieso que como amiga, no tengo precio. Por ver feliz a mi querida Claudia, cogí mi tarjeta de crédito y el bolso más grande que tengo y me fui a comprar las cuatro cositas básicas que necesitaba para acompañarla a ver a su amado Mario. Lo que sea por una amiga.
Cuando escuché a la azafata indicándonos que llegábamos al aeropuerto de Pisa, tuve que taparme la boca con las dos manos para no chillar de la emoción. Estaba allí, por fin, dispuesta a respirar aire puro, a comer las delicias de la dieta mediterránea sin colorantes ni conservantes, a beber vino casi de la misma vid. Y por supuesto, a conocer al motivo de los desvelos de Claudia.
-"Cariño, ya verás, esto va a ser como una segunda luna de miel"- le dije al oído a mi querido roncador. Él no contestó pero yo sabía que entre sueños, nos veía retozar por la hierba toscana, a cámara lenta y  riendo sin parar. Nosotros somos así, como sacados de un anuncio de suavizante.
Y al fin llegó la hora, el ansiado momento del reencuentro entre los amantes, del beso deseado durante tanto tiempo. Mario esperaba a su Afrodita arrugando entre sus manos un panfleto publicitario. Era moreno, de rizos traviesos y sonrisa perfecta. Caminó despacio hacia ella, como queriendo hacer eterno el mágico momento de volver a tocarla al fin. Se paró delante de Claudia justo bajo un foco de luz. Yo esperaba que de un momento a otro saliera el cuarteto de cuerda  y que unos querubines alados los envolvieran con una seda blanca mientras ascendían por el cielo en una concha de viera pero tuve que conformarme con un abrazo normalito y un beso, ese sí, de película.
Desde Livorno tomamos un ferry hasta la isla de Elba en lo que fue un trayecto tremendamente aburrido para mí. Los enamorados no paraban de demostrarse todo lo que se habían echado de menos y mi querido apenas podía hablar conteniendo la respiración para meter barriga. Al parecer, los hombres también se comparan. Después de doscientos ti amo y trescientos amore mio, arribamos a aquella preciosa isla. Era el paraiso: aguas cristalinas, arenas blancas...y un camarero para nosotros solos que se encargaba de traer y llevar copas de vino y suculentos aperitivos a nuestras tumbonas.
-"Bueno nena, qué te parece?"- me preguntó Claudia aprovechando que Mario (por fin) había tenido que ir al baño. Apenas me dejó contestar, estaba tan feliz que no podía parar de contarme todo lo que él le había estado diciendo. Al mirarla, no pude evitar contagiarme de esa luz que desprendemos cuando nos enamoramos, cuando todo se reduce a la otra persona, cuando nada más despertar, notas en el estómago un centenar de mariposas revoloteando en él. Me senté delante de mi querido y le besé suavemente en los labios. -"Vámonos Fellini, a bañarnos en la Fontana de Trevi". Él me miró extrañado, me quitó la copa de vino de las manos y me contestó: -"Pero cariño, eso está en Roma..." Es curioso como a veces, ni el hombre más inteligente de la tierra, puede leer entre las lineas que traza una mujer.
De aquella semana toscana me volví con cuatro botellas de vino (casi lo único que comí, estos italianos le echan queso hasta al café), un marido mirando gimnasios cerca de casa y un montón de mariposas poniendo huevos en mi estómago. A veces recordar los inicios del enamoramiento reflejados en otras personas, hacen reavivar la chispa en un amor estable, casado y con hipoteca. Claudia volvió con una lágrima asomada a su ojo durante todo el trayecto, era bastante favorecedora aunque seguramente incómoda. No habló en todo el viaje salvo para darme las gracias por haberla acompañado. De nada querida, lo que sea por una amiga.


 Volver
Siempre he pensado que para despedirse, hay que tener arte. Decir adiós en medio de un grupo de veinte personas no es fácil, sobre todo si son las cinco de la mañana y la ingesta de copas ha dado lugar a la fase de “exaltación de la amistad” y todos quieren invitarte a la última para que no te vayas (¿no podrían haberlo dicho a las doce de la noche y así me hubiese ahorrado los cincuenta euros que me he bebido?). Supongo que en este caso lo mejor es decir que vas al baño y desaparecer sin dejar rastro, rápida y sutilmente, tapándote la cara con el embozo de la capa y creyéndote la esposa de El Zorro para saltar a lomos de un caballo y huir a tu camita de edredones blancos y esponjosos donde llevas queriendo estar desde las tres y cuarto.
Para despedirse de un trabajo la cosa cambia, no queda bonito eso de hacerlo "a la francesa”. En estos casos lo mejor es llevar una bandeja de preciosos cup cakes con buttercream de chocolate blanco y unas lágrimas dispuestas a salir en el momento preciso de la despedida. “En realidad me cuesta tanto irme de aquí, decir adiós a la que ha sido mi casa durante cinco años, a mis compañeros, que digo compañeros? Amigos!...me cuesta tanto, que de no ser por los diez mil eurazos de más que me van a pagar al año en un trabajo que me coge a cinco minutos de casa y donde tengo todas las tardes libres, pues no me iría, vamos!” Lagrimita fuera yyyyyyyy...corten!
También están las despedidas sinceras, las que salen de verdad cuando, por circunstancias de la vida o del amor, vas a vivir a otra ciudad y tienes que separarte de todo lo que te rodea, de esas personas que te complementan, que van enriqueciendo tu vida, de esa gente a la que de verdad, quieres. Hablo de familia y hablo de amigos, de lugares. Hablo de lo que va siendo una vida en construcción. En este caso no hay que despedirse, tan sólo hay que darse la nueva dirección y comprar un sofá cama cómodo, un calendario para ir anotando las visitas y listo.
Y si creo que para despedirse hay que tener cierto “arte”, también creo que hay que tenerlo para volver. Una mudanza, un predictor positivo y un adsl que nunca llegaba, me han mantenido alejada de mi querido y anciano ordenador. Pero de nuevo irrumpo en la esfera de los blogs (blogosfera?) cual José Coronado en la del cine después del atracón de yogurt. Voy calentando horno, sartenes y neuronas. ¡Bienvenida!

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