lunes, 30 de enero de 2012

Claudia

Verano en la Toscana
Claudia, mi amiga de la universidad, se ha enamorado.
-Nena, es perfecto- me contaba con los ojos palpitando de amor. Era como una muñeca manga a punto de llorar, todo ojos en una minúscula cara de porcelana.
-Cuánto me alegro, -le dije yo sin terminar de creerme del todo semejante afirmación. Me refiero a que el hombre perfecto por definición, no existe. Alguno (el mío) se acerca en muchas ocasiones pero claro, tener al lado semejante especimen, tiene que resultar hasta aburrido. Todo el día haciendo cosas perfectas con sus manos perfectas y su lenguaje perfecto...un poquito de vidilla, por favor! Discutir de vez en cuando está bien, sube la adrenalina, la tensión arterial y hasta sentimos por un instante el miedo de perder al otro, lo que inevitablemente y si aún estamos enamorados, hace que la chispa se encienda de nuevo...hasta la próxima discusión.
-No sabes cómo es!, inteligente, guapo, cocina de miedo y es italiano!!. Y me lo soltó así, de golpe. Cocinero e italiano. Lo tengo crudo para comer algo en su casa.
Claudia seguía con su perorata dando pequeños sorbos a su capuchino mientras jugueteaba con su recién estrenado foulard de Armani. Que si es tierno, que si es un romántico empedernido, que si le huele el aliento a flores silvestres (italianas, por supuesto)... Yo sonreía y asentía dando pequeños sorbos a mi té con limón mientras jugueteaba con mi recién estrenado foulard de Zara. Para estas cosas una es muy española. Por un momento incluso desconecté y empecé a fantasear con una porción de tarta de queso que me miraba solitaria desde el mostrador de pasteles, hasta que de pronto, se hizo el silencio en aquella concurrida cafetería. Claudia me miraba con sus ojos de Candy Candy esperando ansiosa una respuesta. -"Bueno, dime... ¿te gusta la idea?". -"¿La idea?"-le dije yo haciéndome la buena amiga desinteresada. -"Pues eso, nena, veniros a pasar el verano a la Toscana!", -repitió mi  amada amiga, ¿qué digo amiga?, ¡mi hermana!. Ya me imaginaba a mi querido y a una servidora bebiendo Moët & Chandon Rosé Impérial (aquí no perdono, champagne francés) en la cubierta de un precioso yate, cual Briatore y señora pero sin barriga él y con cinco tallas menos de pecho ella, o sea yo. Los veía a todos relamiendose los dedos después de haberse puesto ciegos de pizzas, provolones y fettucinis y yo tan feliz chupando mi tomatito en rodajas rebozado en albahaca fresca. En la Toscana no cabían envidias ni malos pensamientos del tipo "ojalá se te vaya todo a las caderas"!. En la Toscana sería feliz y a la vuelta más aun: "Pero bueno, vaya bronceado más maravilloso traes, chica ¿dónde has estado?, ¿en Benidorm?". Y aquí contestaría yo, como sin darle importancia y de pasada, que es moreno toscano, sí, sí, del mismo centro de la Toscana. Nada, en el yate de un amigo, que es donde más te pega en sol. Dos besos y hala, a seguir paseando y levantando ampollas por la calle.
Mario no tenía yate, pero sus padres vivían en una casita con una pequeña charca en un pueblecito precioso. Adiós a mi sueño de ser una Briatore! Ya hasta había pensado en comprarme un relleno para el bikini... Ya lo decía yo: el hombre perfecto no existe. 


Verano en la Toscana (2)
Reconozco que tengo algún que otro defecto pero confieso que como amiga, no tengo precio. Por ver feliz a mi querida Claudia, cogí mi tarjeta de crédito y el bolso más grande que tengo y me fui a comprar las cuatro cositas básicas que necesitaba para acompañarla a ver a su amado Mario. Lo que sea por una amiga.
Cuando escuché a la azafata indicándonos que llegábamos al aeropuerto de Pisa, tuve que taparme la boca con las dos manos para no chillar de la emoción. Estaba allí, por fin, dispuesta a respirar aire puro, a comer las delicias de la dieta mediterránea sin colorantes ni conservantes, a beber vino casi de la misma vid. Y por supuesto, a conocer al motivo de los desvelos de Claudia.
-"Cariño, ya verás, esto va a ser como una segunda luna de miel"- le dije al oído a mi querido roncador. Él no contestó pero yo sabía que entre sueños, nos veía retozar por la hierba toscana, a cámara lenta y  riendo sin parar. Nosotros somos así, como sacados de un anuncio de suavizante.
Y al fin llegó la hora, el ansiado momento del reencuentro entre los amantes, del beso deseado durante tanto tiempo. Mario esperaba a su Afrodita arrugando entre sus manos un panfleto publicitario. Era moreno, de rizos traviesos y sonrisa perfecta. Caminó despacio hacia ella, como queriendo hacer eterno el mágico momento de volver a tocarla al fin. Se paró delante de Claudia justo bajo un foco de luz. Yo esperaba que de un momento a otro saliera el cuarteto de cuerda  y que unos querubines alados los envolvieran con una seda blanca mientras ascendían por el cielo en una concha de viera pero tuve que conformarme con un abrazo normalito y un beso, ese sí, de película.
Desde Livorno tomamos un ferry hasta la isla de Elba en lo que fue un trayecto tremendamente aburrido para mí. Los enamorados no paraban de demostrarse todo lo que se habían echado de menos y mi querido apenas podía hablar conteniendo la respiración para meter barriga. Al parecer, los hombres también se comparan. Después de doscientos ti amo y trescientos amore mio, arribamos a aquella preciosa isla. Era el paraiso: aguas cristalinas, arenas blancas...y un camarero para nosotros solos que se encargaba de traer y llevar copas de vino y suculentos aperitivos a nuestras tumbonas.
-"Bueno nena, qué te parece?"- me preguntó Claudia aprovechando que Mario (por fin) había tenido que ir al baño. Apenas me dejó contestar, estaba tan feliz que no podía parar de contarme todo lo que él le había estado diciendo. Al mirarla, no pude evitar contagiarme de esa luz que desprendemos cuando nos enamoramos, cuando todo se reduce a la otra persona, cuando nada más despertar, notas en el estómago un centenar de mariposas revoloteando en él. Me senté delante de mi querido y le besé suavemente en los labios. -"Vámonos Fellini, a bañarnos en la Fontana de Trevi". Él me miró extrañado, me quitó la copa de vino de las manos y me contestó: -"Pero cariño, eso está en Roma..." Es curioso como a veces, ni el hombre más inteligente de la tierra, puede leer entre las lineas que traza una mujer.
De aquella semana toscana me volví con cuatro botellas de vino (casi lo único que comí, estos italianos le echan queso hasta al café), un marido mirando gimnasios cerca de casa y un montón de mariposas poniendo huevos en mi estómago. A veces recordar los inicios del enamoramiento reflejados en otras personas, hacen reavivar la chispa en un amor estable, casado y con hipoteca. Claudia volvió con una lágrima asomada a su ojo durante todo el trayecto, era bastante favorecedora aunque seguramente incómoda. No habló en todo el viaje salvo para darme las gracias por haberla acompañado. De nada querida, lo que sea por una amiga.

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