Al fin y al cabo, son como hijitas. Me da pena borrarlas de modo que las
dejo por aquí, todas juntas y sin hacer mucho ruido...Las entradas más
populares del antiguo blog Sopa de letras para intolerantes.
Nueva vida
Recuerdo aquellos días en los que iba a hacer la compra semanal sin
tener que leerme los ingredientes de todos y cada uno de los alimentos
que quería comprar. ¿Qué quería jamón de pavo?, pues al carro! ¿Qué eran
palitos de surimi?, pues venga, sin pensarlo dos veces! Pero llegó
aquella tarde en la que mi médico me dijo que tenía que dejarlo, me
refiero a lo de comprar sin echar una lectura rápida antes de seguir
llenando el carrito en cuestión. "Piensa -me dijo muy seria- que vas a
iniciar una nueva vida". Pues muy bien, no es el fin del mundo, pensé yo
incrédula. Hay muchísimas cosas en todo un Mercadona que sí puedo comer
y bueno, pasar del jamón en las bodas ya lo tengo más que entrenado
desde mi embarazo. Pero oh, sorpresa! no es tan fácil. Con estas nos
plantamos en el super mi querido (marido, no querido a secas) y yo.
Hasta ahora pensaba que podría preparar unos suculentos rollitos de
jamón de pavo rellenos de lechuguita picada, surimi en tiras, su poquito
de cebolleta bien picadita y unas cucharaditas de mahonesa: no hay
pescado (prohibido), ni cerdo (idem) ni nada que pudiera hacerme
daño...a simple vista, claro. Antes de lanzar mi paquetito de pavo
grácilmente a la cesta, con movimiento de melena al viento incluido,
recuerdo a mi doctora hablándome desde un bocadillo animado diciéndome
"¿Dónde te crees que vas con eso, así, a la primera?", de modo que me
paro a leer los ingredientes segura de que ya tenía la cena resuelta.
"Pavo, azúcares, bla, bla, bla, lactosa, bla...¿¿¿¿lactosa????". Hombre,
no ducharme con el Lactovit lo tenía ya asumido pero que el pavo tenga
lactosa me dejó fuera de juego. "No importa- le dije a mi amado
esposo-, de entre estas cien marcas, alguna seguro habrá sin el elemento
maligno". Y allí que nos pusimos a leer y leer lo que resultaría el
equivalente en letras a la primera parte de El Quijote, hasta que
por fin dimos con ella: pechuga de pavo que sólo tenía pechuga de pavo y
sal (y diez excipientes de los que no recuerdo el nombre)!!!!!. "Ahora a
por el surimi, amor, que tenemos la muñeca caliente"!!, le dije yo,
emocionada y embargada por el triunfo sobre las pechugas de pavo. El
surimi no me fallaría, es tan sólo un cangrejo que nació más alto y
esbelto, le quitaron su caparazón y lo metieron en su bolsita
correspondiente. Bueno, ya sabía que no, pero lo que desconocía es que
el surimi tiene de todo menos cangrejo!!! Alguna marca le echa un
poquito, aroma de cangrejo creo que lo llaman, y casi todo es pescado
así que mi gozo en un pozo. Aquella fue la experiencia que me abrió los
ojos cual Lázaro con el toro de piedra, de modo que cogí mi lechuga y
mis tomates cherry y me volví a casa con el surimi entre las
piernas..."A Dios pongo por testigo, -me dije muy melodramática yo- que
nunca volveré a hacerme una cena tan convencional!"...Y así nació este
blog, una ayuda para mí y para aquel que lo necesite. Bienvenidos.
"Si yo fuera rica..
.
sería celiaca"- añadió mi amiga Ana con la mirada perdida, tras haber
procesado en su mente el precio del pan de molde sin gluten de la
tienda de dietética. "-Pero bueno, tú has visto qué dineral cuesta
todo?". Pues sí, ser celiaco o intolerante a la lactosa o a cualquier
alimento básico, es todo un lujazo. De manera que tienes dos opciones:
gastarte el dinero que guardas para la universidad de los niños en una
visita a "La boutique del intransigente" o te pones manos a la masa y
decides hacer tú mismo algún manjar con el que agasajar a tu delicado
cuerpecito. De hacerlo así puede que uno de los niños pueda tener sus
estudios. Eso sí, en la pública, que luego se les va un pico en
fotocopias.
De cualquier modo no hay que ser tan negativos. Esto de la intolerancia también es muy chic. De hecho en las páginas interiores del Vogue, aparece en la columna de lo que está in.
Sí, sí, justo al lado de las sandalias de diecisiete centímetros de
Manolo Blanik (para lo que también hay que ser rica, por cierto). Porque
a ver, eso de rechazar una bandeja de jamón recién cortado con un suave
gesto de muñeca y una delicada sonrisa cuando el camarero se acerca a
ti en el aperitivo de una boda, eso da que hablar seguro. Los demás
abrirán sus bocas llenas con el pedazo de pan (o de baguette, que
estamos en un enlace muy fino) que han tomado para acompañar su bocado
del impúdico animal y admirarán la entereza y la distinción con la que
hemos obviado manchar nuestras estilizadas manos de grasa. Claro que
también habrá quien diga aquello de " lo que hacen algunas para meterse
en el traje nuevo..."
Yo sigo pensando que contarle a
tus amigas que tomas el té con leche de almendras y que lo acompañas con
un delicioso y tremendamente ligero bizcocho de harina de arroz (es
importante enfatizar esto de ligero), es enormemente glamouroso...¿qué
es eso de tomarte el café con leche condensada antes de engullir un
brownie de chocolate blanco caliente?. Demasiado mundano para mí, muy al
alcance de todos. Lo mío es lo exclusivo, lo único, lo selecto. Lo mío
es el Armani de las pastas, el Cartier de los panes, el Dom Perignon de
las leches. Exactamente igual de caro.
El placer de terminar.
Paseaba por entre los naranjos sintiéndose la Leonora de Blasco
Ibañez. Corría un viento suave que permitía andar bajo el sol aún a las
cinco de la tarde de un mes de mayo andaluz. Disfrutaba tocando las
hojas de los árboles que encontraba a su paso, se sentía dichosa con el
leve movimiento de su largo cabello cobrizo sobre la espalda y fue un
poco más feliz al contemplar la bajada sinuosa del arroyo por entre las
piedras que encontraba en el camino.
Hacía apenas un momento que
acababa de terminar la lectura de su último libro y como embargada por
el olor que la Naturaleza desprendía en él, salió a sentirse la
protagonista de la novela en medio de aquellos azahares. Revivía en su
cabeza los últimos párrafos y volvía a distinguir la misma sensación una
y otra vez. Casi sentía pena por haberlo terminado.
Pasaron las
horas sin darse cuenta, lo notó cuando el suave viento se transformó en
un aire frío y el sol dio paso a las estrellas. La melancolía por haber
finalizado el último libro dio paso a la impaciencia por empezar el
siguiente. Seguía teniendo ganas de Naturaleza y eligió a Galdós para
continuar soñando.
Cubrió sus hombros con la vieja manta del
sofá, preparó un café caliente y se sirvió el último trozo de bizcocho
de leche que quedó del desayuno y allí, sentada en el porche de la casa
de sus abuelos, se dispuso a disfrutar de sus pasiones a solas. Respiró
hondo... y comenzó.
Dominguera
Voy a hacerme dominguera. Lo decidí en mi última jornada playera,
cuando comprobé que mi antigua rutina marítima no le venía bien a mi
nueva condición de intolerante.
Solía bajar a la arena envuelta en
un larguísimo pareo blanco, con las gafas de sol protegiéndome de los
rayos diurnos y que además me permitían echar una disimulada ojeada a
los michelines, bikinis y pectorales embadurnados de aceite ajenos. Para
ver el ambiente en resumidas cuentas, pertrechada tras mis lentes de
Armani.
Despacio, sujetando con mi natural elegancia la cesta de
mimbres dorados por cuya esquina sobresalían por casualidad mis
carísimas cremas solares, descendía por la escalinata del paseo
sintiéndome la Grace Kelly de La Antilla. Caminaba por la arena
esquivando pelotas y palas sin despeinarme lo más mínimo, incluso me
permitía regalarle una sonrisa al despreocupado padre de las criaturas
juguetonas. Yo soy así, me gusta hacer feliz a todo el mundo. Al llegar a
mi tumbona, descubría mi exclusivo bikini de trescientos euros al
tiempo que, siempre tras los cristales oscurísimos, miraba a mi
alrededor esperando encontrar a mis vecinas de sombrilla con sus bocas
abiertas ante semejante derroche de belleza.
Vuelta y vuelta al
sol y lista para ir a tomar mi vermut al chiringuito. Después quizá una
cerveza fresquita y preparada para agasajar a mi cuerpo con las delicias
costeras.
Así era antes...más o menos.
Pero aquel día, al
bajar al chiringuito se acercó el camarero a tomar nota. -"Buenos días,
señora, una servesita fresca? que vaya la caló que está jasiendo". Al
pedir un agua me mira con cara de circunstancia, pero creo que sigue
empeñado en alimentarme como sea. "-Un agüita, mu bien. ¿Y para comer?
Tenemos una dorada a la espalda que de tímida no tiene na, señora.
Fresca, fresca. Pedimos una?". Amablemente rechazo la sugerencia: "-No
puedo tomar la dorada, gracias, sufro de intolerancia al pescado".
"-Vaya por Dios, señora, que mala zuerte. Pues entonses le voy a poné
unos shoquitos rebosaos que da gloria vel-los. No le digo cómo están los
shoquitos, señora, eso hay que probal-lo". De nuevo le agradezco el
ofrecimiento y le explico que tampoco puedo tomarlos por mi intolerancia
a la harina de trigo. "-Shiquilla, y qué puede tomá entonse? Le traigo
una sentollita que nos han traído esta mañana de Galisia?". No, eso
tampoco puedo tomarlo, es por el riñón. -"¿Qué también tiene el riñón
intolerante, señora?". No, lo tengo sano gracias a Dios, por eso no
quiero dejárselo aquí cuando tenga que pagar. Al final me conformo
tomando una tomate aliñado mientras una lágrima recorre mi mejilla al
ver pasar una bandeja de sardinas asadas calentitas por delante de mi
cara de intolerante.
Pues bien, se terminó el mundo del
chiringuito para mí. El mundo chiringuitil está presidido por tres de
mis grandes enemigos: pescado, harina y cerdo (y no me refiero al señor
de delante que se saca medio filete de entre los dientes con un
palillo). De ahora en adelante seré dominguera. Enterraré mi sanísima
sandía en la arena, comeré en condiciones mis filetes empanados sin
gluten, tomaré sin complejos mi café con leche de avena preparado en mi
estupendo termo de los chinos... Pero todo con glamour, que con lo que
cuestan los productos "SIN", no me da para cambiar el pareo este verano.
Salir del armario
Aquella mañana me levanté resuelta a contárselo a mis amigas. No lo
había hecho antes porque quería quitarle importancia y porque además, no
me gusta ser el centro de atención a menos que haya ido a la peluquería
antes. De modo que las llamé una a una y las cité en la nueva y
preciosa cafetería de Cup-cakes que han abierto en el centro. Igual les
daba la pista si no me veían devorar uno de esos preciosos pastelitos y
no tenía que dar tantas explicaciones.
A la hora fijada empezaron a llegar. Yo las esperaba sentada en una de
aquellas diminutas mesitas con mi pelo recién arreglado y una sonrisa de
oreja a oreja. Pus, pus...muchos besos y abrazos, unos cafés y una
bandeja de pasteles azules en el centro de la mesa (más bien la ocupaba
entera) después, aclaro mi garganta y con gesto serio les digo que las
he reunido para contarles algo. Todas me miran de arriba a abajo y
casualmente paran en mi barriga De pronto estallan en un agudo y
perfecto chillido común: "estás embarazada-aaaaa-aaaaa-aaaaa!!!!".
Aplauden, ríen e incluso veo alguna lagrimilla de emoción haciendo bulto
en el momento. Toda la cafetería nos mira y yo asiento para no
decepcionar al auditorio, seguro que la magdalena les sienta mucho
mejor. Con un rojo chillón en mis mejillas, me siento de nuevo y las
hago reunirse cabeza con cabeza, igualito que en el campamento cuando el
monitor nos daba las instrucciones para machacar al equipo contrario.
"No es un embarazo, si hace dos días que salí de la cuarentena!!. Lo que
quiero deciros es sólo que soy intolerante!". Se hace el silencio, cada
una busca la cara de la de al lado para ver como van las reacciones.
Una pelota de ramajos pasa rodando por entre nosotras hasta que al fin
Pilar, la amiga rubia rompe el hielo: "Ahhh, intolerante. Pues muy bien
nena. Hombre, yo no lo hubiera dicho porque pensaba que para eso tienes
que llevar el pelo rapado y una esvástica en el brazo pero ya sabes que
yo te quiero como eres, aunque déjame que te recomiende a mi psiquiatra,
seguro que te puede ayudar, es una fenómena". Ahora ya sí, ahora soy yo
la que estalla en una enorme y sonora carcajada. Ellas me miran y me
sonríen sin saber bien que decir. Cuando pude parar, siete minutos
después, me encontré más relajada que nunca y con la piel milagrosamente
estirada. Les conté, me escucharon, preguntaron y se terminó. Aquella
fue mi salida del armario y he de decir que desde entonces soy un
poquito más feliz, por lo menos cuando quedamos para tomar las cañas y
ni una sola se pide una tapa de jamón para acompañar. Con lo de los
cup-cakes tuve menos suerte, no quedó ni uno. Brujas...
Verano en la Toscana
Claudia, mi amiga de la universidad, se ha enamorado.
-Nena, es perfecto- me contaba con los ojos palpitando de amor. Era como
una muñeca manga a punto de llorar, todo ojos en una minúscula cara de
porcelana.
-Cuánto me alegro, -le dije yo sin terminar de creerme del todo
semejante afirmación. Me refiero a que el hombre perfecto por
definición, no existe. Alguno (el mío) se acerca en muchas ocasiones
pero claro, tener al lado semejante especimen, tiene que resultar hasta
aburrido. Todo el día haciendo cosas perfectas con sus manos perfectas y
su lenguaje perfecto...un poquito de vidilla, por favor! Discutir de
vez en cuando está bien, sube la adrenalina, la tensión arterial y hasta
sentimos por un instante el miedo de perder al otro, lo que
inevitablemente y si aún estamos enamorados, hace que la chispa se
encienda de nuevo...hasta la próxima discusión.
-No sabes cómo es!, inteligente, guapo, cocina de miedo y es italiano!!.
Y me lo soltó así, de golpe. Cocinero e italiano. Lo tengo crudo para
comer algo en su casa.
Claudia seguía con su perorata dando pequeños sorbos a su capuchino
mientras jugueteaba con su recién estrenado foulard de Armani. Que si es
tierno, que si es un romántico empedernido, que si le huele el aliento a
flores silvestres (italianas, por supuesto)... Yo sonreía y asentía
dando pequeños sorbos a mi té con limón mientras jugueteaba con mi
recién estrenado foulard de Zara. Para estas cosas una es muy española.
Por un momento incluso desconecté y empecé a fantasear con una porción
de tarta de queso que me miraba solitaria desde el mostrador de
pasteles, hasta que de pronto, se hizo el silencio en aquella concurrida
cafetería. Claudia me miraba con sus ojos de Candy Candy esperando
ansiosa una respuesta. -"Bueno, dime... ¿te gusta la idea?". -"¿La
idea?"-le dije yo haciéndome la buena amiga desinteresada. -"Pues eso,
nena, veniros a pasar el verano a la Toscana!", -repitió mi amada
amiga, ¿qué digo amiga?, ¡mi hermana!. Ya me imaginaba a mi querido y a
una servidora bebiendo Moët & Chandon Rosé Impérial (aquí no
perdono, champagne francés) en la cubierta de un precioso yate, cual
Briatore y señora pero sin barriga él y con cinco tallas menos de pecho
ella, o sea yo. Los veía a todos relamiendose los dedos después de
haberse puesto ciegos de pizzas, provolones y fettucinis y yo tan feliz
chupando mi tomatito en rodajas rebozado en albahaca fresca. En la
Toscana no cabían envidias ni malos pensamientos del tipo "ojalá se te
vaya todo a las caderas"!. En la Toscana sería feliz y a la vuelta más
aun: "Pero bueno, vaya bronceado más maravilloso traes, chica ¿dónde has
estado?, ¿en Benidorm?". Y aquí contestaría yo, como sin darle
importancia y de pasada, que es moreno toscano, sí, sí, del mismo centro
de la Toscana. Nada, en el yate de un amigo, que es donde más te pega
en sol. Dos besos y hala, a seguir paseando y levantando ampollas por la
calle.
Mario no tenía yate, pero sus padres vivían en una casita con una
pequeña charca en un pueblecito precioso. Adiós a mi sueño de ser una
Briatore! Ya hasta había pensado en comprarme un relleno para el
bikini... Ya lo decía yo: el hombre perfecto no existe.
Verano en la Toscana (2)
Reconozco que tengo algún que otro defecto pero
confieso que como amiga, no tengo precio. Por ver feliz a mi querida
Claudia, cogí mi tarjeta de crédito y el bolso más grande que tengo y me
fui a comprar las cuatro cositas básicas que necesitaba para
acompañarla a ver a su amado Mario. Lo que sea por una amiga.
Cuando
escuché a la azafata indicándonos que llegábamos al aeropuerto de Pisa,
tuve que taparme la boca con las dos manos para no chillar de la
emoción. Estaba allí, por fin, dispuesta a respirar aire puro, a comer
las delicias de la dieta mediterránea sin colorantes ni conservantes, a
beber vino casi de la misma vid. Y por supuesto, a conocer al motivo de
los desvelos de Claudia.
-"Cariño, ya verás, esto va a ser como una segunda luna de miel"- le
dije al oído a mi querido roncador. Él no contestó pero yo sabía que
entre sueños, nos veía retozar por la hierba toscana, a cámara lenta y
riendo sin parar. Nosotros somos así, como sacados de un anuncio de
suavizante.
Y al fin llegó la hora, el ansiado momento del reencuentro entre los
amantes, del beso deseado durante tanto tiempo. Mario esperaba a su
Afrodita arrugando entre sus manos un panfleto publicitario. Era moreno,
de rizos traviesos y sonrisa perfecta. Caminó despacio hacia ella, como
queriendo hacer eterno el mágico momento de volver a tocarla al fin. Se
paró delante de Claudia justo bajo un foco de luz. Yo esperaba que de
un momento a otro saliera el cuarteto de cuerda y que unos querubines
alados los envolvieran con una seda blanca mientras ascendían por el
cielo en una concha de viera pero tuve que conformarme con un abrazo
normalito y un beso, ese sí, de película.
Desde Livorno tomamos un ferry hasta la isla de Elba en lo que fue un
trayecto tremendamente aburrido para mí. Los enamorados no paraban de
demostrarse todo lo que se habían echado de menos y mi querido apenas
podía hablar conteniendo la respiración para meter barriga. Al parecer,
los hombres también se comparan. Después de doscientos ti amo y trescientos amore mio,
arribamos a aquella preciosa isla. Era el paraiso: aguas cristalinas,
arenas blancas...y un camarero para nosotros solos que se encargaba de
traer y llevar copas de vino y suculentos aperitivos a nuestras
tumbonas.
-"Bueno nena, qué te parece?"- me preguntó Claudia aprovechando que
Mario (por fin) había tenido que ir al baño. Apenas me dejó contestar,
estaba tan feliz que no podía parar de contarme todo lo que él le había
estado diciendo. Al mirarla, no pude evitar contagiarme de esa luz que
desprendemos cuando nos enamoramos, cuando todo se reduce a la otra
persona, cuando nada más despertar, notas en el estómago un centenar de
mariposas revoloteando en él. Me senté delante de mi querido y le besé
suavemente en los labios. -"Vámonos Fellini, a bañarnos en la Fontana de
Trevi". Él me miró extrañado, me quitó la copa de vino de las manos y
me contestó: -"Pero cariño, eso está en Roma..." Es curioso como a
veces, ni el hombre más inteligente de la tierra, puede leer entre las
lineas que traza una mujer.
De aquella semana toscana me volví con cuatro botellas de vino (casi lo
único que comí, estos italianos le echan queso hasta al café), un marido
mirando gimnasios cerca de casa y un montón de mariposas poniendo
huevos en mi estómago. A veces recordar los inicios del enamoramiento
reflejados en otras personas, hacen reavivar la chispa en un amor
estable, casado y con hipoteca. Claudia volvió con una lágrima asomada a
su ojo durante todo el trayecto, era bastante favorecedora aunque
seguramente incómoda. No habló en todo el viaje salvo para darme las
gracias por haberla acompañado. De nada querida, lo que sea por una
amiga.
Volver
Siempre he pensado que para despedirse, hay que
tener arte. Decir adiós en medio de un grupo de veinte personas no es
fácil, sobre todo si son las cinco de la mañana y la ingesta de copas ha
dado lugar a la fase de “exaltación de la amistad” y todos quieren
invitarte a la última para que no te vayas (¿no podrían haberlo dicho a
las doce de la noche y así me hubiese ahorrado los cincuenta euros que
me he bebido?). Supongo que en este caso lo mejor es decir que vas al
baño y desaparecer sin dejar rastro, rápida y sutilmente, tapándote la
cara con el embozo de la capa y creyéndote la esposa de El Zorro para
saltar a lomos de un caballo y huir a tu camita de edredones blancos y
esponjosos donde llevas queriendo estar desde las tres y cuarto.
Para
despedirse de un trabajo la cosa cambia, no queda bonito eso de hacerlo "a la francesa”. En estos casos lo mejor es llevar una
bandeja de preciosos cup cakes con buttercream de chocolate blanco y
unas lágrimas dispuestas a salir en el momento preciso de la despedida.
“En realidad me cuesta tanto irme de aquí, decir adiós a la que ha sido
mi casa durante cinco años, a mis compañeros, que digo compañeros?
Amigos!...me cuesta tanto, que de no ser por los diez mil eurazos de más
que me van a pagar al año en un trabajo que me coge a cinco minutos de
casa y donde tengo todas las tardes libres, pues no me iría, vamos!”
Lagrimita fuera yyyyyyyy...corten!
También
están las despedidas sinceras, las que salen de verdad cuando, por
circunstancias de la vida o del amor, vas a vivir a otra ciudad y tienes
que separarte de todo lo que te rodea, de esas personas que te
complementan, que van enriqueciendo tu vida, de esa gente a la que de
verdad, quieres. Hablo de familia y hablo de amigos, de lugares. Hablo
de lo que va siendo una vida en construcción. En este caso no hay que
despedirse, tan sólo hay que darse la nueva dirección y comprar un sofá
cama cómodo, un calendario para ir anotando las visitas y listo.
Y
si creo que para despedirse hay que tener cierto “arte”, también creo
que hay que tenerlo para volver. Una mudanza, un predictor positivo y un
adsl que nunca llegaba, me han mantenido alejada de mi querido y
anciano ordenador. Pero de nuevo irrumpo en la esfera de los blogs
(blogosfera?) cual José Coronado en la del cine después del atracón de
yogurt. Voy calentando horno, sartenes y neuronas. ¡Bienvenida!